Capítulo 423
Anaís no podía ser cruel con un hombre enfermo, así que se quedó quieta, permitiéndole abrazarla.
Era la primera vez que veía a Efraín así de vulnerable. Siempre lo había creído inquebrantable, pero al verlo enfermo, no imaginó que buscaría refugio en los brazos de una mujer.
Su cuerpo despedía un calor intenso, casi febril.
Anaís recordó de pronto a Z, enfermo unos días atrás, solo en aquella mansión sombría.
Él y Efraín eran totalmente distintos. Cuando Z enfermaba, prefería esconderse, lamer sus heridas en soledad.
Pero Efraín, en cambio, parecía no tener reparo en mostrar su debilidad.
No estaba segura de estar leyendo bien la situación y no se atrevía a moverse ni un centímetro. Tres horas después, el automóvil se detuvo.
Anaís contempló la desolación exterior y sintió una oleada de inexplicable fastidio.
-¿Martínez, seguro que es aquí?
-Sí.
Anaís, alterada, exclamó:
-¿Pero qué es esto? ¡Son puras ruinas! Ni se ve dónde estaba la finca, parece que hasta se quemó. ¿Qué vamos a encontrar aquí? Yo pensé que habría una farmacia o algo cerca… ¡Tres horas de camino para llegar a un lugar todavía más perdido! ¿Quieres que el señor Lobos se nos muera aquí en el coche?
Durante todo el trayecto no habían visto una sola casa. Si esto era un desastre, ¿a qué habían venido?
“¿Y Efraín? ¿Por qué no dijo que esto eran ruinas?”
Anaís ya estaba angustiada, y al sentir el calor que emanaba de Efraín, se preocupó todavía
más.
“¿Y ahora qué? ¿Regresar las tres horas?”
Respiró hondo y bajó la ventanilla a su lado.
-Martínez, pide ayuda, ¿sí? Que vengan por nosotros.
Lucas asintió, sacó su celular con calma y se alejó un poco.
-No hay señal, señorita Villagra. Usted y el señor Lobos espérenme en el coche. Voy a buscar dónde agarre señal. Si no vuelvo, regrese usted en el coche. Yo veo cómo volver.
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Capítulo 423
Anaís se quedó desconcertada.
“¿Volver solo? ¿Pero cómo?”
Pero Lucas ya se alejaba, celular en mano.
No le quedó más remedio que subir la ventanilla para conservar el calor.
Se sentó frente a Efraín, sacó una botella de agua y le dio unas suaves palmadas en la mejilla.
-Señor Lobos, tome un poco de agua.
Efraín entreabrió los ojos, la miró y volteó la cara, negándose a beber.
Anaís le acercó la botella a los labios.
-Tiene los labios resecos por la fiebre, mójese un poco.
Efraín frunció el entrecejo y volvió a apartar la cara.
Sin más opción, Anaís vertió un poco de agua en su palma y se la acercó, humedeciéndole los labios con la punta de los dedos.
Estaban tan próximos que, al rozar sus labios, tuvo la fugaz impresión de que él le besaba los
dedos.
Levantó la vista y se encontró con la mirada fija de Efraín; retrocedió de inmediato.
El Efraín vulnerable era muy distinto al habitual. Su mirada era tan intensa que resultaba casi imposible sostenerla.
Anaís comprendió que deliraba por la fiebre, que quizá la confundía con alguien más.
“¿Con quién?”
“¿Con su amor perdido?”
Pero no podía culpar a alguien que deliraba. Dejó la botella de agua en silencio, con ganas de
salir a tomar aire.
Justo cuando se daba la vuelta, él la sujetó por la muñeca. No dijo nada, pero hasta el aire alrededor parecía querer retenerla.
-Señor Lobos, descanse un poco, yo voy a bajar…
Antes de que terminara la frase, la mano de él resbaló de la muñeca hasta sus dedos,
entrelazándolos con los de ella.
El calor se transmitió entre ellos; el espacio dentro del coche se sintió de pronto más denso.
Anaís, casi por reflejo, intentó zafarse, pero él la sujetó con firmeza.
-Señor Lobos, me está confundiendo.
Lo dijo en voz baja, pero ya no forcejeó.
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Capítulo 423
En el fondo, no quería que a Efraín le pasara nada malo.
Efraín, con los ojos cerrados, tiró de ella hacia sí.
Anaís reaccionó rápido y puso una mano entre ambos, evitando caer sobre él.
Creyó que él insistiría, pero solo ladeó la cabeza y siguió apoyado en su hombro.
Anaís bajó la mirada y escuchó una voz ronca junto a su oído:
-¿Podrías dejarme hacer lo que quiero…, solo por esta vez?
17.05.2