Capítulo 726
Esa mirada, definitivamente, era de alguien que se sentía herida.
-¿Qué pasa? -preguntó Carlos.
Paulina se dio la vuelta y se recostó, abrazando la cobija, y su voz apagada se oyó desde allí-: Nada.
Era evidente que estaba un poco dolida.
-Sé que las mujeres de Puerto San Rafael tienen muchas fantasías sobre esas cosas. Incluso algunas quieren esperar hasta la noche de bodas, pero eso es algo del pasado. ¿Todavía son tan conservadoras?
-¡!!!!
¿Era este un tema del que se podía hablar tan a la ligera?
De todos modos, ahora no era momento para pensar en eso.
Carlos, al ver que ella no respondía, empezó a abrir el medicamento mientras se ponía los guantes. -Bájate los pantalones.
-Yo puedo hacerlo -dijo Paulina, alerta al escuchar que tenía que quitarse los pantalones.
-O puedo pedirle a la cocinera que me ayude.
-¿Estás segura?
Paulina dudó. No, no estaba segura. Si la cocinera la ayudaba, definitivamente sería aún más incómodo. -Lo haré yo misma.
No le quedaba de otra.
Carlos la observó con una mirada penetrante que hizo que Paulina se sintiera incómoda.
-Oye, yo…
¿Qué clase de mirada era esa? ¿Acaso no podía hacerlo sola?
-¿Te da vergüenza? -preguntó Carlos.
-¿No puedo? -replicó Paulina.
¿Qué tono era ese? Hablaba con una calma tan desmedida. Si no fuera porque esa noche la había dejado agotada, Paulina podría haber dudado de su capacidad en ese aspecto.
Pero, ¿es que este tema no le causaba ninguna emoción? Hablaba como si nada.
-Ya lo he visto todo -comentó Carlos.
Paulina se quedó en silencio.
Era como si dijera: “Ya comí“. Así, con una tranquilidad que no hacía olas, como si esto fuera lo
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más normal del mundo para Carlos.
Paulina no quería hacerlo de ninguna manera.
Al final, Carlos perdió la paciencia y simplemente le quitó los pantalones de un tirón.
En el momento en que él actuó, Paulina no tuvo oportunidad de resistirse.
En ese instante, sintió un hormigueo recorrer su cuerpo.
Se resignó y se enterró en las cobijas. -Nuestro acuerdo era que solo sería una vez, ¿verdad?
Lo dijo con un tono que rozaba el llanto.
-No lo recuerdo bien -respondió Carlos.
-¡!!!
¿En serio? El trato era que él la ayudaría a ver a su mamá, pero ni siquiera logró verla. Pensarlo la hacía sentir que había salido perdiendo.
Después de descubrir su verdadera identidad, Paulina se levantó con determinación.
Isabel se alegró mucho al saberlo.
Por la noche, Esteban le contó a Isabel que Paulina había pasado toda la tarde practicando tiro. Isabel se quedó boquiabierta. -¿Practicando tiro? ¿Se atrevió?
-Fue Carlos quien lo dijo -comentó Esteban.
Isabel se quedó sin palabras.
Ya por la mañana, cuando habló por teléfono, Isabel se había sorprendido al escuchar a Paulina hablar con tanta emoción sobre esos gemelos.
Ahora, al saber que incluso había comenzado a practicar tiro, su tono se llenó de orgullo. -Es más fuerte de lo que imaginaba.
-Sí–asintió Esteban.
-¿Y Carlos la deja practicar tanto?
Aunque Carlos parecía frío la mayor parte del tiempo, en realidad, era bastante amable con las mujeres en ciertos aspectos.
Cuando Isabel fue secuestrada, Vanesa había querido que él la entrenara.
Pero no pasó mucho tiempo antes de que, al ver que Isabel se quejaba del dolor en las manos, Carlos decidiera que no debía continuar, asegurando que Esteban la protegería bien.
-Quizá deberíamos dejar que la gente de tu hermana la entrene -sugirió Isabel tras pensarlo un poco.
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Sí, necesitaban la ayuda de Vanesa.
Su gente era realmente dura. En aquellos días en que Vanesa no estaba, Isabel recordaba lo intenso que había sido el entrenamiento.
No le quedaba más remedio que mencionar a Esteban, pero ni siquiera eso le sirvió de mucho.
Fue gracias a esa intensidad que, en los tres años que estuvo fuera, adquirió diversas habilidades para enfrentar situaciones.
-Como quieras -respondió Esteban.
Aquí, Esteban se detuvo un momento antes de añadir: -Será bueno que tu hermana la entrene. Su próximo rival es Dan.
-¿Qué?
Esto…
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