Capítulo 427
Ella respiró hondo y decidió dejar el celular a un lado, sin intención de contestar más.
Cuando despertó, ya eran las diez de la noche. Tenía algo de hambre, pero no había nada en el refrigerador, así que se levantó para ir al supermercado.
Apenas abrió la puerta de su casa, se encontró con Irene, que también iba saliendo.
Irene llevaba una canasta tejida en la mano; arqueó una ceja.
-¿Vas al súper?
Decidieron ir juntas.
Anaís notó las decoraciones navideñas en el supermercado y recordó que la Navidad estaba
cerca.
No recordaba bien cómo la había pasado el año anterior, pero en ese entonces toda la familia Villagra estaba reunida.
El supermercado de la zona era para los residentes de las villas y casas grandes cercanas; la mayoría de los productos eran importados.
Anaís vio a Irene detenida ante un exhibidor de joyería de jade, algo extrañada.
-¿Para quién compras?
Irene sostenía un brazalete de buen jade.
-Para mi mamá, cumple años en unos días.
-¿Entonces vas a ir?
-Sí.
Ir significaba ver a Iván, lo cual le fastidiaba un poco.
Anaís solo compró algo de comida. Al pasar por la sección de flores, su mirada se desvió instintivamente hacia las flores de ciruelo.
Compró un pequeño ramo. Escuchó que Irene le preguntaba:
-¿Vas a pasar Navidad sola?
Lo que había pasado con la familia Villagra era bien sabido en su círculo, y todos especulaban sobre el misterioso novio de Anaís.
-Probablemente. Quizá vaya a ver a Raúl.
Justo cuando terminaba de hablar, escuchó una voz conocida: era Sofía.
-Envuélvanme todas estas, quiero todas las flores de ciruelo.
Sofía acababa de estar en Bahía de las Palmeras, donde el personal le había comentado que,
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al
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parecer, a Efraín le gustaban las flores de ciruelo.
Qué extraño, nunca había oído que le gustaran las flores.
Como iba a visitar a un amigo por la zona, decidió pasar al supermercado para llevarle todas las flores de ciruelo a Efraín.
No esperaba encontrarse con Anaís, y menos verla con flores de ciruelo en las manos.
Sofía no pudo evitar pensar que Anaís también compraba esas flores porque se había enterado del gusto de Efraín y quería congraciarse con él.
Su expresión cambió al instante. Se acercó a grandes pasos.
-Anaís, suelta esas flores. Hoy no tengo ganas de discutir contigo.
Anaís ya se había irritado solo con oír su voz. Pero esas flores eran para Z, ¿por qué iba a soltarlas?
El rostro de Sofía enrojeció de furia; casi le apuntó con el dedo a la cara.
-¡No te hagas la tonta! ¡Sé perfecto que se las piensas llevar a Efraín! ¿Cuántas veces te tengo que decir que te alejes de él?
No podía controlar su rabia; era como si un tesoro que había cuidado por años estuviera a punto de serle arrebatado. Una sensación de pánico la invadió.
Al ver las flores en brazos de Anaís, levantó la mano de golpe y le arrebató las ramas, haciéndolas pedazos.
Irene, a un lado, se quedó pasmada. Intentó proteger a Anaís, pero esta se le adelantó y arrojó lo que quedaba de las flores hacia Sofía.
-¡Sofía! ¿Estás loca?
Sofía, con los ojos llorosos y cubriéndose la frente golpeada, repasó todos sus conflictos con Anaís y sintió de pronto la urgencia de quitar a esa mujer de su camino.
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