Capítulo 627
Al día siguiente, muy temprano, Alejandro llegó puntual, tal como solía hacerlo. Martina fue quien le abrió la puerta.
-Señor Guzmán –lo saludó con cortesía.
Él frunció ligeramente el ceño, aunque no parecía sorprendido. Echó un vistazo hacia el
interior.
-¿Dónde está Luciana?
-Eh… -Martina señaló la habitación. Sigue dormida, aún no se despierta.
Alejandro asintió, entendiendo la situación. Como siempre, le tendió el desayuno.
-No la dejes dormir demasiado. Si esto se enfría y luego lo calientas, no sabe igual. Además, no es bueno para su salud dormir con el estómago vacío.
-Entendido.
Martina recibió la comida y, como era habitual, le ofreció la posibilidad de pasar:
-Señor Guzmán, ¿le gustaría entrar? Puede que Luciana despierte en cualquier momento.
-No, gracias–respondió Alejandro, esbozando una ligera sonrisa y negando con la cabeza-. Mientras me quede aquí, ella no va a levantarse.
Sabía de sobra que Luciana había llamado a Martina justo para evitar tener que recibirlo en persona. Así no tendría que enfrentarse con él directamente.
-Cuídala por favor.
Claro.
Cerró la puerta y se dirigió a la cocina para dejar el desayuno en la mesa. Después, fue a la habitación de Luciana. La encontró ya despierta, sentada ante el tocador mientras se cepillaba
el cabello.
-Ya se fue anunció Martina.
–
-Ajá —respondió Luciana con un leve asentimiento, sin añadir nada más.
Martina se cruzó de brazos y suspiró.
-¿De verdad vas a seguir evitándolo?
-Sí.
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-Híjole… —murmuró Martina con un leve chasquido. Te advierto que se ve muy terco. No creo que se rinda tan fácil.
Luciana dejó escapar una pequeña sonrisa.
-No te preocupes, tarde o temprano se cansará de venir.
Sin embargo, pasaron varios días y, tanto por la mañana como al anochecer, Alejandro continuó presentándose en el departamento de Luciana. Cada vez que llegaba, solo se encontraba con Martina; o Luciana “estaba dormida” o “estaba en el baño“. Aunque él se mostraba un tanto decepcionado, jamás dejó ver enojo alguno. A la misma hora de siempre, volvía con determinación. Pensaba que, por ella, tenía toda la paciencia y todo el tiempo del mundo. Si Luciana quería desgastarlo, él estaba más que dispuesto a jugar ese juego… pero lentamente, a su manera.
***
El martes, Luciana se levantó muy temprano. Ese día, tenía que pasar por Pedro para llevarlo al hospital anexo y hacerle unos estudios médicos. Justo antes de salir, ya se lo imaginaba: al cruzar la puerta de su edificio, bajo la tenue luz de las farolas, vio estacionado el Bentley negro de Alejandro.
Al siguiente segundo, él bajó del auto y, con un leve gesto del mentón, le dijo:
-Súbete.
Luciana soltó un suspiro, algo contrariada:
-¿Y si no quiero?
Alejandro respondió con una media sonrisa:
-Tienes dos opciones: o subes por tu cuenta… o te cargo.
Obviamente, Luciana eligió la primera. No opuso resistencia; simplemente se acomodó en el asiento del copiloto. Afuera seguía nevando con fuerza, pero dentro del coche se sentía agradablemente caliente. El camino estaba resbaloso, así que fueron avanzando despacio, casi en silencio. Luego de un rato, Luciana rompió la quietud, mirando con melancolía por la
ventana:
-Alejandro…
-Dime.
Ella se giró para observarlo con la mirada serena, sin rastro de emoción:
-No sé cómo decírtelo para que lo entiendas. Para mí, tú… ya eres parte de mi pasado.
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Él arqueó una ceja.
-¿Y qué tengo que decir yo para que entiendas que no me he rendido? Todavía no hemos terminado.
La conversación llegó a un punto muerto; era imposible llegar a un acuerdo. Luciana se encogió de hombros:
-Si quieres aferrarte a algo inútil, no puedo detenerte.
Alejandro, lejos de molestarse, respondió tranquilo:
-No es momento de dar nada por perdido. Falta mucho para sacar conclusiones.
Después de varios días lidiando con el rechazo de Luciana, estaba más que acostumbrado. Nada parecía hacerlo retroceder.
Finalmente llegaron a la Estancia Bosque del Verano. Pedro, sabiendo que su hermana iría por él, ya estaba despierto desde temprano. Justo cuando el auto se detuvo, Balma salió con él al
encuentro.
—¡Hermana! —exclamó el chico, radiante de alegría. Y al ver también a Alejandro, se mostró aún más entusiasmado-. ¡Cuñado, viniste!
-Claro, Pedro. Pórtate bien -respondió Alejandro, y entonces, con toda naturalidad, tomó la mano de Luciana.
Ella lo fulminó con la mirada, pero no se atrevió a soltarse para que Pedro no notara nada
extraño.
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