Capítulo 19 Él la encontró
Rachel ignoró el mensaje y marcó el número de Yvonne.
Pocos segundos después, apareció en su pantalla una notificación de ubicación.
Seguidamente, la voz de Yvonne sonó firme y tranquilizadora. “Rachel, quédate en mi casa por ahora“.
Había comprado ese apartamento antes de casarse y nadie más sabía de su existencia, ni siquiera Norton.
Cuando Rachel llegó con su maleta, no pudo evitar sorprenderse.
El lugar no era enorme, pero tenía todo lo que podía necesitar.
Tras una ducha caliente, justo cuando se secaba el pelo con una toalla, sonó el timbre.
Al abrir la puerta, se encontró con Yvonne y levantó las cejas, sorprendida. “¿Qué haces aquí? ¿En serio Norton te dejó salir tan tarde?“.
Su amiga entró y se dejó caer en el sofá.
“Acaba de irse al extranjero. No importa. Además, rara vez nos vemos“.
Mientras lo decía, hizo un gesto despreocupado con la mano.
“Dejemos de hablar de mí, es lo mismo de siempre. Hablemos de ti. ¿De verdad piensas seguir enredada con Brian White? No es de fiar“.
Rachel bajó la mirada. “Le propuse terminar, pero no quiso“.
Yvonne se inclinó levemente y preguntó con un tono significativo: “¿Todavía lo amas?“.
Su amiga desvió la mirada hacia las luces de neón que parpadeaban al otro lado de la ventana. Soltó un profundo suspiro y respondió: “Ojalá no lo hiciera“.
Yvonne se acercó un poco más y su voz se suavizó.
“Sí… amar a alguien puede ser doloroso. Terminas convirtiéndote en alguien que apenas reconoces“.
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Tras decir esto, dejó escapar una risa amarga. “No soporto a Norton, y odio en lo que me convierto cuando estoy con él. Los hombres son todos iguales, no sirven para nada“.
Murmurando en voz baja, se dirigió a la nevera y sacó un paquete de cervezas.
Destapó una botella y le tendió otra a Rachel.
“¡Salud! Esta noche nos olvidaremos de todo y beberemos hasta perder el sentido“.
Su amiga chocó su botella contra la de ella y bebió un largo sorbo que le ardió en la garganta, terminándose casi la mitad de un solo trago.
Después de dos botellas más, las risas resonaban en el pequeño apartamento. Yvonne fue la primera en caer rendida en el sofá, profundamente dormida.
A medianoche, Brian estaba acostado cuando decidió llamar a Rachel.
Ella dudó en contestar, pero, sin darse cuenta, su mano se movió y la llamada se conectó.
“¿Dónde estás?“. La voz del hombre sonó tensa y exigente.
Rachel rio entre dientes, con las mejillas ardiendo por el alcohol. “Shh… es un escondite
secreto. No puedo decírtelo, o dejaría de serlo“.
El hombre se incorporó de inmediato y su expresión se ensombreció.
“¿Has estado bebiendo?“.
Apretó los puños instintivamente. ¿Con quién demonios estaría a esas horas?
“Rachel, escúchame bien: dime dónde estás. Ahora mismo“.
Pero la llamada se cortó de golpe.
Brian marcó de nuevo al instante, pero no importó cuántas veces lo intentara, ella no respondió.
En otro lugar, Ronald despertó de golpe por el insistente timbre de su celular. Lo sacaron de
la cama en plena noche para iniciar una búsqueda frenética.
Pero, por más que lo buscaron y llamaron, no aparecía Rachel.
Brian permanecía inmóvil con una expresión fría como el hielo, irradiando una tensión que
mantenía a todos a distancia.
Ronald vaciló antes de decir con cautela: “En realidad, hay un lugar que no hemos revisado“.
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Su jefe lo miró fijamente. “¿Cuál?“.
Su ayudante tragó saliva. “En casa de sus abuelos“.
Brian descartó la idea de inmediato. “Ella no iría allí“.
Rachel siempre había sido considerada con sus abuelos. No era posible que los alarmara en mitad de la noche.
Sin poder tranquilizarse, Brian sacó su celular y marcó otro número. “Norton, ¿estás despierto?“.
Una voz cansada contestó: “No, aún me estoy adaptando al cambio de horario“.
“Rachel ha desaparecido“, anunció Brian.
El otro frunció el ceño. ¿Qué tenía que ver eso con él?
Antes de que pudiera preguntar, Brian volvió a hablar con un tono cortante: “Creo que tu esposa se la llevó“.
“¿Revisaste mi casa?“.
“Estaba vacía. Y tu esposa tampoco estaba allí“.
“¿Seguro?“, preguntó Norton con frialdad.
“Lo comprobé en persona“, respondió el otro con voz implacable.
Norton exhaló por la nariz. “Ella tiene un apartamento. Te enviaré la dirección“.
Veinte minutos después, Brian ya había abierto la puerta.
El olor a alcohol flotaba en el aire y la mesa estaba llena de botellas vacías.
Su mirada se ensombreció.
Sin dudar, se dirigió a la habitación de invitados.
La luz tenue de la lámpara iluminaba suavemente el delicado rostro de Rachel. Estaba acurrucada, sumida en un sueño profundo, completamente ajena a su presencia.
Él se inclinó y la levantó en brazos.
Cuando lo hizo, ella se acurrucó instintivamente contra él, y su calor se hundió en su pecho.
Era la una de la madrugada cuando Brian la llevó a casa.
Sin despertarla, la acomodó a su lado; en el lugar donde debía estar.
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Capítulo 19 Él la encontró
A la mañana siguiente, Yvonne despertó de golpe y extendió la mano.
No había nadie: Rachel se había ido. El estómago se le revolvió.
Frunciendo el ceño, tomó su celular y llamó directamente a Norton. “¿Cómo supiste de este lugar? ¿Se lo contaste a Brian White?“.
Su esposo dejó escapar una risa fría y dijo: “¿Hay
80 que hagas que yo no sepa?“.
Parecía que este apartamento ya no era seguro. Yvonne tomó una decisión: lo vendería y buscaría otro donde su esposo nunca pudiera dar con ella.
Los primeros rayos del sol se filtraban por las cortinas cuando Rachel abrió los ojos. Su vista se enfocó y su respiración se agitó. Algo no estaba bien.
Esa habitación, esa cama.
¡Era la casa de Brian!
Pero si se había quedado dormida en el apartamento de Yvonne, ¿qué hacía allí?
“¿Ya te has despertado?“. La voz profunda de su esposo llegó desde su lado.
Ella giró la cabeza hacia él, con desconfianza en los ojos. “¿Cómo me encontraste?“.
Brian se apoyó en el cabecero de la cama, observándola con una mirada indescifrable. “Tengo mis métodos. Pero, Rachel, hacer un berrinche una vez es tolerable. A la segunda ya deja de
tener gracia“.
Ella soltó una risa fría, sin humor.
Así que, para él, todo era un simple juego, un entretenimiento pasajero.
La trataba como una mascota caprichosa, complaciéndola solo cuando le convenía.
El desayuno transcurrió en silencio.
Rachel no dijo una sola palabra.
Cuando tomó su bolso para irse a trabajar, Brian se puso frente a ella. “Vamos juntos“, dijo
con calma.
Ella apenas le dirigió una mirada. “No hace falta. Si te preocupa tanto nuestra relación, mejor que nadie nos vea juntos“. Su voz era gélida.
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En ese momento, su celular vibró. Miró hacia abajo y vio que era Moira, su madrastra.
“Jeffrey ha estado insoportable, gritando y haciendo berrinche. Tienes que venir a casa“.
Al escuchar que su hermano tenía problemas, Rachel no dudó. “Voy enseguida“.
Colgó y apretó el celular con fuerza. La ansiedad la corroía. “Algo pasa con Jeffrey. ¿Puedes venir conmigo?“.
Justo cuando Brian iba a responder, su celular sonó también. El nombre de Tracy apareció en la pantalla.
A Rachel se le oprimió el pecho. “¿Ahora qué?“, preguntó.
“Su estado empeoró de repente“, contestó el hombre en voz baja.
Rachel entendió todo con solo esas palabras.
Una leve sonrisa resignada apareció en sus labios. “Tienes que ir a verla, ¿no?“.
Él la miró, diciendo: “Le pediré al chofer que te lleve primero. Iré al hospital y volveré a por ti
y Jeffrey más tarde“.
Lo tenía todo planeado, ¿no? ¿Qué le quedaba por discutir?
“¡No hace falta!“.
Sin mirarlo, ella se dio la vuelta y se subió al auto.
El trayecto estuvo marcado por la preocupación, pero veinte minutos después llegó a casa de
su padre.
Al entrar, la escena ante sus ojos encendió su furia al instante.
Moira estaba sentada en el salón, hojeando una revista con indiferencia mientras sorbía su café, completamente despreocupada.
“¿Dónde está Jeffrey?“, preguntó Rachel.
Sin apenas mover la cabeza, su madrastra frunció los labios en señal de desaprobación. “Rachel, ¿por qué eres tan impulsiva? Vas a casarte con Brian. Deberías mostrar más clase en lugar de comportarte de forma tan impetuosa; así solo lograrás hacer el ridículo“.
La mirada de Rachel se volvió gélida.
“Eso no es asunto tuyo“. Su tono cortó el aire como una cuchilla. “Te lo preguntaré por última
vez. ¿Dónde está Jeffrey?“.
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Moira, sin dignarse a discutir, hizo un gesto despectivo con la mano. “Llévala con él“, ordenó
a la sirvienta.
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