Capítulo 490
Al escuchar que Efraín y Anaís se estaban acercando, la sonrisa de Anselmo se desvaneció un poco, pero aun así dijo:
-Efraín nunca miente. Si dice que no le gusta Anaís, es porque realmente no le gusta. Desde pequeño, nunca ha mostrado interés en nada, tal vez su destino aún no ha llegado.
Manolo colocó lentamente una fotografía sobre la mesa.
Era de aquella fiesta, mostrando a Anaís sentada en el regazo de Efraín, mientras se besaban.
Con una foto como prueba, estaba claro que Manolo había venido preparado.
-Anselmo, Efraín ha crecido y tal vez ya tenga sus propias ideas. Si Carmen todavía estuviera con nosotros, sus hijos ya estarían corriendo por ahí. Lamentablemente, no debería preocuparme por Anaís, pero otra chica de la familia Córdoba murió por su culpa. Aunque mi paciencia es grande, no puedo ignorar esto. He visto crecer a Efraín, pero no quiero que se desvíe.
En las familias de renombre, siempre se procuraba que las uniones fueran entre iguales. Si un heredero se casaba con alguien sin linaje, se convertiría en el blanco de burlas.
Más aún cuando Efraín siempre había sido la promesa de la familia, siguiendo las reglas sin
cometer errores.
Manolo había dicho lo necesario y se levantó lentamente.
-Otro día vendré a jugar ajedrez contigo. En la familia Córdoba hay muchos asuntos. Y Samu, ese muchacho, no sé qué le pasa, insiste en divorciarse. Ni siquiera los castigos le hacen cambiar de opinión.
Ambos eran amigos, y Manolo le estaba ofreciendo una salida a Anselmo.
Anselmo aprovechó el cambio de tema.
-Samu es joven. Tu fuiste quien arregló su matrimonio porque te gustaba la chica, pero él nunca la había visto. Es normal que se opusiera. Con el tiempo, seguro aprenderá a quererla.
Manolo suspiró, su nieto le daba un sinfín de dolores de cabeza.
-Si al menos se comportara, lo dejaría pasar, pero llegó un día con marcas de haber estado con otra mujer y me dijo que si no le permitía divorciarse, engañaría a su esposa todos los días. Casi me da un infarto de la rabia.
Mientras bajaban las escaleras, conversaban sobre las travesuras de Samuel, y el ambiente se volvió más ligero.
Una vez Manolo se fue, el rostro de Anselmo se tornó serio.
Llamó a Sofía, pidiéndole que fuera a verlo.
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Anselmo rara vez contactaba a otros miembros de la familia Lobos, por lo que Sofía intuyó que algo importante estaba por suceder.
Al bajar las escaleras, se encontró con Roberto Lobos.
Últimamente, Roberto se había dedicado a practicar boxeo en casa y su aura había cambiado por completo. Sofía sentía que ya no era el mismo hermano que conocía, y a veces incluso le temía.
-Hermano.
Roberto se quitó los guantes de boxeo y preguntó con desinterés:
-¿A dónde vas?
-El abuelo me llamó, quiere que vaya.
Roberto alzó una ceja y tomó una botella de agua.
-Si te pregunta sobre Anaís y Efraín, ¿qué dirás?
-Diré la verdad. ¡Efraín realmente quiere a Anaís! Anaís no lo merece en absoluto, si el abuelo interviene, no tendrán ninguna oportunidad.
Sofía se mostró visiblemente alterada, deseando que Anaís tuviera un mal final.
Roberto tomó un sorbo de agua y esbozó una sonrisa.
-Tienes razón, Sofía. Anaís no está a la altura de Efraín, así que asegúrate de decir la verdad, con ejemplos. Al abuelo le cuesta no creer en Efraín.
-Hermano, ¿también odias a Anaís, verdad?
Roberto cerró la botella, con las venas de la mano a punto de estallar.
-Sí, la odio.
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