Capítulo 69
Ricardo, que tenía fama de ser un hablador, lo afirmó y agregó: -¡Sí! Me preguntaba por qué, apenas llegó, invitó a todos los compañeros del bufete a cenar precisamente en El Palacio del Sabor sin escatimar en gastos. ¡La cuenta fue de más de diez mil dólares y ni siquiera se inmutó! Resulta que tiene un jefe en las sombras.
Mariana la miró con desprecio.–Una vergüenza para la profesión.
Al día siguiente, lunes.
Consultores Legales Rivera.
Casi a la hora de salida, la supervisora Isabella se acercó apresurada al escritorio de Luisa y le entregó un expediente.
-Luisa, según las normas del bufete, negociar con los clientes es tarea del departamento comercial. Pero ya sabes, ser abogado requiere habilidades de negociación. En muchas ocasiones, es mejor que uno mismo cierre los casos. Aquí tengo uno para que lo manejes.
Luisa de inmediato tomó el expediente y lo revisó con detenimiento.
Isabella continuó: -Si logras cerrar este caso, te daré un veinte por ciento de comisión, conforme a los estándares del departamento comercial. Se sumará a la comisión habitual de los honorarios legales.
La verdad `para Luisa, la comisión no era lo más importante.
Lo
que
realmente le interesaba era la oportunidad de mejorar sus habilidades de negociación.
En su anterior trabajo en Ciudad de la Esperanza, los casos eran gestionados primero por el departamento comercial antes de llegar a los abogados. Además, como no tenía muchos contactos allí, rara vez tenía la oportunidad de negociar directamente con los clientes.
Así que aceptó con agrado la tarea y levantó la vista hacia Isabella.–De acuerdo, supervisora
Isabella.
Isabella le dio una palmadita en el hombro, en un gesto tranquilizador.—A las siete en punto, en el club La Serpentina. Le pedí a Ricardo que te acompañe. Muchas gracias por quedarte después del horario habitual de tu trabajo.
Luisa contestó.–No hay problema.
Seis y media de la tarde.
Capitulo 64
A las seis y media de la tarde, Luisa muy puntual se acercó al escritorio de Ricardo. Ricardo, ¿ cómo vamos a ir?
Él la miró con una expresión algo extraña, con un deje de desprecio.–Pues podrías impresionar a todos llegando en el Rolls–Royce de tu novio.
Ayer, cuando fueron al hospital a visitar a un compañero, Mariana y Ricardo vieron a Luisa bajarse de un Rolls–Royce. Ricardo incluso le había preguntado al respecto en ese momento.
Luisa hizo mala cara al escuchar su comentario.–A estas alturas, no hay tiempo para pedirle que venga por mí. Tomaré un taxi.
Tenía su propio auto, pero lo había dejado en la mansión de los González. Cuando regresó a su apartamento, fue Andrés quien la llevó, así que no había podido traerlo de regreso.
Además, Isabella solo le había informado al final del día que debía salir a negociar el caso. No había forma de ir a buscar su auto ahora.
Ricardo sonrió sarcástico. -¿Te duele verdad? Eso es algo normal. Acaso nosotros, los humildes empleados, no tenemos derecho alguno a sentarnos en el Rolls–Royce de tu jefe. Y ahora dices que vas a tomar un taxi… ¿qué pasa, mi Porsche Macan no está a tu altura? Claro, no se compara con un Rolls–Royce.
Luisa lo miró malhumorada y con un tono de evidente molestia. —¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Tienes algún problema conmigo o qué? No paras de llamarlo “tu jefe“, ¿qué insinúas?
Ricardo sonrió con burla.–Ay, abogada Luisa, no te lo tomes a mal. Solo te estaba halagando. No todos tienen la suerte de conquistar a un hombre con un Rolls–Royce. Por eso te envidio.
Luisa suspiró fastidiada. -¿Te hice algo? ¿Por qué tanta ironía? ¿Acaso te costó algo el Rolls- Royce?
Ricardo gruñó.-Como si tuviera el dinero para eso.
Luisa lo fulminó con la mirada y le respondió sin rodeos: -Nunca había visto a alguien tan chismoso como este tipo. En lugar de andar criticando, mejor esfuérzate por conseguir lo que quieres. ¿O para ti es más fácil quedarte ahí amargado?
Ese comentario tocó una fibra sensible en Ricardo. Su expresión se ensombreció enseguida y, sintiéndose bastante ofendido, soltó con desprecio: -¡Sí, claro! Te envidio. Ojalá yo fuera mujer para poder seducir a un hombre rico como tú.
Luisa sintió que la sangre le hervía de indignación. Apretó con fuerza los dientes y le advirtió: –Tú también eres abogado, ¿no es así? Deberías saber que la difamación es un terrible delito. Te aconsejo que cuides tus palabras. Si sigues hablando de esa manera, no me importará el ” compañerismo” y te haré pagar por tus calumnias.
Castelo 69
3/3
Ricardo pareció darse cuenta en ese momento de que se había pasado. Rodó los ojos, tomó su maletín y se marchó sin decir más.
Luisa respiró hondo para calmarse y, sin darle más vueltas al asunto, pidió un taxi.
El Club La Serpentina estaba cerca del bufete, a solo diez minutos en auto.
Cuando llegó y abrió la puerta del reservado, vio a Ricardo bebiendo con dos clientes.
Ambos eran empresarios de unos cuarenta y tantos años. Cada uno tenía una mujer maquillada de forma extravagante sentada en sus piernas.
Tan pronto como Luisa entró, todas las miradas en la sala se posaron justo en ella.