Capítulo 88
Andrés sonrió y le replico: -¿Amenazarme? ¿Tú? ¿Tu creíste que tenías derecho?
Cuando estaban en la preparatoria, Alma le confesó su amor, y él la rechazó de forma educada.
Pero esa chica, como un pedazo de cinta adhesiva, siempre lo seguía a todas partes.
En la escuela, su insistencia por seguirlo se hizo enseguida conocida.
Andrés, harto de la situación, usó la influencia de su familia para obligarla a cambiar de escuela.
Después de que Alma se mudó, por fin pudo tener algo de paz.
Sin embargo, la tranquilidad no duró por mucho tiempo. Al ingresar a la universidad, la volvió
a encontrar.
No sabía cómo, pero Alma había averiguado en qué universidad se había inscrito, la Universidad del Valle de la Esperanza, y también logró ingresar allí.
Cada día le llevaba el desayuno, lo seguía a clases y no paraba de enviarle cartas de amor y pequeños regalos.
Alma se convirtió de nuevo en el centro de atención de la universidad por perseguirlo.
Alma lloraba desconsolada: -Entre sollozos dijo: Andrés, ¿realmente no te ha importado en nada mi vida? ¿Dime por qué eres tan cruel? ¿Acaso mi vida no vale más que una simple ceremonia de compromiso?
Andrés, tranquilo como un robot sin emociones, respondió con un tono frío y distante: -Este tipo de cosas tal vez sirvan con otros hombres, pero a mí la verdad no me afecta.
Alma intentó seguir hablando, pero Andrés no le dio la oportunidad de hacerlo.
No siguió perdiendo el tiempo con ella y, tras cortar la llamada de manera tajante, envió a alguien a buscarla. La ceremonia de compromiso seguiría adelante tal como estaba planeada, con o sin esa loca.
No es que le importara Alma, sino que, si no la encontraba con rapidez, ella seguro trataría de arruinar la ceremonia de compromiso de ese día.
Si en verdad se llegase a tirar desde el edificio y moría durante su compromiso con Luisa, eso sería un desastre.
La muerte de alguien en su ceremonia de compromiso dejaría una huella psicológica en Luisa y, tal vez, eso acabaría definitivamente con su boda.
Capitulo 56
En una habitación de la hacienda.
Después de que la llamada fuera cortada sin piedad, Alma permaneció inmóvil por unos segundos, luego lanzó el celular contra la pared con fuerza y, como loca, comenzó a descontrolarse, arrojando objetos por todo el lugar.
En la habitación, Valentina observaba con frialdad a Alma perder el control. -Señorita Alma, ¿ cómo pudiste ser tan impulsiva?
Después de destruir los objetos, Alma se desplomó en el suelo, mirando al vacío y
murmurando para sí misma: -¿De verdad no le importa mi vida? ¿Por qué es tan desalmado y no le importa mi vida?
Valentina soltó una risa desdeñosa, con desprecio en su mirada. Encendió tranquila un cigarro.
Unos golpes resonaron en la puerta.
El guardaespaldas detrás de Valentina se levantó y abrió la puerta.
-Señorita Valentina, la mujer tenía guardaespaldas, no hubo oportunidad de atraparla, pero sí conseguimos a una pequeña.- Desde afuera, un guardaespaldas alto y vestido de negro levantaba orgulloso a Violeta por el brazo, como si fuera un polluelo.
Violeta tenía las manos atadas a la espalda con una cuerda, pataleaba y luchaba desesperada, con la boca tapada por una cinta negra y los ojos llenos de terror.
Valentina dio una calada a su cigarro, exhaló el humo y, con voz suave y profunda, murmuró:
-Eres una basura.
El guardaespaldas bajó la cabeza y no dijo nada.
Valentina miró su reloj con calma.–Ya es hora, vamos.
Se levantó, y mirando desde lo alto a Alma, que seguía aún sentada en el suelo llorando desconsolada, sonrió con desprecio.
Su risa era como la de un demonio del infierno, una sonrisa que, aunque visible, transmitía
una sensación de terror.
-Señorita Alma, le sugiero que se reponga y sigamos con el plan. Si algo sale mal por tu culpa, ni un centavo de la medicina de tu padre te voy a dar.
Tras decir esto, Valentina no esperó ninguna reacción de Alma y, sin más, se dio la vuelta y se fue.
Alma, limpiándose con las manos las lágrimas, se levantó del suelo y, perdida, comenzó a seguirla.