Capítulo 432
Su mente conectó de inmediato con la copa de vino. Pero ¿cómo habrían podido dársela específicamente a ella en medio de tanta gente?
Sus ojos buscaron frenéticamente a alguien conocido entre la multitud y se posaron en
Roberto.
Al verla, Roberto también se acercó de inmediato.
-Anaís, ¿qué tienes? ¿Te sientes mal?
Anaís intentó hablar, pero una nueva oleada de calor la sofocó, seguida de una picazón insoportable que parecía nacerle bajo la piel.
La comezón era profunda, casi ósea, y rascarse apenas ofrecía un alivio momentáneo e inútil.
Cerró los ojos y negó con la cabeza.
Estaban rodeados de gente del círculo social. Si se mostraba vulnerable con Roberto ahora, bajo la mirada de todos, los rumores sobre ella se dispararían.
Su instinto fue darse la vuelta y buscar un lugar apartado donde ocultarse.
Pero Roberto levantó la mano y sujetó su muñeca.
-Anaís, ¿qué tienes? Dime. Si te sientes mal, te llevo a tu casa.
El mundo empezaba a volverse borroso para Anaís. No tenía fuerzas ni claridad para discutir
con él.
Una necesidad abrumadora de contacto físico la invadió. La droga la estaba doblegando.
Roberto intentó acercarse más, pero Anaís lo empujó con brusquedad.
-¡No te me acerques!
El empujón fue tan inesperado y fuerte que Roberto trastabilló hacia atrás.
Siendo ellos el foco de tantos rumores, su interacción no pasó desapercibida; muchas miradas curiosas se volvieron hacia ellos.
La mayoría observaba abiertamente, esperando ver cómo se desarrollaba el drama.
Anaís sentía que perdía el control. Su mirada se fijó en una copa cercana; pensó en estrellarla y usar un fragmento para hacerse un corte, cualquier cosa que la ayudara a recuperar la lucidez. En ese instante de desesperación, Roberto solo se ajustó la ropa con calma.
-Anaís, vámonos. Te llevo a tu casa.
Él intentó acercarse de nuevo.
Anaís sentía un fuego consumiéndola por dentro; estaba a punto de quebrarse.
1/2
19:47
Capitulo 432
De repente, el gran candelabro de cristal sobre ellos parpadeó un par de veces y el salón quedó a oscuras. Casi de inmediato, resonó el estrépito de cristales rotos, como si la torre de copas de champán se hubiera derrumbado.
El estruendo atrajo la atención general; todos se volvieron instintivamente hacia el origen del
ruido.
En la penumbra repentina, Anais percibió una respiración familiar a su lado. Antes de poder procesario, su cuerpo se movió instintivamente hacia esa presencia.
El hombre, tomado por sorpresa, reaccionó rodeándola por la cintura y apartándola con rapidez del centro del salón. Todo ocurrió en segundos.
Cuando las luces volvieron a encenderse, Anais había desaparecido.
Roberto observó el lugar vacío donde había estado Anaís, con el rostro contraído por la frustración. Todo había sido tan rápido que no pudo hacer nada.
Busco ansiosamente con la mirada a su alrededor, intentando averiguar quién se la había llevado y adónde.
No la vio en el primer piso, así que subió rápidamente al segundo. En una esquina, se topó con Andrés.
Andrés sostenía su copa con aire despreocupado. El apagón lo había tomado por sorpresa tanto como a los demás. Había venido esperando presenciar algún movimiento de Efraín, quizás para tener algo que reportarle al abuelo.
No esperaba que ocurriera algo como esto.
Roberto lo ignoró y siguió su camino escaleras arriba, apremiado.
Andrés, sin embargo, levantó la mano para detenerlo.
-Rober, ¿a dónde vas? Ya no ganas nada buscándola. Mejor que esto se sepa.
Roberto apartó su mano con brusquedad y replicó con sorna:
-No necesito tus consejos. Mejor preocupate por ti mismo y por curarte.
212