Capítulo 67
Tres días después.
-¡Toc, toc, toc!-Carolina estaba frente a la puerta de la suite del hotel, tocando con insistencia.
-Carlos, ¿estás adentro?
No hubo respuesta alguna.
Carolina hizo mala cara y, al instante, sacó su celular para hacer una llamada.
Sonó durante bastante tiempo sin que nadie respondiera, hasta que la llamada por fin se cortó automáticamente.
Desde que regresó de la casa de Fernando, Carlos no había vuelto a contactarse con ella.
No respondía los mensajes, no atendía las llamadas, y cuando fue al hotel, tampoco le abrió la puerta.
Al consultar en la recepción, Carolina descubrió que Carlos no había hecho el registro de salida. -¡Toc, toc, toc!-Golpeó de nuevo la puerta con fuerza.
-¡Carlos, abre la puerta! ¡Si no me abres hoy, seguiré aquí tocando hasta que lo hagas!
Carolina estuvo golpeando la puerta durante diez minutos, hasta que finalmente esta se abrió.
El fuerte olor a cigarro y alcohol la golpeó de forma abrupta, haciéndola sentirse nauseabunda.
-¿Qué es ese olor?-Carolina se tapó la nariz, mostrando evidente desagrado.
Al mirar a Carlos, vio que sus ojos estaban hundidos, su barba crecida, su rostro grasoso, y su cuerpo impregnado por completo con el olor a tabaco y alcohol, mezclado con un tufo desagradable. Claramente no se había bañado en varios días.
Conteniendo el profundo asco, Carolina le preguntó: -¿Cómo te has dejado llegar a esto?
–
Carlos, con los ojos apagados y totalmente derrotado, respondió sin energía: ¿Por qué, qué pasa?
-Te he estado buscando estos días, me preocupaba no poder contactarte.–Carolina empujó la puerta y entró en la habitación.
Las cortinas estaban cerradas y no había luz encendida; el cuarto estaba oscuro a pesar de ser pleno día.
Carolina se apresuró y encendió la luz.
La enorme suite estaba llena de botellas vacías de licor, y sobre la mesa, el cenicero estaba tan lleno de colillas que no cabían más, mientras las cenizas caían por todas partes.
Carolina abrió el ventilador de extracción, luego se acercó a la ventana, corrió las cortinas y abrió la ventana.
-Carlos, ¿acaso, piensas seguir así todo el tiempo? ¿Qué va a pasar con el Grupo Financiero Rodríguez? No hemos conseguido la inversión de Grupo Finaciero López, y en estos días, el señor Héctor ha estado corriendo como loco de un lado a otro, pero ninguna empresa quiere invertir en el Grupo Rodríguez. Después de indagar, nos enteramos que la presión viene desde el lado del prometido de Luisa.
Carolina miró fijamente a Carlos: -¿Sabes quién es el prometido de Luisa? Es Andrés, el presidente del Grupo Martinez. Su familia tiene aún más poder que la familia López. Tienen un abuelo que trabaja como funcionario en el Puerto de Marisol, y cuando Andrés habla, ¿quién en Puerto Bella se atrevería a invertir en el Grupo Rodríguez?
Carlos parecía como una simple marioneta sin alma, estaba vacío de expresión y no
reaccionaba a lo que Carolina decía.
Carolina habló por un largo rato sola, viendo que no respondía ni una sola palabra, frustrada dio un paso firme y dio media vuelta para irse.
La habitación volvió a quedar en absoluto silencio.
Carlos, como un zombi, arrastró su cuerpo ya entumecido hacia el interior de la suite.
Había estado demasiado tiempo en la oscuridad, y cuando de repente la luz del sol lo golpeó, no pudo adaptarse al cambio. Un mareo lo invadió, y su imponente figura tambaleó, casi
cayendo.
Se detuvo junto a la ventana, mirando fijamente al exterior.
El sol brillaba radiante.
Pasaron varios minutos antes de que tomara su celular.
Cientos de llamadas perdidas, innumerables mensajes de WhatsApp, pero él no había respondido ninguno.
Justo en ese preciso momento, recibió una llamada de Santiago.
Carlos recordó algo, y con un movimiento, respondió.
-Santiago, ¿dónde has estado? ¿Por qué no puedo encontrarme contigo? -Santiago, con tono dudoso, le habló una vez que la llamada se conectó.–¿¿Viste todos los mensajes que te
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mandé?
Carlos, con la voz áspera, contestó: -¿Sigues aún en Francia?
Santiago no se esperaba esa pregunta. Se quedó en silencio, pero luego confundido respondió: -Sí, ¿por qué? Regreso mañana a casa.
–Necesito que me compres algo.
-Claro, me lo envías.–Santiago hizo una pausa, y luego agregó,-Pero ¿dime qué te pasó con la voz? ¿Por qué suena tan rasposa?
Hubo un momento de silencio.
Carlos‘, con voz apagada, le murmuró: -Ella va a comprometerse.
-¿Comprometerse?-Santiago no entendió lo que decía.–¿Quién va a comprometerse?