Capítulo 609
-Luci, no puedes acusarme de eso. -Alejandro caminó sin prisa, se detuvo frente a ella y se acuclilló para quedar a su altura-. No te enojes. Tú y yo seguimos casados. Si vengo a la casa de mi esposa, ¿cómo va a ser allanamiento?
-¿Ah, sí? -Luciana estaba claramente molesta-. ¿Entonces a qué demonios vienes?
Él, sin perder la calma, se irguió y le acarició el cabello con sutileza.
-No has descansado lo suficiente. Tómate unos días de reposo con goce de sueldo. Ya estás en la última etapa del embarazo, y quiero que no te sobreesfuerces; quiero verte a ti y al bebé a salvo.
Al oír esas palabras, Luciana sintió un escalofrío. Era como si le recorriera la piel de gallina. Lo miró con los ojos muy abiertos.
-¿Qué pretendes, cambiar de estrategia? ¿Crees que con un tono suave voy a aceptar donar mi hígado?
¿De verdad soy esa clase de persona para ti? -replicó Alejandro con un matiz de hastío.
-¿No es obvio?-respondió Luciana con una mueca sarcástica-. Señor Guzmán, ¿ya olvidó que hace nada me “regañó” frente a Clara?
Se refería a aquella escena en su consultorio, cuando Clara irrumpió y Alejandro intervino con unas pocas palabras para “poner orden“. Al recordar ese episodio, él sintió una mezcla de incomodidad y arrepentimiento. Pero no se retractó.
—Tú… —murmuró, apretando los dientes y sintiendo de pronto una extraña impotencia. Trató de serenarse y retomó el hilo-. En fin, ¿ya pensaste qué quieres cenar esta noche?
Luciana soltó una risa fría, con gesto desafiante:
-¿Acaso importa lo que yo quiera? Harás lo que te parezca, como siempre.
Alejandro la contempló en silencio unos segundos.
-De acuerdo. Entonces yo decido. Viendo tu cara, no te apetece salir. Cenaremos aquí.
Acto seguido, sacó el teléfono y llamó a alguien.
-Sí, tráelo para acá… lo antes posible.
Luciana observó la escena, sin entender sus intenciones. Con un bufido, se puso de pie y se dirigió a su dormitorio.
-Luciana -la detuvo Alejandro, tomándola de la muñeca—. ¿Adónde vas?
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Capítulo 609
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-A dormir–contestó ella, dedicándole una mirada de fastidio-. ¿O acaso también me vas a prohibir dormir?
-Haz lo que quieras -cedió él, aflojando el agarre-. La cena tardará un poco más en llegar.
Alzando la barbilla con indiferencia, Luciana entró a su cuarto y cerró la puerta con un portazo que resonó en todo el departamento. Alejandro, lejos de molestarse, soltó un susurro divertido:
-Qué genio…
Cuando la comida llegó, fue a buscar a Luciana. Tocó la puerta un par de veces.
-Luciana…
No obtuvo respuesta. Supuso que estaría profundamente dormida. La puerta no tenía llave, así que empujó con cautela. En efecto, la encontró en un sueño profundo. Se sentó junto a ella en la cama y la contempló unos segundos. Hubo algo que lo hizo detenerse: no quería despertarla.
Se quedó mirándola, repasando sus facciones con la mirada. Con el embarazo, Luciana se veía incluso más hermosa, con la piel suave y un aura especial. Recordó algo que había escuchado de Amy: “si una mujer luce así de radiante, puede ser que esté esperando una niña“. Y a él le encantaba la idea de una hija, tierna y delicada.
Impulsado por una emoción inexplicable, extendió la mano para acariciar su mejilla. Luciana se veía tan frágil que, sin darse cuenta, él empezó a inclinarse hacia ella, deseando besarla.
Sin embargo, justo en el instante en que rozaba sus labios, Luciana abrió los ojos de golpe, completamente consciente.
-¿Qué estás haciendo?
Alejandro, descubierto en plena tentativa, se mostró tan tranquilo como si nada.
-¿Despertaste? La cena acaba de llegar, vamos a comer.
-Sal de aquí.
-De acuerdo.
Antes de irse, Alejandro notó el desorden en el suelo. Al parecer Luciana, molesta, se había acostado sin molestarse en poner las sandalias en su sitio. Estaban tiradas una a cada lado de la cama. Se agachó, recogió ambas y las dejó perfectamente alineadas junto al borde.
-Tómate tu tiempo. No hay prisa.
Luciana apenas echó un vistazo a sus sandalias ordenadas y frunció el ceño. Cuando salió, la mesa ya estaba servida.
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