Capítulo 428
Sus labios se crisparon, la mirada que clavó en Anaís era de una furia salvaje, casi asesina.
Anaís frunció el ceño, indignada al ver el suelo tapizado con las flores que ella había escogido.
Sofía apretó los labios, conteniendo su rabia, y dijo con voz grave:
-Ya veremos.
Dicho esto, se dirigió al mostrador para pagar e instruyó que enviaran todas las flores de ciruelo restantes a Bahía de las Palmeras.
Anaís se quedó inmóvil, sintiendo una profunda desazón.
Irene la palmeó en el hombro.
-Cuídate mucho estos días. Siento que anda medio rara.
Anaís forzó una sonrisa amarga.
“No solo rara, parece que se me pegó una loca“.
Respiró hondo y decidió dejar las flores; regresaría a casa solo con lo que había comprado para
comer.
Mientras tanto, Sofía llegó a Bahía de las Palmeras cargada con brazadas de flores de ciruelo y, con aire triunfal, se las indicó a los empleados.
-A ver, pongan estas flores en un buen florero.
Uno de los empleados se aventuró a decir:
-Señorita, el mejor florero se lo llevó el señor Lobos. Vio muchísimos y ninguno le gustó, al final Martínez le consiguió uno mientras tanto.
Sofía se quedó desconcertada.
“¿De verdad a Efraín le gustaban tanto las flores de ciruelo?”
Vio a Lucas y se apresuró a interceptarlo.
-Lucas, ¿me haces el favor de llevarle estas flores a Efraín?
Desde el incidente en que entró sin permiso al dormitorio principal y molestó a Efraín, no se había atrevido a acercarse de nuevo.
Ahora solo podía pedirle ayuda a Lucas.
Lucas observó la cantidad de flores de ciruelo que abarrotaban el salón y suspiró.
-Señorita, mejor lléveselas. No vaya a molestar al señor presidente.
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Ella replicó, confundida:
-Pero si acabo de preguntar y me dijeron que ahora le encantan. Tú eres su asistente, ¿no sabías? ¡Hasta tiene flores de ciruelo en su cuarto esta noche!
Lucas lanzó una mirada significativa a los empleados. En Bahía de las Palmeras, la discreción era primordial; nada sobre el presidente debía trascender.
Los empleados, al darse cuenta de su error, rápidamente desviaron la mirada.
Lucas le dedicó una sonrisa forzada a Sofía.
-Señorita Lobos, hágame caso, por favor. Llévese las flores.
La expresión de Sofía se ensombreció. Ordenó a los empleados que tiraran las flores.
Había pasado años estudiando meticulosamente cada preferencia de Efraín, solo para descubrir que parecía no desear nada, que nada le importaba realmente.
Esta vez, creía haber encontrado una pista -su gusto por las flores-, pero las palabras de
Lucas la habían desalentado una vez más.
Sin embargo, estaba segura de que los empleados no mentirían. Efraín había apreciado unas
flores de ciruelo esa noche.
Si no era por las flores mismas, entonces…
Sus pupilas se contrajeron bruscamente. Estrujó las flores que aún sostenía, las espinas casi perforando sus palmas.
Uno de los empleados se apresuró a buscar un botiquín, pero se detuvo al verla esbozar una leve y extraña sonrisa.
ey
-Recojan esto, por favor. Me surgió algo, tengo que irme.
Dicho esto, salió bruscamente y condujo directo hacia el departamento de Anaís.
Anaís estaba cocinando cuando un golpe violento resonó en la puerta.
Al abrir, se encontró con Sofía, cuyo rostro mostraba una expresión descompuesta.
Tenía los ojos inyectados en sangre y de una de sus manos, cerrada con fuerza, goteaba
sangre.
Levantó la vista hacia Anaís, su voz sonó rasposa.
-Anaís, las flores de ciruelo que recibió Efraín hoy… ¿se las mandaste tú?
Anaís frunció el ceño y trató de cerrar la puerta.
Pero Sofía interpuso la mano herida para bloquearla, sin inmutarse siquiera cuando la puerta se cerró sobre su palma.
“¿No se habrá roto los dedos?”
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-Anaís, solo dime, ¿fuiste tú?
-Sí, ¿algún problema? El señor Lobos me las pidió.
El color huyó del rostro de Sofía. Retrocedió varios pasos, con una mezcla de furia y desolación en la mirada.
Anaís cerró la puerta de golpe, harta de lidiar con ella.
Mientras tanto, Sofía se sentía como si hubiera recibido un golpe demoledor.
“Sus sospechas eran ciertas. Pero ¿cómo? ¿Por qué tenía que ser Anaís?”
Salió del edificio arrastrando los pies, y se topó con Roberto justo afuera del complejo.
A Sofía se le llenaron los ojos de lágrimas y se aferró a su brazo.
-Ay, hermano…
Lloró un momento, pero pronto las lágrimas se secaron. El dolor era tan agudo que la dejó paralizada, insensible.
Sentía un rencor que la consumía.
“¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar esto?”
De pronto, se secó las lágrimas con brusquedad. Una determinación implacable nació dentro
de ella.
No podía esperar más. Tenía que deshacerse de Anaís. Tenía que hacerla desaparecer para
siempre.
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