Capítulo 83
Los recuerdos se deslizaban por la mente de Anaís como hojas secas arrastradas por el viento. Hubo un tiempo en que la más mínima señal de desaprobación de Aurora bastaba para alterarla, para hacerla temblar como una hoja al viento. La mera idea de decepcionar a esa mujer la atormentaba día y noche.
“Alguien debe ponerle un alto a esa chiquilla malcriada“, murmuraba Victoria mientras contemplaba el retrato familiar que presidía la sala.
Cuando el teléfono vibró con la llamada de Aurora, Anaís permaneció inmóvil por un momento. Las palabras de Efraín resonaron en su memoria, ayudándola a ubicar a esta mujer en el complejo entramado de su pasado.
-Anaís, ¿tienes tiempo esta noche? -la voz aterciopelada de Aurora se deslizó a través del auricular-. Ven a cenar con Rober, hace mucho que no pasan por mi casa.
Aurora ya no residía en la mansión principal de los Lobos, ahora dominio exclusivo de los abuelos. El resto de la familia solo se reunía ocasionalmente para cenar, cada uno refugiado en su propio espacio. Anaís sopesó la invitación, considerando que el tono amable de Aurora podría presentar la oportunidad perfecta para discutir la disolución del compromiso.
-Por supuesto, Aurora -respondió con calculada cortesía.
Al terminar la llamada, Aurora dirigió su atención hacia Roberto, quien permanecía sentado a su lado, y le dio un suave golpecito en la frente.
-¿Lo ves? Es bastante dócil, ¿no crees? -sonrió con aire maternal-. Rober, perdón que insista, pero si de verdad te interesa Barbi, deberías terminar el compromiso y estar con ella.
Antes Roberto compartía esa opinión sin reservas, pero algo había cambiado. La ausencia de las súplicas públicas de Anaís, de sus dramas y amenazas de lanzarse al río, le producía una extraña insatisfacción. Quizás, reflexionó, valdría la pena mantener el compromiso un poco más, solo para ver hasta dónde llegaba.
-Mamá, ¿no te das cuenta de que llevo tiempo queriendo terminarlo? -protestó-. Es ella la que se niega. Ya no soporto esta situación.
Aurora, quien a pesar de su ceguera respecto a su hermano solía mostrar buen juicio en otros asuntos, había escalado desde su posición de amante hasta conquistar su lugar actual gracias a esa misma astucia.
Roberto tomó las llaves de su auto con un movimiento brusco.
-Voy por ella anunció con impaciencia-. Seguro que se pondrá contentísima.
-Ay, hijo… -suspiró Aurora.
Roberto se dirigió al edificio del Grupo Lobos. Al llegar al último piso, sus pasos resonaban con ligereza sobre el mármol pulido. Sin embargo, le informaron que Anaís había tomado el elevador apenas cinco minutos antes.
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Capítulo 83
La frustración lo empujó a correr tras ella, encontrándola finalmente en el estacionamiento subterráneo. Las palabras de reproche murieron en sus labios al contemplar su perfil delicado y su piel clara bajo la luz artificial.
-Anaís, vengo por ti. Por favor, no hagas dramas hoy.
El sonido de su voz provocó en Anaís una oleada de repulsión visceral.
Intentó abrir la puerta de su auto para escapar, pero Roberto la detuvo con un tirón brusco.
-Ya basta, ¿no? -gruñó-. Vine por ti, ¿qué más quieres? Mi mamá te aprecia, así que no vayas
a hacer berrinches frente a ella.
La jaló hacia sí mismo y cerró la puerta del auto de un portazo.
-Súbete al mío.
Justo cuando Anaís se disponía a liberarse de su agarre, una voz familiar atravesó el aire del
estacionamiento.
-Rober, hermana, ustedes…
La posición en que se encontraban resultaba comprometedora: Roberto mantenía un brazo alrededor de la cintura de Anaís, sus cuerpos tan próximos que parecían abrazados.
Roberto se apartó con brusquedad, como un niño sorprendido en una travesura.
-Bárbara, ¿qué haces aquí?
Bárbara observó a Anaís con recelo.
-Es por mi hermana, yo…
No necesitó completar la frase. Roberto ya había tejido su propia versión de los hechos: sin duda Anaís había orquestado todo, enviando un mensaje a Bárbara para que los encontrara en esa posición comprometedora.
“Qué astuta“, pensó, mientras le lanzaba una mirada cargada de furia a Anaís.
-Siempre haces lo mismo -espetó-. Y yo que pensé que habías cambiado.
Roberto se erguía imponente, heredero de la distinguida genética de los Lobos. Su porte y actitud destilaban la arrogancia propia de quien se sabe poderoso.
Anaís encontró la situación irrisoria y dirigió una mirada oblicua hacia Bárbara.
Los ojos de esta última resplandecían con un orgullo mal disimulado, como si contar con el respaldo de un hombre como Roberto fuera la más preciada de las joyas.
Bárbara se aferró al brazo de Roberto con gesto posesivo.
-Aurora también me invitó a la cena -anunció con fingida inocencia-. Pensaba pedirle a Rober que fuéramos juntos. Hermana, ¿quieres acompañarnos en el mismo auto?
Anaís, por supuesto, rechazaba la idea. Se giró para abrir la puerta de su propio vehículo, pero
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entonces descubrió profundas marcas de vandalismo en el neumático.
Sus ojos se entrecerraron mientras estudiaba a Bárbara.
-¿Se te ponchó la llanta? -la sonrisa de Bárbara destilaba malicia-. Parece que no tienes otra opción más que venir con nosotros.
Sin embargo, Roberto interpretó la situación de manera completamente distinta.
En su mente, Anaís había dañado intencionalmente el neumático. Después de todo, ¿cómo podría haberse estropeado tan rápido un auto nuevo?
“Primero fingió desinterés“, reflexionó, “pero todo era parte de su plan para venir en mi auto“.
Una sutil satisfacción se instaló en su pecho. Resultaba que Anaís todavía estaba dispuesta a emplear esas artimañas por él.