Capítulo 434
Los dos que protagonizaron el escándalo en la fiesta ya se habían ido, y los presentes comenzaban a asimilar lo ocurrido.
Alguien se frotó los ojos y preguntó al invitado a su lado:
-¿No fue mi imaginación, verdad?
-No, claro que no. Todos lo vimos.
Esa noche, todos los asistentes eran personas influyentes, la mayoría buscando hacer contactos, y nadie esperaba que Efraín apareciera, y menos aún que protagonizara una escena así.
Era Efraín, al fin y al cabo.
Dos años atrás, tras irse al extranjero, el Grupo Lobos continuó creciendo bajo su mando, acaparando portadas de los principales periódicos financieros internacionales. Muchísima gente quería asociarse con él, pero conseguir una cita era imposible. Y ahora, una mujer se le sentaba encima en público.
Todos intercambiaban miradas y susurros.
Mientras, Sofía se ocultaba tras ellos; la copa en su mano se había roto, los fragmentos se clavaban en su palma y la sangre le escurría por la mano.
Adrián, que estaba a su lado, vio la escena y buscó congraciarse de inmediato.
-Sofía, déjame llevarte al hospital a que te revisen esa mano.
Esa noche, Adrián había puesto algo en la bebida de Anaís por órdenes de Sofía.
Sofía incluso había planeado que Anaís terminara con Roberto.
Convenientemente, todos estaban presentes. Si Anaís se liaba con su hermano a la vista general, todos la tacharían de ser una mujer desesperada por llamar la atención.
Pero, a pesar de sus cálculos, no contó con que Efraín apareciera.
Sintió como si le hubieran dado una bofetada. Tenía los labios pálidos y todo el cuerpo le temblaba.
Adrián se preocupó y, justo cuando iba a sujetarla, ella lo apartó de un empujón.
-Adrián, ¡ni siquiera algo tan simple puedes hacer bien! Eres un inútil.
Adrián, acostumbrado a seguir las órdenes de Sofía, no se atrevió a replicar y se guardó su frustración.
Sofía se alejó y casi tropezó al salir.
Al llegar a su coche, vio a lo lejos a su hermano, recargado en un pilar, fumando. Su expresión
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Capitulo 434
era tranquila, pero apretaba tanto el puño que se le marcaban las venas.
Claramente, Efrain los había utilizado a todos.
Pero nadie creeria que Efraín lo hubiera hecho a propósito.
Para todos, él nunca tomaba la iniciativa, a menos que fuera para comprar una empresa o arruinar a alguien.
Sofia intentó no darle vueltas, pero cuanto más pensaba, más celos sentía, hasta el punto de
ahogarse.
Llevaron a Anaís al auto; su consciencia seguía nublada.
La oscuridad del coche y la cercana presencia masculina no la repelían, sino que nublaban su juicio.
Quiso besarlo, pero Efraín se apartó.
Contrariada, ella le sujetó la barbilla con una mano.
-¿Por qué te quitas?
Efraín no contestó. Su mano en la cintura de ella, acariciándola ambiguamente.
La sensación era una tortura lenta que Anaís apenas soportaba. Se inclinó para besarlo, pero él puso un dedo sobre sus labios.
Anaís entrecerró los ojos y le mordió el dedo.
Él no dijo nada; su dedo avanzó un poco más, inmovilizando la lengua de ella.
Con la boca entreabierta, solo pudo mirarlo, pidiéndole con los ojos que la soltara.
El auto se detuvo en Bahía de las Palmeras. Habían despachado a todo el servicio con antelación.
Efraín la subió en brazos por la escalera.
Anaís le rodeó el cuello con las manos; sentía el cuerpo ardiendo.
Un instante después, la dejó caer en una tina llena de agua helada.
El impacto del agua la despertó de golpe. Levantó la cabeza para mirar al hombre frente a ella.
-¿Señor Lobos?
Los labios, el cuello y la camisa de Efraín mostraban evidentes rastros de lápiz labial.
El corazón de Anaís dio un vuelco al recordar lo sucedido en la fiesta; sintió una profunda vergüenza.
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