Capítulo 454
Anais sintió de repente que su pierna tocaba la de Efraín.
Si no hubiera sido por su mano que instintivamente se apoyó en su rodilla, probablemente ya se habría golpeado con él.
Anais levantó la mirada y se encontró con sus ojos tranquilos, pero llenos de una corriente
subterránea.
Su muñeca fue atrapada con firmeza y sintió que el calor de su contacto ardía en la piel.
-Las flores, no lo olvides.
-Si, claro.
Efraín la miró durante unos segundos más, luego maniobró su silla de ruedas y se dio la vuelta para irse. Parecía que recibir flores le alegraba más que un broche de doscientos mil pesos.
Anais se quedó allí, sin poder reaccionar, sintiendo que la presión en su muñeca aún persistía, que el calor en su piel crecía como enredaderas que la envolvían, arrastrándola hacia un abismo más profundo.
Miró su muñeca y, sin darse cuenta, la frotó suavemente.
Mientras tanto, Efraín llegó al piso de abajo, donde un carro negro ya lo esperaba.
Fausto estaba sentado en el carro, bajó la ventanilla y, apoyando su cabeza en una mano, preguntó:
-La familia Lobos siempre es un caos en las fiestas de fin de año, ¿verdad? ¿Los otros también regresarán?
A pesar de que el hijo mayor de Anselmo Lobos, Benjamín Lobos, ya estaba fuera de escena por un escándalo de infidelidad, aún quedaban su segundo hijo, Fidel Lobos, y el tercero, Óscar Lobos, que era el padre de Andrés Lobos. Esta familia no era fácil de manejar.
Además, con todos esos parientes lejanos, la familia Lobos siempre causaba problemas en las festividades.
Efraín miraba por la ventana, aparentemente sin prestar atención.
Fausto respiró profundamente.
-Y los del extranjero también. Mucha gente está pendiente de lo de tu pierna. Si puedes, es mejor que no salgas.
Pero antes de que terminara de hablar, Efraín cerró los ojos y, en un tono suave, dijo:
-No le busques problemas a ella.
Fausto, sorprendido por el comentario, apretó sus labios por un momento antes de crujir los nudillos.
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Capitulo 454
-¿Cuándo le he buscado problemas?
-De ahora en adelante, tampoco lo hagas.
Fausto se frotó el entrecejo y se recostó en el asiento.
-No he planeado hacerlo, pero lo que hiciste en la fiesta puso a San Fernando del Sol de cabeza. ¿Sabes cuántas personas la están observando? A veces no entiendo qué estás pensando.
Ponerla en el centro de la tormenta, ¿cuál es el objetivo?
Efraín levantó la mirada justo a tiempo para ver a Anaís salir del edificio.
Fausto esperaba su respuesta, pero al ver que Efraín miraba en otra dirección, y que su mirada se suavizaba, suspiró y le indicó al conductor:
-Arranca.
El carro comenzó a moverse lentamente.
Después de salir del edificio, Anaís condujo hasta una florería, pero allí solo había flores amarillas de invierno, y encontrar las de color rojo intenso era complicado.
Visitó tres florerías sin éxito, sintiéndose un poco desanimada, así que llamó a Miguel para preguntar si en las cercanías de San Fernando del Sol había algún lugar donde crecieran esas flores silvestres.
Miguel estaba en casa de Anaís organizando varios documentos, ya que se acercaba el fin de año y había acumulado mucho trabajo.
-Presidenta Villagra, hay muchas variedades de flores. ¿Cuál necesitas exactamente?
Anaís recordó el aspecto de las flores de la última vez.
-Un rojo puro y vibrante.
-Eso suena a la variedad de flores rojas de invierno, no es fácil de encontrar. Hace unos años, cuando fui con tu padre a cerrar un negocio, las vi en un rancho afuera de la ciudad. Además, ¿no sabías? Esa variedad está controlada desde su origen. El mercado de flores más grande está al sur, pero las mejores flores rojas las compró un misterioso dueño que las trasladó a un rancho. Nadie sabe quién es el dueño. Te paso la dirección, quizás tengas suerte.
Miguel no preguntó por qué Anaís quería esas flores, simplemente le envió la dirección.
Casualmente, el rancho estaba solo a unos kilómetros de donde Z vivía.
Sin embargo, el lugar donde vivía Z ya era bastante remoto. ¿Quién plantaria flores alli?
Anaís decidió probar suerte y ver si podía conseguir algunas.
Ya no tenía mucha credibilidad con Efraín, y no podía fallar otra vez.
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