Capítulo 592
-No exageres sonrió Luciana, sin poder evitarlo. Es cierto que estoy un poco débil, pero nada grave…
-Luciana -la interrumpió Alejandro con tono severo, muy distinto al suyo habitual-. No estoy bromeando, ni es una sugerencia.
Desvió la mirada hacia su vientre.
-¿De verdad no piensas en ti y tampoco en el bebé?
Aquello la hizo vacilar. Se mordió los labios.
-Es que… no quiero fallarle a mi trabajo.
Alejandro soltó un suspiro de resignación y, alzando una mano, le acarició la cabeza.
-Descuida, buscaré una solución.
Sacó su celular y marcó el número de Delio, explicándole en pocas palabras la situación.
-Delio, discúlpame. No la he cuidado bien y Luciana está realmente indispuesta. Disculpa las molestias que pueda ocasionar… Entiendo, gracias… —colgó la llamada y se volvió hacia ella—. Delio mandará a alguien para cubrirte. Me dijo que te quedes tranquila. Tenemos tiempo, el congreso empieza a las nueve y media.
Luciana miró sus manos entrelazadas sobre el vientre. Otra vez se sentía en deuda con él.
-Te agradezco todo esto -susurró.
ella Alejandro notó un amargo apretón en su pecho: ¿de verdad habían llegado al punto en que solo podía decirle “gracias” con tanta frialdad?
–
-No tienes por qué se limitó a responder, con una neutralidad ensayada—. Ve a lavarte la cara y cepillarte. Pediré a la cocina que te suban algo para desayunar; en cuanto termines, regresamos a Muonio.
-Está bien–asintió Luciana, levantándose con cuidado para entrar al baño.
Cuando salió, el desayuno ya estaba en la mesa. Apenas probó un par de bocados; su estómago no andaba muy receptivo después de la fiebre.
-¿No quieres más? -Alejandro le tendió una servilleta.
-No, con esto me basta -respondió ella, limpiándose los labios.
-De acuerdo.
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Capítulo 592
Él se volteó y tomó una bolsa que Sergio había dejado sobre el sofá. Sacó de allí un abrigo largo, de corte especial para embarazadas.
-Toma, póntelo -dijo, extendiéndoselo.
-Está bien, yo…
-iba a decir Luciana, intentando mostrar independencia, pero Alejandro ya había abierto la prenda, listo para sostenerla.
Ella terminó cediendo, sintiéndose un poco infantil mientras metía los brazos en las mangas. Una vez dentro, él se inclinó para abrochar la cremallera con cuidado. Luego esbozó una ligera
sonrisa.
-Listo. Ahora no te congelarás.
—Gracias —contestó ella, sintiendo el cuerpo bastante más abrigado.
En la salida, Luciana se fijó en la bolsa que había sobre la mesita.
—¿Y eso? ¿No te lo llevas?
Alejandro reconoció el paquete que Fernando había traído la noche anterior. Con gesto desdeñoso, sacudió la cabeza.
—No, es basura que no necesito. Deja que el servicio de limpieza se encargue. Vámonos.
-Oh… -murmuró ella, siguiendo su paso.
Afuera, la nevada era intensa: copos grandes cubrían los alrededores, volviendo el suelo una alfombra blanca y esponjosa. Luciana pisaba con mucha cautela, avanzando despacio para no resbalar.
Alejandro, al ver sus movimientos, le ofreció la mano con gesto protector.
-Está resbaloso. Déjame ayudarte, así estarás más segura.
Ella negó.
-No hace falta, puedo hacerlo sola -dijo con suavidad, aunque firme.
Al recibir esa negativa, él cerró la mano con algo de frustración y la retiró. Luciana continuó bajando la acera con pasos minúsculos, concentrada para no caerse.
Pero a veces ni la mayor prudencia evita un accidente. De pronto, tropezó con algo parecido a una piedra oculta bajo la nieve y perdió el equilibrio, lanzando un grito ahogado.
-¡Alejandro!
—¡Aquí estoy! —respondió él. En menos de un segundo, le pasó un brazo fuerte alrededor de
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la espalda, estabilizándola.