Tregua
872 Words
Cuando Helena despertó, ya era de día. Con los recuerdos de la noche anterior, saltó de la cama. Increíblemente, la habitación estaba libre de los destrozos esparcidos la noche anterior. Estaba tan cansada que no se despertó mientras él organizaba el ambiente. Ahora, más tranquila, no sabía de dónde había sacado el valor para atacar a Estefano. Le había abofeteado el rostro. Si hubiera sido Otávio en su lugar, no solo habría respondido, sino que la habría hecho arrepentirse amargamente de su osadía. A pesar de eso, no confiaba en Estefano. Era imposible confiar en un hombre. Estaba perdida en sus pensamientos cuando él entró en la habitación. Inmediatamente, Helena se puso tensa. —La esposa del jefe pidió que la llamaras. Creo que está preocupada por ti. —Sí. —¿Sí qué, Helena? Su nombre sonaba diferente en la voz de él. —¿Y debo llamarla? —Eso lo decides tú. Tratándose de la mujer del jefe, tienes libertad para hablar con ella. Incluso puedes encontrarte con ella aquí o en su casa. Una vez más, Estefano se arrodilló a los pies de Helena. Ella, que estaba al borde de la cama, se alejó lo más que pudo del ex soldado. No soportaba su proximidad. Estaba agradecida de que él no la hubiera forzado a soportar de nuevo a un hombre tocándola, pero sentía una aversión tan grande que le revolvía el estómago. Él la había obligado a convertirse en su esposa después de todo lo que había pasado en manos de Otávio. —Te quiero al borde de la cama ahora, Helena. Helena se obligó a acercarse a él. Tenía rabia de sí misma por obedecer. Quería tener el valor de decir no, pero su obediencia había sido forjada a costa de constantes palizas y de cosas horribles que había sido obligada a hacer en la cama. No sabía cómo había soportado tanta degradación y dolor. Cuando sintió las manos de Estefano en sus piernas, cerró los ojos y esperó. Pudo sentir la nariz de él deslizándose por sus muslos. Apretó los ojos y pidió silenciosamente que él terminara pronto, que el actual subjefe de la mafia americana se satisfaciera rápidamente y la dejara en paz. —¿Helena? El silencio fue la única respuesta que Estefano recibió. Él sintió el olor del miedo. Pero era más que eso. Acostumbrado a torturar personas, aprendió temprano a identificar cuando alguien le tenía pavor. Y era exactamente eso lo que esa mujer sentada en su cama estaba sintiendo. Respiró hondo para controlar el deseo. Necesitaba trabajar, tenía órdenes que cumplir, pero antes necesitaba al menos sentir su sabor, o se volvería loco. Tenía ese derecho, era su marido. —Respóndeme cuando te hable a ti, Helena. Ella se sobresaltó, como si hubiera recibido una bofetada. Sentada al borde de la cama, vistiendo solo una camiseta, quería correr, aunque fuera hacia cualquier lugar, pero no podía. —Déjame probarte, Helena. Prometo que después de eso te dejaré en paz. Me volveré loco si me niegas esto. Helena lo miró con confusión. Por un momento, Estefano interpretó su silencio como una negativa, pero al observar mejor percibió la verdad. —Helena, no sabes lo que te estoy pidiendo, ¿verdad? Responde. —No sé… ¿Probar qué? —Dios… ¿qué clase de hombre era el idiota de Otávio? Al oír el nombre del difunto marido, Helena dejó que las lágrimas contenidas rodaran por sus mejillas. Aquello ardía como fuego. Solo escuchar su nombre ya era un tormento. Aún estaba agradecida por el hecho de que, por alguna razón desconocida, Otávio siempre había usado preservativos. Al menos no se vio obligada a estar con él sin protección. Tres años de matrimonio y no hubo frutos. Fue sacada de sus pensamientos al sentir los movimientos de Estefano. Él apoyó la cabeza en su lugar más íntimo e intentó, delicadamente, abrir sus piernas. Pero Helena las mantuvo cerradas. —Helena, por favor… —¿Qué vas a hacer? —Quiero tocarte, sentirte con mi boca. ¿Puedo, pequeña? —Si digo que no, ¿qué va a pasar? Estefano dio un largo suspiro. —No pasará nada, carajo. Ya te dije que no fuerzo a las mujeres. La frustración era evidente en su voz. Estefano se levantó y se apartó, apoyándose contra la pared. —Vete de aquí, Helena. No aparezcas frente a mí hasta que salga a trabajar. Helena huyó más que deprisa de aquella habitación. Una vez más se libró de ser tocada por él. Estaba agradecida a los cielos por eso. Aún prefería la muerte a verse íntimamente involucrada con un hombre. Estefano dio un puñetazo en la pared, sintiendo la sangre correr por los nudillos. Deseaba a Helena más que a nada en la vida, pero no tenía el valor de forzarla. No después de todo lo que ella había pasado. Él aprendió de la peor forma lo que el abuso de un hombre podía causar a una mujer. Después de dejar la mano sangrando al golpear la pared, Estefano salió de casa. Tenía negocios que resolver y órdenes del jefe que cumplir. Pero estaba al borde de la locura por tener a Helena tan cerca y no poder tocarla.