Capítulo 494
Cuando Raúl llegó al lugar, se encontró con Lucía cubierta de moretones, y su ropa estaba hecha jirones.
Ella estaba acurrucada en un rincón, llorando con los ojos hinchados. Al escuchar pasos, se estremeció de miedo hasta que reconoció la voz de Raúl.
-¿Lucía?
Lucía tembló y levantó la mirada, sus ojos reflejaban un deseo intenso de sobrevivir.
-Raúl, por favor, sálvame. No quiero morir. Ayúdame, salva a nuestro hijo.
Raúl se preocupó, y sin preguntar más, la levantó y la llevó al carro.
Lucía estaba visiblemente alterada, y cualquier ruido la hacía temblar. Al llegar al hospital, se rehusaba a entrar, aferrándose desesperadamente al marco de la puerta.
Fue entonces cuando Raúl notó que casi todas sus uñas estaban rotas.
Solo de verlo dolía.
-Raúl, tú eres el único en quien puedo confiar ahora.
Sus ojos estaban llenos de terror, y una mano cubría su vientre, mientras su rostro estaba pálido.
-Nuestro bebé… seguro ya no está. No quiero vivir más. Todo es culpa de Anaís, Raúl, ¿lo sabías? ¡Todo es culpa de Anaís!
Raúl tomó su mano, tratando de calmarla.
-Dejemos que el médico te examine primero para saber qué está pasando.
Lucía intentó sonreír, pero con un gesto brusco, rompió lo poco que quedaba de su ropa.
No había un solo lugar en su cuerpo que no estuviera lastimado, y lloraba de forma que parecía que ya no podía sentir más dolor.
-¿No lo ves? Ja, ja, ja… ¿No lo ves? ¡Me atacaron en grupo! Anaís pudo haberme salvado, pero no quiso. Dijo que no me conocía.
Cerró los ojos, con sus manos sobre su vientre, el odio brillando en sus ojos.
-Está bien, sé que no me creerás. Puedes preguntar al guardián del cementerio donde está tu padre.
Finalmente, Lucía soltó su agarre y fue llevada al interior para ser examinada.
Raúl se sentía atrapado en un mar de confusión. Condujo rápidamente al cementerio donde descansaba su padre. Allí, el guardián todavía estaba.
Bajó del carro y se acercó a la pequeña caseta del guardián.
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Capítulo 494
-Buenas noches, disculpe, ¿ha visto a estas dos mujeres?
Le mostró las fotos de Lucía y Anaís en su celular.
El guardián encendió un cigarrillo, observándolas con curiosidad.
-Sí, las vi. La primera parecía estar en un estado muy malo. Le pregunté a la otra, la más guapa, y pensé que eran amigas, pero ella dijo que no la conocía.
El corazón de Raúl se hundió al escuchar eso, y apretó su mano en un puño.
Sin decir más, regresó al hospital.
El médico acababa de terminar de examinar a Lucía, y efectivamente, habían perdido al bebé.
Desde la habitación se escuchaban las risas de Lucía, como si todo lo que había pasado la
hubiera vuelto loca.
Raúl sabía lo mucho que Lucía quería a ese bebé. Siempre que se golpeaba o tropezaba, corría al médico. Así que su dolor era auténtico.
Abrió la puerta y la vio tirando de su cabello, riendo con una expresión desquiciada.
-Ja, ja, ja, Anaís dijo que no me conocía. ¡Qué mentira tan patética! Raúl, seguro piensas que estoy inventando todo de nuevo, que no me crees. Ella no me quiere, y menos a tu hijo. Quiere deshacerse de nosotros en silencio, pero no morí. ¿Por qué no morí?