Capítulo 352
-¿Lo hiciste a propósito? -preguntó Dafne, con el rostro completamente sonrojado, esta vez de vergüenza.
¡Lo de antes fue un accidente! ¡Un accidente! ¿Lucas pensaría que se estaban besando a escondidas en la oficina?
No le preocupaba que Lucas se sintiera incómodo, sino que realmente no quería que nadie malinterpretara su relación con Agustín.
Fuera quien fuera.
Agustín inclinó ligeramente la cabeza, mirándola con curiosidad-. ¿Qué cosa?
-¡Seguro que lo hiciste a propósito! -Dafne apretó los dientes-. Te acercaste a propósito para que pudiera besarte, sabiendo que acabaría con labial en la cara, y lo dejaste a propósito para que Lucas lo viera, ¿verdad?
Agustín se encogió de hombros, esbozando una sonrisa-. Querer besarte, eso sí es cierto, pero no sabía que tenía labial.
-No te hagas el inocente -Dafne bufó-. Si no lo sabías, ¿por qué le sonreíste a Lucas?
Con una expresión de aparente inocencia, Agustín respondió-. ¿Lo hice? No fue a propósito, simplemente me puse feliz después de un beso contigo.
-¡Agustín! -Dafne, ya sin paciencia, tomó unos pañuelos de la mesa y se los lanzó.
Agustín los atrapó al vuelo-. Eh, aquí estoy.
El hombre sonreía, y sus ojos brillaban con pequeñas chispas de luz.
-¿Quién es tu bebé? ¡No digas tonterías! ¡Detesto a las personas frívolas! -Dafne lo fulminó con la mirada, señalando la puerta de la oficina-. Ahora, inmediatamente, ¡fuera de aquí!
-Está bien–Agustín se deshizo de los pañuelos y se dirigió obediente hacia la puerta-. Si necesitas algo más, me llamas.
-¡Fuera! -respondió Dafne, aún enfadada, mientras él salía de la oficina.
Al salir, Agustín se encontró con Inés.
-Hola, Sr. Junco -Inés le saludó con una sonrisa, pero al notar el labial en los labios de Agustín, se detuvo de repente.
-Hola -respondió Agustín de buen humor.
-Sr. Junco, usted… -Inés titubeó, sin saber si continuar.
Agustín sabía perfectamente que ella había notado el labial, pero decidió fingir ignorancia, saludándola con un leve gesto de cabeza antes de irse.
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Papile 3
Los ojos de Inés brillaron con emoción, llenos de chismes.
¡Qué increible! ¡El Sr. Junco y la Srta. Rosales se hablan benado!
Mientras Agustin esperaba el ascensor, Lucas, que estaba por salir, se acercó con su maletín.
-St. Junco, parece que está muy entretenido, viniendo aqui solo para hacer trabajos menores -comentó Lucas con un tono sarcastico.
¿Y qué tiene de malo ser un ayudante? -replicó Agustín, sin perder la sonrisa-. Si ella me pide ayuda, es porque nos llevamos bien. Puede pedirme lo que sea. ¿Por qué no te lo pide a ti? Quizás no tienen una relación tan cercana, ¿no crees?
Lucas se quedó sin palabras.
Nunca había visto a alguien que pudiera darle la vuelta así.
Lucas sonrió, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos-, Sr. Junco, qué gracioso es usted.
El ascensor llegó, y los dos hombres entraron juntos.
-Sr. Junco, ¿ha oído alguna vez el dicho? -dijo Lucas, su reflejo en la pared del ascensor mostraba un rostro impecable-. Cerca del agua, primero se llena la jarra.
Agustín sonrió con indiferencia-. ¿Y Lucas ha escuchado otro dicho? El conejo no come la hierba de su propia madriguera.
Lucas se quedó un momento en silencio.
Luego, agregó rápidamente-. Pero entre la hierba de la madriguera y la hierba que se vuelve a visitar, la segunda es aún más difícil de tragar. La hierba de la madriguera al menos es nueva.
En el pequeño espacio, la tensión entre los dos hombres era palpable, ninguno dispuesto a ceder.
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