Capítulo 447
-No tengo hambre todavía -dijo Dafne moviendo la cabeza-. Tú come primero, yo lo haré más tarde.
Al otro lado de la mesa, Gustavo disfrutaba de su comida, sorbiendo los fideos con
entusiasmo. ¡Qué delicioso!
Agustín miró de nuevo a Dafne.
Dafne sonrió con resignación-. Acabo de despertar, aún no tengo apetito, tú come.
Solo entonces Agustín comenzó a usar los cubiertos.
Hacía mucho tiempo que no probaba los fideos preparados por Dafne.
Los extrañaba.
Todavía tenían el mismo sabor de siempre.
Cuando Agustín y Gustavo llegaron, traían consigo una maleta y una mochila. El carro había avanzado hasta donde el camino de cemento del pueblo se volvía un sendero embarrado, imposible de transitar en auto, así que Gustavo había metido algunas prendas de cambio en la mochila y la llevó a cuestas todo el camino.
Después de comer, se dieron una ducha y se pusieron ropa limpia antes de irse a dormir.
Los equipos de rescate distribuyeron suministros de emergencia a los habitantes del pueblo y despejaron las carreteras bloqueadas por el lodo, piedras y basura.
El tendido eléctrico del pueblo también fue reparado.
Cuando Agustín despertó, ya eran las cuatro de la tarde.
El clima era excelente, con un sol brillante.
Desde la ventana del segundo piso, Agustín vio a Dafne tomando el sol en el patio, con los ojos entrecerrados y una expresión de tranquilidad.
Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Por alguna razón, al ver a Dafne tomando el sol, le vino a la mente la imagen de una pequeña tortuga asomando su cabeza sobre una roca para tomar el sol.
No podía negarlo, era bastante adorable.
Desde que regresaron de Aguamar, la relación entre Dafne y Agustín había cambiado de manera sutil.
Principalmente, la actitud de Dafne hacia Agustín había cambiado.
Ya no era tan fría como antes, y aunque aún no se habían reconciliado, había una sensación de coqueteo entre ellos.
Incluso Luna se había dado cuenta de que algo había cambiado entre ellos.
Esa tarde, Luna fue a buscar a Dafne a la oficina.
En el despacho, mientras se preparaba un té, Penélope comentó con un tono mordaz-: A ver, cuéntame, ¿qué ha pasado entre tú y Agustín? Antes eras tan distante con él, ¿y ahora resulta que están coqueteando?
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Dafne sonrió y lanzó una mirada divertida-. ¿Coqueteando? No inventes cosas.
-Hmmm, lo he notado varias veces -murmuró Luna-. Antes lo mirabas con frialdad, pero ahora tus ojos brillan como estrellas. ¿No me digas que están reviviendo la llama?
Dafne respondió con evasivas-. Tomaré eso como un cumplido hacia mis ojos.
-No cambies de tema, cuéntame la verdad, ¿ha pasado algo entre ustedes? -insistió Luna, llevándose la mano a la boca con sorpresa-. ¿No me digas que ustedes… ya sabes?
Dafne se quedó sin palabras-. Srta. Seballos, ¿olvidas que somos rivales en el amor? ¿Quién interroga así a su competencia? ¿Ese “ya sabes” qué es? ¿Qué tienes en la cabeza?
-Solo pienso en Agustín, ¿en qué más podría pensar? -respondió Luna en voz baja.
-A ver, ¿me consideras tu rival o tu amiga? -preguntó Dafne riendo-. Tu tono de interrogatorio
se siente más como el de una mejor amiga.
-¿Cuál es esa palabra? -Luna ladeó la cabeza-. Ah, sí, “enemigaíntima“, somos
enemigaíntimas, rivales y amigas.
Dafne no pudo evitar reír-. Srta. Seballos, eso no significa lo que piensas.
-No me importa -declaró Luna-. Quiero estar con Agustín y ser la mejor del mundo con él, pero también quiero ser tu mejor amiga, la segunda mejor.
Dafne le respondió en tono de broma-. Srta. Seballos, no puedes tener todo, ¿cómo puedes querer ambas cosas?
Luna inclinó la cabeza con seguridad-. Ya dijiste que soy una dama de privilegios, ¿qué tiene de malo ser un poco mandona?
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