Capítulo 43
Luisa recordó cuando, en su primer año de universidad, su primo Fernando le había regalado un apartamento de lujo para facilitarle los estudios. El apartamento estaba justo frente a la Universidad del Valle de la Esperanza, en un complejo residencial, y además quedaba bastante cerca del despacho de abogados Consultores Legales Rivera.
Pensó que, si lograba conseguir el empleo en Consultores Legales Rivera, se mudaría al apartamento. Sería más cómodo para ir y venir del trabajo, vivir sola sería más fácil y, sobre todo, podría evitar encontrarse con Miguel y Carla. Así tendría algo de tranquilidad.
Consultores Legales Rivera.
La entrevista de Luisa fue con la encargada de recursos humanos del despacho y con la jefa del departamento de litigios, Isabella.
Luisa, graduada de una universidad de prestigio y con tres años de experiencia laboral, respondió con fluidez las preguntas profesionales que le hizo Isabella.
Se podía ver que Isabella estaba muy satisfecha con Luisa, y el paquete salarial se ajustaba a lo que ella había esperado: un salario base de dos mil dólares más comisiones por honorarios.
Cuando terminó la entrevista, Isabella sonrió y le dijo: -Señorita Luisa, nos vemos mañana.
Luisa respondió educadamente con una sonrisa: -Hasta mañana.
La entrevista fue mucho más fácil de lo que había imaginado.
Ella pensaba que en cuanto al salario, el despacho intentaría negociar, pero todo resultó ser tan fluido.
Después de que Luisa se fue, Isabella se quedó junto a la ventana y suspiró: -Ay, qué lástima, realmente aprecio mucho a esta señorita Luisa.
El primer día de trabajo, Elena, la encargada de recursos humanos, presentó a Luisa a sus compañeros de trabajo, y así comenzó a familiarizarse con el ambiente.
Consultores Legales Rivera era una firma muy grande. La oficina principal contaba con varios departamentos: el departamento de negocios, el de litigios, el de no litigios, el financiero y el de recursos humanos.
El departamento de negocios se encargaba de captar clientes y negociar contratos.
El departamento de litigios estaba compuesto por abogados y pasantes, y se encargaba de los casos judiciales.
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El departamento de no litigios se encargaba de ofrecer asesoría legal a empresas, gestionar
cobros y revisar contratos, entre otras cosas.
El departamento financiero y el de recursos humanos funcionaban como en cualquier otra empresa: gestionaban la parte administrativa y financiera.
Cada departamento tenía un supervisor, y el supervisor del departamento de litigios era Isabella, quien también era una de las abogadas titulares del despacho. Tenía más de treinta años, llevaba el cabello corto y su presencia transmitía la imagen de una mujer fuerte y decidida en el ámbito profesional.
En total, en la oficina principal de Consultores Legales Rivera trabajaban unos veinte abogados, y a excepción de los supervisores, dos abogados compartían una oficina.
Luisa compartía su oficina con un abogado de unos cuarenta años.
Luisa ya había terminado de ordenar su escritorio y se sentó.
Isabella, entrando en la oficina con un tono ligeramente disculpatorio, le dijo: -Luisa, normalmente cada abogado tiene un pasante que lo asiste, pero hace unos días dos pasantes terminaron su periodo de prácticas y ahora están listos para ejercer, así que todavía no hemos reclutado a nadie para llenar ese puesto. Por lo tanto, por ahora no te puedo asignar un asistente. Tendrás que hacerlo todo tú sola un tiempo. Lamento el inconveniente.
Luisa asintió en señal de comprensión. -No hay problema, puedo manejarlo sola.
-Muy bien -dijo Isabella, sonriendo mientras se giraba para salir.
El abogado sentado en el escritorio de al lado levantó la vista de su computadora. —Hola, soy Tomás, a partir de ahora seremos compañeros.
-Hola -respondió Luisa educadamente.
Durante el descanso de mediodía.
Un compañero del despacho, bajo la autorización de Isabella, comenzó a bromear en el grupo de trabajo, sugiriendo que los nuevos empleados invitaran a todos a cenar después del trabajo.
Había dos nuevos empleados en el despacho.
Uno era Luisa, que había comenzado ese mismo día.
El otro era Lucía, una pasante que había comenzado unos días antes.
Luisa no estaba muy familiarizada con la “cultura” de la firma.
¿Era esta una tradición en la que los nuevos empleados siempre invitaban a sus compañeros a cenar?
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Preguntó a su compañero, Tomás, quien compartía la oficina con ella.
Él le explicó que esa no era una “costumbre” en el despacho.
Luisa miró pensativa el mensaje en la pantalla de su computadora.