Capítulo 593
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Luciana, aún asustada, se aferró a él y alzó la vista, el corazón acelerado ante la posibilidad de
que pudo haber ocurrido.
lo
-Eso… estuve a punto de caer. Un leve temblor recorría su voz.
-¿Te asustaste mucho? -Alejandro la miró con remordimiento y preocupación. También él tenía el corazón a mil por hora. Bajó un poco la cabeza y susurró cerca de su oído-. Disculpame. Debería haberte insistido en que te apoyaras en mí…
Con aquella disculpa resonando, Alejandro no lo pensó más. Sin dar opción a réplica, la levantó en brazos.
-¡Ah! -soltó ella, sorprendida. Por puro reflejo, enroscó los brazos alrededor del cuello de Alejandro, acurrucándose contra su pecho como un gatito.
Él sintió que algo se le derretía dentro.
-Te llevo al auto. No falta mucho.
Mientras se acercaban, Sergio estaba listo junto a la puerta, la cual abrió para que Alejandro pudiera acomodar a Luciana en el asiento. Ella notó que había un cojín preparado con cuidado, algo que antes no se veía. ¿Lo habrían puesto pensando en su comodidad?
Luego, Alejandro subió también, dando instrucciones:
-Nos vamos. Despacio, no tenemos prisa.
-Entendido, señor Guzmán -respondió Sergio.
El coche avanzó suavemente mientras la nieve caía con mayor intensidad fuera. En el interior, la calefacción mantenía una temperatura agradable. Luciana se quitó el abrigo, pero enseguida Alejandro tomó una manta y se la extendió.
-Mejor cúbrete un poco -dijo él, con preocupación en la mirada.
Luciana asintió, acomodándose la manta. No pudo evitar sentir que, pese a todo, él estaba cuidándola con esmero.
Será alrededor de una hora de viaje. ¿Por qué no duermes un rato? -sugirió él.
Con la mirada fija en el perfil atractivo de Alejandro, Luciana decidió preguntar lo que llevaba
rondando su mente:
-¿Cómo es que estabas en Reeton? ¿Y cómo supiste en qué hotel me hospedaba?
Su primera sospecha era que él había ido a buscarla exclusivamente. Se sentía algo incómoda
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Capitulo 593
con esa posibilidad, y la inquietud se reflejaba en sus cejas levemente fruncidas. Necesitaba una respuesta concreta.
Alejandro retiró la mano con que le había acomodado la manta y dejó escapar una risa suave y contenida.
-Tenía una reunión con un socio comercial en Reeton. Justo me llamaron de Estancia Bosque del Verano para comentar que no lograban comunicarse contigo. Te marqué y me colgaste. Pensé que, estando tan cerca, lo mejor era pasar a ver cómo estabas.
La historia concordaba con la llamada perdida que Luciana había visto después. Entonces, ¿no había sido un viaje planeado solo por ella? De alguna forma, eso la tranquilizaba.
-Ya veo… -musitó, con el semblante relajándose poco a poco. Incluso se acomodó con más confianza en el asiento.
Alejandro captó el alivio que reflejaba su rostro y notó cómo su propia amargura crecía por dentro. “Luciana huye de mí como si fuera algo sucio…“, pensó, sintiendo una punzada en el pecho.
-Creo que voy a dormir un poco dijo ella al fin.
-Claro, descansa–contestó él, observándola cerrar los ojos mientras el hielo y la nieve se extendían afuera. En la mirada de Alejandro se reflejaba el mismo frío que había en el paisaje invernal.
El auto dejó la ciudad y entró a la autopista. Al parecer, Luciana se había quedado dormida, su rostro se veía sonrosado, casi igual que cuando tenía fiebre la noche anterior. Alejandro, inquieto, temía que la temperatura estuviera subiendo de nuevo. Con cautela, levantó la mano y la apoyó en su mejilla.
Por fortuna, la sintió fresca y no ardiente. Soltó un suspiro de alivio, retiró la mano y siguió contemplándola, con la mirada inmóvil sobre ella.
Bajo la manta, Luciana se esforzaba por mantener las manos cerradas en un puño. En realidad, no estaba dormida. Cada detalle de lo que Alejandro hacía -su mano, su calor, su respiración lo sentía con claridad. Notaba también su mirada intensa y, aunque había confiado en su promesa de “no sentir nada“, su actitud distaba mucho de esas palabras.
El viaje continuó en silencio, sin que ninguno de los dos hablara. Tras una hora, regresaron a
Muonio.
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