Capítulo 596
-Cuídese, abuelo. Vendré a visitarlo luego.
-De acuerdo, buena niña -respondió Miguel con afecto.
Luciana se volvió para salir sin mirar a Alejandro.
-¡Luciana…! -intentó llamarla él.
-¡Detente! —interrumpió Miguel, alzando la voz―. ¿Con qué derecho vas a perseguirla?
-Abuelo… -Alejandro estaba aturdido. No sabía qué hacer ni qué decir; el abuelo había movido todas sus fichas de pronto.
-No la sigas–repitió Miguel en un tono más suave, pero con cansancio-. Piensa en ti mismo … ¿Acaso quieres que tu hijo crezca guardándote el mismo rencor que tú guardas contra tu padre?
Esa frase caló hondo en Alejandro. Sintió un nudo que le oprimía el corazón. El abuelo sabía que aquellas palabras eran un golpe letal para él, pero consideraba necesario advertirle.
-Solo te pido algo continuó Miguel-: si tanto insistes en esa actriz, haz lo que quieras, pero mientras yo esté vivo, nunca la traigas ante mis ojos, ni la dejes pisar la casa de los
Guzmán.
Con eso, soltó un suspiro.
-Vete, quiero descansar.
***
Aun así, Alejandro no pudo evitar ir tras Luciana. Ella avanzaba con cuidado por el pasillo, sujetándose el vientre. Él la alcanzó en el momento en que las puertas del elevador se abrían y ambos entraron. El silencio en la cabina era total; solo estaban ellos dos.
El hombre tragó saliva, buscando las palabras adecuadas.
-Lo que el abuelo dijo… ¿cómo lo tomas?
Aludía a la posibilidad de divorcio. Luciana pensó un instante y respondió con serenidad:
–Sigo en la misma postura de antes. No quiero nada. En realidad, ya te debo mucho a ti ya tu familia. Basta con que tu abogado redacte un acuerdo. No hay bienes en disputa. En cuanto al bebé… es mío, así que tampoco hay problema con la custodia. No tenemos nada que negociar.
Le parecía un trámite sencillo. Sin amor y sin presiones externas, ya no veía motivos para conservar aquel matrimonio. Cada palabra salía con una calma fría, como un cuchillo que poco
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Capitulo 596
a poco iba hundiéndose en el pecho de Alejandro. Él sintió que se le encogía el corazón. *
Quería gritar que no estaba de acuerdo, que no deseaba dejarla ir. Pero… ¿con qué cara? Había sido él quien no la había valorado, quien la había herido una y otra vez. 6
Luciana interpretó su silencio como aceptación. Sintió como si por fin soltara un enorme peso de encima. Entonces las puertas del elevador se abrieron.
Ella dio un paso al frente:
–Entonces, así quedamos. Me voy… Adiós.
Alejandro pensó en sugerir acompañarla, pero antes de poder reaccionar, vio a Martina esperándola en la salida. Luciana se marchó de inmediato hacia ella.
-Hasta luego murmuró él, con un nudo en la
garganta.
Mientras Luciana se alejaba, una ligera sonrisa de alivio asomó en sus labios.
-Por fin… -murmuró en voz baja-. Todo se ha resuelto de la mejor manera posible.
-¡Marti! -exclamó, dando pasos ligeros hacia su amiga.
Detrás de ella, Alejandro contempló en silencio esa silueta que se alejaba, sintiendo de pronto un dolor desgarrador, tan intenso que parecía arrasarlo por dentro. Desde que estaban distanciados, era como si tuviera una herida clavada en el corazón, dolorosa, pero soportable. Sin embargo, en ese instante la herida pareció abrirse de golpe, desgarrando carne, nervios y toda su alma, como un terremoto que dejara la tierra yerma. 1
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