Capítulo 145
Andrés estaba parado de espaldas a ella, con una postura erguida y un contorno facial marcado y frío.
Escuchaba a Alma lamentarse de sus desdichadas experiencias, sin mostrar cambio alguno en su expresión.
La mujer seguía sollozando, -Todos los días pienso que debo perseverar, necesito sobrevivir para salir de allí, solo si estoy viva podré verte de nuevo, si muero, nunca podré verte…
-Andrés, por favor, te suplico que te quedes conmigo, estoy realmente al borde de la locura, cada vez que cierro los ojos veo imágenes de esos miserables abusando de mí, el dolor en mi corazón es mil de veces más intenso que el dolor físico…
Alma lloraba con interrupciones, -¿Podrías seguir hablando conmigo? Incluso si me regañas está bien… no te vayas, no me dejes, no… realmente… realmente quiero verte…
única luz en mi vida!
¡Eres la
Ser la esperanza de alguien, ser la única luz en la vida de una persona, conmovería a cualquier
hombre.
Sin embargo, Andrés no reaccionaba.
No había ni una onda en su corazón, ni siquiera se molestaba en regalarle una mirada.
El hombre no se detuvo más, se dio la vuelta y se fue.
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Alma observaba la espalda fría y decisiva de Andrés, y la última chispa de luz en sus ojos se
extinguió.
Al salir del sótano, Andrés le dijo al guardaespaldas a su lado: -Encuentra una manera de sacar algo útil de ella.
-Sí.
¿Compasión?
¿Piedad?
Quizás las tenía.
Pero no las derrocharía en alguien que intentó dañar a su Luisita.
Hay que recordar que, hace poco más de un mes, Alma casi mata a su Luisita.
A aquellos que dañaron a Luisita, les haría pagar el precio.
Al salir de la base, Andrés levantóa la muñeca y miró su reloj, eran las diez.
Capitulo 145
Su Luisita debía estar despertando y sintiendo hambre.
Luisa había estado tan cansada después de hacer el amor con Andrés la noche anterior que durmió profundamente y no se despertó hasta el mediodía.
Las cortinas estaban medio cerradas, y la luz del sol se filtraba a través del vidrio, esparciendo un suave brillo dorado sobre la colcha azul claro al pie de la cama.
El polvo danzaba suavemente en el aire, marcando los rayos de luz.
Justo cuando Luisa abrió los ojos y recuperaba sus sentidos, olió el delicioso aroma de la
comida.
Se levantó de la cama con su pijama de osito y el cabello despeinado, y entreabrió los ojos mientras seguía el olor hacia el exterior.
En el comedor, la mesa ya estaba puesta con tres platos y dos tazones de arroz.
El ruido del extractor de aire zumbaba en la cocina.
Luisa miraba hacia la cocina con curiosidad.
Andrés, con un delantal, salía con un tazón de sopa, -¿Ya despertaste?
Colocó la sopa en la mesa.
Era la sopa de costillas que a Luisa le gustaba.
-¿Tienes hambre? Vamos, lávate las manos y a comer,– decía Andrés, todavía con el delantal puesto, mostrando un semblante tierno.
Luisa, con los ojos somnolientos y confundida, lo miraba, -¿Todavía no te has ido?
Había preparado toda una mesa de comida.
Andrés se quitaba el delantal, –Pensé que tendrías hambre al despertar, así que compré ingredientes para cocinarte.
Luisa se frotó los ojos, su voz sonaba suave y melosa al despertar, emocionada, -Eres muy diligente.
-Solo soy así contigo, los ojos de Andrés estaban llenos de un afecto profundo e indisoluble.