Capítulo 101
El mayordomo mantuvo la mirada baja mientras susurraba su informe, su voz apenas un murmullo en el espacioso despacho.
-Las cámaras de La Luna no están completas, señor. No captaron a nadie sospechoso.
La Luna era un enigma en San Fernando del Sol. Su propietario, una figura envuelta en misterio, jamás había dado la cara en público. Sin embargo, todos conocían la influencia del establecimiento: sus ganancias diarias alcanzaban cifras astronómicas, y su clientela exclusiva incluía a los herederos más prominentes de la ciudad. Nadie se atrevía a perturbar ese santuario del placer y el poder.
Anselmo Lobos tamborileó los dedos sobre su escritorio, considerando sus opciones. A pesar de contar con los recursos necesarios para presionar a La Luna y descubrir al responsable, la idea le resultaba impropia de su posición. Después de todo, se trataba de rencillas juveniles y un escándalo vergonzoso.
Un suspiro pesado escapó de sus labios mientras dominaba su temperamento.
-Contacta a Roberto y a Bárbara Villagra–ordenó con voz grave. Que adelanten su boda. Hay que sepultar este asunto cuanto antes.
Los preparativos para el matrimonio de Roberto Lobos y Bárbara ya estaban en marcha, pero originalmente la familia Villagra había programado primero la boda de Anaís. Ahora, por decreto del patriarca, la ceremonia de Bárbara y Roberto se celebraría a finales de mes.
La fecha elegida coincidía exactamente con el día que había sido reservado para la boda de
Anaís.
Bárbara recibió la noticia con deleite apenas contenido, sus dedos acariciando suavemente su
vientre.
-Mamá -murmuró con fingida preocupación-, ¿qué vamos a hacer sobre lo de Anaís y el tío
Víctor?
La boda de Anaís con Víctor, un individuo de dudosa reputación, acababa de ser pospuesta. Para Bárbara, la idea de que su hermana pudiera escapar de ese destino resultaba intolerable.
-Deberíamos mandarla directo a casa de Víctor -sugirió con malicia-. Anda muy rebelde últimamente. Quizás lo que necesita es un hombre que la ponga en su lugar.
Victoria Larraín, quien siempre había mostrado preferencia por Bárbara, asintió con
entusiasmo.
-No te preocupes, mi amor. En cuanto resolvamos tu asunto, me encargo de enviar a Anaís para allá.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Bárbara al imaginar a su hermana
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atrapada con alguien tan despreciable como Victor. Sin perder tiempo, tomó su celular y redactó un mensaje.
[Hermana querida, no puedes faltar a mi boda con Rober. Después de todo, tú me ayudaste a conseguir este esposo desde que éramos niñas. Estoy más que satisfecha.]
La respuesta de Anaís fue escueta.
[Felicidades.]
Bárbara contempló aquella palabra con disgusto. La aparente indiferencia de Anaís la irritaba profundamente. Intentó llamarla, pero solo obtuvo el tono de espera.
“Esta mosquita muerta…” Recostada en el sofá, sus dedos volaron sobre la pantalla mientras
componía otro mensaje.
L¿Sabes? Desde que regresé a la familia Villagra y te vi con ese vestidito junto a Rober, supe que ustedes no tenían futuro. Acéptalo, Anaís: jamás estarás a mi nivel. Todos me preferirán a mí, y tú seguirás siendo la despreciada de siempre.]
Anaís respondió bloqueándola. La noticia del adelanto de la boda la llenaba de alivio; por fin se liberaría de esas dos personas tóxicas en su vida.
Su momento de paz se vio interrumpido por la llegada de Roberto a su puerta.
La noche anterior, Roberto había seguido a Anaís hasta La Luna, donde la vio permanecer durante un largo periodo. Poco después, el escándalo había estallado.
-Anaís–su voz resonó a través de la puerta. ¿Tú orquestaste lo que pasó con mi padre?
El caos desatado esa mañana en su casa, sumado al recuerdo de la presencia de Anaís en La Luna, había plantado la semilla de la sospecha en su mente. La ansiedad lo había empujado a buscar respuestas de inmediato.
Anaís ni siquiera se molestó en abrir. Su voz llegó serena desde el interior.
-¿De verdad crees que tengo tanto poder?
-¡Anaís!
Roberto descargó su frustración contra la puerta, su respiración agitada delataba su estado alterado.
La razón le susurraba que no existían pruebas. Si Anaís fuera verdaderamente responsable, su abuelo ya habría tomado medidas drásticas.
El incidente había manchado el prestigio de los Lobos. Apenas una hora antes, su abuelo había perdido los estribos, arrojando objetos por el despacho hasta hacer sangrar a su padre.
-Más te vale no estar involucrada en esto -advirtió Roberto, intentando controlar su voz-. Antes podías ser tan cruel como quisieras y me daba igual, pero con mi familia no te metas.
Anaís ignoró sus amenazas y se dirigió a su habitación, dispuesta a descansar. Era fin de
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Capitulo 10
semana y no tenía obligaciones laborales.
De pronto, la voz de Roberto volvió a resonar.
-Oye, el otro día en mi casa… ¿fue mi primo quien vino por ti?
La cercanía que había percibido entre Anaís y Efraín la noche anterior lo había dejado inquieto, robándole el sueño.
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