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Capítulo 462
Anaís estaba parada en la entrada, observando la escena sin poder creerlo.
-¿Por qué lloras? En unos días cumplirás veinte años, ¿no puedes ser un poco más maduro?
Raúl tenía una expresión de susto en el rostro mientras se limpiaba los ojos con fuerza.
-Nunca volveré a este lugar en mi vida. Anaís, te lo prometo, nunca más volveré.
Lo decía con tanta determinación que parecía dispuesto a jurarlo ante el cielo.
Anaís solo sonrió mientras lo veía emocionado cargando un montón de libros al carro.
Al llevarlo a la casa, inevitablemente se encontraban con Lucía.
Lucía, al verlo regresar, mostró una cara de sorpresa y alegría.
-¡Raúl, saliste! ¡Qué bueno, vamos a vivir aquí juntos para siempre, ¿verdad?!
Al verla, la sonrisa de Raúl se desvaneció un poco. Colocó silenciosamente los libros sobre la mesa de las bebidas y se dispuso a salir.
Lucía lo agarró del brazo.
-¿A dónde vas? Ya casi es Año Nuevo, yo también quiero ir de compras contigo.
Raúl se soltó de su agarre.
-Hace mucho que no paso tiempo a solas con Anaís. Quédate en casa, volveré pronto.
El rostro de Lucía se oscureció, su mano se apretó lentamente a un lado, y de repente se cubrió el estómago.
-Raúl, me duele el estómago, ¿puedes llevarme al hospital?
Era una gran actriz; en un instante, su frente se llenó de sudor frío y parecía que iba a desmayarse.
Raúl la sostuvo por instinto, hablando con preocupación.
-¿Qué te pasa?
-Me duele el estómago, quiero que me acompañes, tal vez el bebé también quiera que estemos juntos.
Raúl miró a Anaís, algo indeciso.
Anaís se dio cuenta de que Lucía era realmente buena actuando, casi como una actriz profesional.
Decidió no involucrarse más, se dio la vuelta para irse, dejando una última frase.
-Entonces quédate aquí cuidándola, ya compré algunas cosas para el Año Nuevo. Los farolillos rojos y los adornos alrededor de tu casa los puse yo.
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Cuando Anaís se dirigía hacia la puerta, escuchó la exclamación de Lucía.
Lucía estaba de rodillas en el suelo, cubriéndose el estómago, pálida.
-Raúl, también te extraño mucho.
Raúl no dijo nada, pero lentamente se dejó caer en el sofá, claramente decidiendo quedarse.
Cuando Anaís regresó al auto, aún sentía una rabia contenida en su interior.
No podía evitar preocuparse por el comportamiento de su hermano.
Se sentó en el auto sin encender el motor. En ese momento, su celular sonó; era una llamada de Fabiana.
-Anaís, hice algunas salchichas para el Año Nuevo, ¿te las llevo? ¿Estás en casa ahora?
-Estoy en casa de Raúl. ¿Ya estás de vacaciones?
Fabiana respondió con alegría.
-Sí, estoy de vacaciones, toda la semana. Si quieres ir a algún lado, puedo acompañarte.
Anaís había estado tan ocupada con el trabajo que no había pensado en relajarse.
Estaba a punto de responder cuando de repente escuchó un golpe en el vidrio. De inmediato, alguien rompió la ventana de su auto.
Unos hombres enmascarados, armados con tubos de metal, recogieron los fragmentos de cristal roto y los dirigieron hacia su cuello.
Anaís se echó hacia atrás, esquivándolos, pero de repente un cubo de gasolina fue derramado sobre ella.
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