Capítulo 369
Z no dijo nada. Observó cómo ella cerraba los ojos con naturalidad, asegurándose de no mirar directamente su rostro, y su nuez de Adán subió y bajó dos veces, conteniendo emociones que no se atrevía a expresar.
Anaís interpretó su silencio como molestia, así que se apresuró a aclarar:
-Su auto chocó con el mío. Ya sabes que tiene mucho dinero, ¿no? Me dio un cheque sin pensarlo. No iba a rechazarlo. Así son los ricos, todo lo resuelven con dinero. Mira, escoge algo que te guste.
Z permaneció callado varios segundos antes de tomar el celular sin vacilación y seleccionar un par de relojes para parejas valorados en un millón. Devolvió el dispositivo a Anaís, quien completó la transacción sin titubear ni pensarlo dos veces.
A ella le encantaba esa actitud despreocupada de Z. Cuando le pedía elegir algo, lo hacía sin dudas. Si quería verla, simplemente aparecía. Comparado con Efraín, que apenas articulaba palabra en todo el día, Z era transparente como el agua cristalina, directo y refrescante como una brisa primaveral.
Apagó la pantalla del celular y lo dejó a un lado, recostándose sobre las piernas de él. Con Z, nc necesitaba fingir ni mantener apariencias; podía ser ella misma sin reservas.
Los dedos del hombre descendieron con delicadeza sobre su sien, masajeándola con movimientos suaves y circulares que parecían ahuyentar la tensión acumulada durante el día.
-¿Quieres mantenerme? -preguntó él con voz queda.
Anaís esbozó una leve sonrisa.
-Claro, voy a trabajar duro para ganar dinero.
-No como mucho. No necesitas tanto dinero para mantenerme -murmuró con tono bajo mientras sus dedos acariciaban suavemente la mejilla de ella-. Solo necesito que te quedes conmigo.
Anaís no comprendía el origen de aquella inseguridad, así que lo tranquilizó sin rodeos:
-No voy a dejarte. Aunque recupere la memoria algún día, seguiré contigo.
Tras estas palabras, se levantó para depositar un beso fugaz en su mejilla antes de volver a acomodarse en sus piernas, donde el sueño la venció rápidamente.
No era su culpa quedarse dormida. Apenas había descansado en los últimos días. La fatiga era real y al día siguiente le esperaba una batalla crucial. Necesitaba atraer más negocios para la empresa Villagra. Ahora que ocupaba ese puesto, muchos aguardaban su fracaso. En las próximas negociaciones, seguramente la tratarían con dureza y menosprecio.
Pero soñó nuevamente. En su sueño, se encontraba en un ring de boxeo, pequeña y frágil, practicando posturas y lanzando golpes al aire con determinación infantil.
19:19
-Anaís, ¿quieres descansar un rato? -preguntó una voz suave a su lado.
-No, no estoy cansada.
-Bueno, si tú no estás cansada, yo sí. ¿Me acompañas a descansar un momento?
Aunque no distinguía el rostro de quien le hablaba, podía percibir su calidez envolviéndola como un manto protector. Una mano limpiaba con ternura el sudor de su frente mientras ella sonreía ampliamente hacia aquella figura nebulosa.
-¿Puedo ir contigo en tus misiones? Soy muy buena, no dejaré que nadie te lastime.
La figura envuelta en niebla sonrió de inmediato. Ambos eran muy jóvenes, y ella fue alzada en sus brazos con facilidad.
-Bien, recuerda lo que dijiste. Protegerás a X y no dejarás que nadie lo lastime.
-¡Claro que sí! ¡Z es la persona más importante para mí en todo el mundo!
La pequeña juró con fervor, deseando poder dedicar todas las palabras de alabanza a ese ser querido que sostenía su mano en la oscuridad de sus recuerdos.
Pero el sueño cambió bruscamente a una escena caótica plagada de cuerpos sin vida y lamentos desgarradores. No podía ver con claridad, pero el dolor se filtraba por cada poro de su piel, inundándola de una angustia incomprensible.
La sala permanecía a oscuras. Z acariciaba con delicadeza la mejilla de Anaís, el corazón rebosante de ternura, cuando escuchó su murmullo entre sueños:
-Amor…
Se paralizó al instante, como si le hubieran inyectado hielo en las venas. La sangre ardiente en sus venas se congeló de golpe. Con cuidado, la acomodó en el sofá, contemplándola intensamente, queriendo grabar cada detalle de su rostro en su memoria.
Tomó una manta cercana, la cubrió con suavidad y abandonó la habitación sin hacer ruido.
Una vez fuera, realizó una llamada:
-Parece que está por recordar. Necesito una medicina para que nunca lo haga.
La voz al otro lado sonaba serena y mesurada:
-Z, no estás pensando con claridad. Regresa. Todavía hay opciones.
-¿Opciones? ¡Si recuerda, lo perderé todo! No entiendes, no entiendes nada. Necesito esa medicina. ¿No la desarrollaste ya?
Su voz destilaba obstinación. Golpeó un árbol cercano con el puño, haciendo que el tronco se estremeciera y algunas hojas se desprendieran, cayendo silenciosamente sobre el pavimento
oscuro.
La línea quedó en silencio por unos segundos.
19:19 D
-Sí, hemos avanzado en la investigación, pero actualmente todavía hay algunos efectos secundarios.
Z enmudeció de inmediato, y su tono se volvió áspero.
-Entonces dime, ¿qué se supone que debo hacer?
30.1
