Capítulo 49
Los recuerdos de infancia con Roberto se diluían en la memoria de Anaís como acuarelas bajo la lluvia, dejando solo manchas borrosas de color. Sin embargo, la amargura que sentía era real y palpable, un peso que se asentaba en su pecho cada vez que pensaba en cómo, en tan poco tiempo, Bárbara había logrado tejer una red de lealtades que ahora la dejaba completamente
aislada.
Con un movimiento súbito, como el aleteo de un pájaro herido escapando de su captor, Anaís se liberó del agarre de Roberto y se refugió en el interior del automóvil.
La frustración bullía en el interior de Roberto. Ver a Anaís, quien siempre había sido cercana, comportarse con tal indiferencia lo desgarraba. Esta vez, pensaba, ella había cruzado una línea.
-¡Anaís! -su voz resonó en el estacionamiento mientras intentaba alcanzarla.
-Rober, ¿qué haces aquí en Las Colinas? -la voz de Bárbara interrumpió su impulso.
Roberto, recordando súbitamente el motivo de su visita, señaló hacia su vehículo.
-Te traje unos platillos que la señora Larraín preparó. Está preocupada de que no te adaptes a la comida de aquí, así que me pidió traértelos. Todavía están calientes, ¿quieres probar?
La sorpresa iluminó el rostro de Bárbara como un rayo de sol atravesando nubes de tormenta.
-¿En serio? ¿Mamá cocinó?
-Sí, estos días ha estado tan preocupada por ti que apenas prueba bocado.
Bárbara dirigió su mirada hacia el auto donde se encontraba Anaís. La penumbra del interior ocultaba su rostro, pero Bárbara sabía que cada palabra era como sal sobre una herida abierta. Anaís, quien siempre había buscado la aprobación de la familia Villagra con la desesperación de una planta buscando el sol, jamás había recibido tal muestra de afecto maternal. En su,casa, la cocina siempre había sido territorio exclusivo del personal de servicio. -Hermana, sé que has tenido un día pesado. ¿Por qué no nos acompañas? Seguro que
también extrañas la comida de mamá.
-La señora Larraín cocinó específicamente para Bárbara, no para Anaís -intervino Roberto con brusquedad.
-Rober, por favor, no digas eso.
El silencio de Anaís fue su única respuesta mientras le indicaba al conductor que arrancara.
“¡Par de víboras! Ya les llegará su momento“, masculló Inés a su lado, con la indignación
vibrando en cada sílaba.
Anaís cerró los ojos, decidida a no desperdiciar más energía en ellos. Su mente ya vagaba por los pendientes en Río Claro.
10.12
Capítulo 49
Una sonrisa triunfal se dibujó en el rostro de Bárbara mientras observaba el auto alejarse.
-Rober, ven a comer conmigo.
Roberto asintió, sintiendo un extraño alivio. Aunque no había podido distinguir la expresión de Anaís en la oscuridad del auto, estaba convencido de que la había herido. Y si estaba herida, significaba que aún le importaba.
Bárbara, con su brazo entrelazado con el de Roberto, se disponía a regresar al apartamento cuando su mirada se topó con una figura familiar en la distancia.
Era Efraín.
A pesar de estar confinado a una silla de ruedas, su presencia emanaba un aire de autoridad innegable. Bárbara recordaba haberlo visto antes del accidente, cuando sus sueños juveniles la hacían fantasear con conquistar a un hombre de su calibre, imaginando cómo sería convertirse en la mujer más respetada de San Fernando.del Sol.
Pero el accidente de Efraín había hecho añicos esas ilusiones como un espejo roto. Por más impresionante que fuera su presencia, ahora era un hombre limitado a una silla de ruedas.
“El destino tiene una forma peculiar de equilibrar las cosas“, pensó Bárbara. “El inalcanzable Efraín, quien siempre la había tratado con tanta indiferencia, ahora estaba condenado a la soledad perpetua.”
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