Capítulo 509
Las caras de todos estaban llenas de preocupación. Nadie podía imaginarse que Anaís fuera tan audaz.
Rápidamente, se dispersaron para buscarla, con las luces de sus linternas barriendo la oscuridad.
Pero Anaís, después de correr unos cientos de metros, regresó en silencio a esa casa oscura.
Ahora, sin nadie alrededor, se escondió detrás de la puerta, desde donde podía ver a tres sujetos tirados en el suelo.
El lugar más peligroso suele ser el más seguro. Todos estaban afuera buscándola, así que no regresarían pronto.
Agachándose, Anaís revisó a los hombres hasta que encontró un celular y llamó a Z..
No sabía dónde estaba, pero tenía claro que, en caso de problema, debía avisarle a él primero.
Desde Navidad, Z había estado muy ocupado. Aunque no hablaba, Anaís notó cómo su respiración se volvió pesada al otro lado de la línea.
En menos de veinte segundos, le relató todo lo ocurrido y le lanzó una sola pregunta:
-¿Puedes encontrarme?
-Espérame.
Esas dos palabras la tranquilizaron al instante.
Sin embargo, también llamó a la policía, esperando que pudieran rastrear la ubicación del celular para rescatarla.
Sentir algo por Z era una cosa; valorar su vida era aún más importante.
Dos precauciones eran mejor que una.
Después de hacer todo eso en menos de un minuto, se escondió nuevamente tras la puerta.
Sabía que podían regresar en cualquier momento, así que solo le quedaba esperar.
Yeray y su grupo buscaron durante una hora sin éxito. Fabiana llamó con nuevas instrucciones. -El hermano de Anaís ha venido a buscarla. Regresen de inmediato.
Raúl, sin paciencia, había insistido en buscar a Anaís por su cuenta, sin esperar más.
A regañadientes, Fabiana tuvo que suspender su plan. Aunque le irritaba, no podía levantar sospechas.
Estaba frustrada. La traición de Raúl no era parte de sus cálculos. No entendía por qué, tras la muerte de Lucía, seguía importándole tanto Anaís.
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Capitulo 509
No tenía tiempo para reflexionar. Ordenó a Yeray y su grupo recoger el equipo y retirarse rápidamente.
Yeray, sin más opción, lideró el regreso al almacén. Despertar del Olvido 508
Anaís escuchó sus pasos acercarse y su corazón se aceleró. Sin embargo, solo recogieron equipos y se llevaron a los hombres inconscientes.
El sudor frío le recorría la espalda, y sus palmas estaban húmedas.
En menos de cinco minutos, la casa quedó vacía.
Aun temiendo una trampa, esperó diez minutos más antes de salir.
Apenas sacó un pie, otro sonido de pasos resonó. La puerta se abrió de golpe.
Antes de que pudiera reaccionar, alguien la abrazó.
Sorprendida, toda su tensión se desvaneció.
-Z, ¿cómo supiste que estaba aquí?
Su abrazo era firme; solo dijo cuatro palabras:
-Te conozco bien.
Anaís frunció el ceño. Había pasado menos de veinte minutos desde que colgó, pero recordaba haber estado en el carro de esos hombres por casi dos horas. ¿Estaba cerca de la casa de Z?
¿Podría ser una coincidencia?
Estaba a punto de hablar cuando escuchó un auto acercarse. Antes de poder ver quién era, Z la agarró de la mano y la guió por un sendero lateral.
-Anaís, vámonos.
Anaís, alarmada, pensó que el grupo había regresado y corrió con él.
El viento nocturno era frío, y tras tanto tiempo de tensión, su vista se nublaba. Corrieron sin saber cuánto, hasta que se cansó.
La voz reconfortante de Z la tranquilizó:
-Si estás cansada, apóyate en mi hombro y duerme un poco. Cuando despiertes, estarás en
casa.
Bostezó, sintiendo un sueño abrumador.
-¿Y si regresan?
-Entonces te cargaré y seguiremos corriendo.
Antes de poder responder, se quedó dormida.
La oscuridad era total, salvo por el tenue resplandor del amanecer en el horizonte.
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Capítulo 509
Mientras tanto, en la casa, Raúl revisó cada rincón sin rastro de Anaís. Confundido, llamó a
Fabiana.
-¿Dónde está Anaís? Y para ayudarla a recuperar la memoria, ¿era necesario traerla a este lugar?
Ni siquiera sabía dónde estaba.
Fabiana suspiró.
-Dijeron que Anaís escapó sola. Nadie sabe adónde fue. ¿Por qué no intentas contactarla? Raúl, en esto de recuperar su memoria, dijiste que confiarías en mí. Yo conozco mejor a la
Anaís de antes.
Raúl permaneció en silencio, colgó y marcó el número de Anaís, pero nadie contestó.
La desesperación crecía dentro de él, casi llevándolo al borde de la locura.
Rápidamente, condujo de regreso, esperando en la puerta de Anaís.
Se pasó una mano por el rostro, y justo cuando se sentó, la puerta de Irene se abrió.
Irene, sorprendida, se preguntó por qué el hermano de Anaís estaba allí tan temprano, a las
cinco de la mañana.
Raúl, sin saber qué decir, la miró.
Irene, con ojeras, parecía no haber dormido.
-¿Otra vez no encuentras a Anaís? ¿Por qué no te da el código de la puerta? Así no tendrías que esperar en el pasillo.
Al ver que no le respondía, se dirigió al elevador.
Entonces, Raúl, con voz vacilante, pidió:
-¿Puedes llamarla tú?
Quizás Anaís no quería contestarle a él.
Antes de que Irene pudiera responder, el hospital contactó a Raúl para informar sobre la cremación de Lucía, pidiéndole que se apresurara.
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