Capítulo 473
A la mañana siguiente, Raúl se levantó muy temprano.
El viejo doctor notó de inmediato las profundas ojeras bajo sus ojos y supo que no había dormido bien durante la noche.
-Raúl, tú…
Raúl esbozó una sonrisa forzada, temiendo romper en llanto, y rápidamente se frotó las mejillas.
-Señor, me voy ahora mismo, así que no desayunaré con usted. Cuídese, adiós.
Se fue apresuradamente, como si realmente tuviera algo urgente que atender.
El viejo doctor aún no había logrado preguntarle si había leído aquella pequeña línea de texto.
San Fernando del Sol.
Al día siguiente de la partida de Raúl, Anaís recibió una llamada de Lucía.
Lucía estaba muy alterada, llorando sin parar al otro lado de la línea.
-Anaís, Raúl ha desaparecido, no logro comunicarme con él. Dijo que iba a tu pueblo a buscar medicina para ti, eres responsable de su seguridad. Si mi bebé nace sin un papá, no te lo perdonaré.
El ceño de Anaís se frunció mientras colgaba la llamada y marcaba el número de Raúl.
La voz mecánica y fría de una operadora le respondió desde el otro lado.
Su corazón se aceleró de inmediato; intentó varias veces, pero el resultado fue el mismo.
Se consoló pensando que quizá no había señal en las montañas, especialmente después de la gran nevada de anteayer.
Hasta el atardecer, había intentado comunicarse repetidamente.
También le había enviado mensajes, pero Raúl no respondió.
Anaís respiró hondo, dejó sus asuntos laborales arreglados de prisa, y se dispuso a conducir hacia la ubicación del pueblo.
Apenas llegó al estacionamiento, se detuvo y decidió primero pasar por la casa de Lucía.
Lucía pensó que se iría directo, pero al verla llegar, su rostro se llenó de sorpresa y algo de nerviosismo.
-Anaís, ¿qué haces aquí? ¿No ibas a buscar a Raúl? ¿Por qué no has salido aún?
Lucía, en ocasiones, sabía actuar bien, pero en la mayoría era bastante torpe.
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Capitulo 473
Anaís, al ver su mirada nerviosa, supo de inmediato que le ocultaba algo.
-Lucía, ¿acaso sabes por qué no puedo comunicarme con él?
Lucía bajó la cabeza, cubriéndose el vientre, y frente a Anaís, no pudo ocultar su resentimiento y mirada de rencor.
-¿Cómo voy a saberlo? ¿Qué insinúas? ¿Me acusas de hacer que Raúl desaparezca? Ahora dependo de él, i¿cómo podría hacerle daño?!
Anaís entrecerró los ojos, pensó por un momento y, dándose la vuelta, subió al carro.
Lucía, al verla partir, esbozó una sonrisa de satisfacción.
Anais condujo varios kilómetros cuando comenzó a sentir que alguien la seguía.
Pisó el acelerador a fondo y miró por el retrovisor.
Al menos tres carros la perseguían.
Para llegar al pueblo, tenía que pasar por donde vivía Z. Se sintió aliviada de haber mantenido en secreto el lugar tan aislado donde residía su novio.
Llamó a Z, quien contestó rápidamente.
-¿Anaís?
-Me están siguiendo, llegaré en diez minutos a tu casa. ¿Tienes alguna arma por ahí?
Z entrecerró los ojos y solo le hizo una pregunta.
-¿Ubicación?
Ella le envió su ubicación actual de inmediato y lo escuchó reír suavemente al otro lado.
-¿De qué te ríes?
-Estoy feliz.
-¿Ah?
-Que me pidas ayuda me hace feliz.
A veces, Anaís no entendía esos momentos extraños de él, pero no pudo evitar sonreír.
-Eres mi novio, ¿a quién más iba a pedirle ayuda?
Mientras hablaba, vigilaba el retrovisor y notó que los carros tras ella aceleraban.
-Z, prepárate.
-Siempre estoy preparado.
Anaís soltó una risa. Este tipo, de verdad.
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