Himen
Cuando llegaron a casa, Helena estaba temblando. Había hecho un acuerdo con su marido y
lo cumpliría, pero no podía negar que tenía miedo; su mente había registrado sus palabras en
el estacionamiento del restaurante: ninguna mujer volvía a su cama. Cuando Estefano la
abrazó por detrás, percibió su miedo.
-Estás temblando, pequeña, sabes que a pesar de lo que dije en el coche, puedes decirme
que pare en cualquier momento, ¿no lo sabes?
-Me dijeron que después de que empiezas, nada te hace parar, ¿es verdad?
Ella pudo sentir la tensión inmediata de él en cuanto procesó sus palabras.
-¿Quién te dijo eso, demonios? Y no te atrevas a mentirme.
-No lo diré. Prometí que no lo contaría.
-¿Por eso tienes tanto miedo de dejarme llegar hasta el final, porque crees que empezaré y
no permitiré que pares?
-También, no me gusta cuando maldices.
-Voy a hacer una llamada que necesito, sube, no quiero que escuches las órdenes que voy a
dar ahora, cuando termine vamos a conversar.
Helena fue a la ducha, pensando qué tipo de órdenes daría Estefano que ella no podría
escuchar. También se dio cuenta de que había hablado de más, cuando había prometido que
no le contaría lo que supo en el Spa al que había ido con Ella.
Cuando se estaba vistiendo, él entró en la habitación, y una vez más él la había sorprendido
solo en bragas.
-Voy a tomar una ducha, no tardo.
-Por favor, no. Me gusta tu olor. Te bañaste cuando salimos.
-Pero estoy sudado, pequeña…
Ella gimió en respuesta.
-Necesito sentir tu olor, tener certeza de que eres tú tocándome, ¿entiendes?
Estefano percibió que ella no quería recordar a Otávio y tener miedo. Sus zapatos ya estaban
en la sala; rápidamente se quitó la camisa negra, se sentó en la cama y extendió la mano
hacia ella. Helena fue jalada envuelta en la toalla y se sentó entre las piernas de él.
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-¿Quién te dijo eso sobre mí?
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-Prometí a la persona que no lo contaría, y no lo contaré. Sé que estaría en problemas por
haber hablado de más.
-Estaría, le enseñaría a no hablar de más. Sabes que si quisiera, te haría entregar a la persona, ¿no lo sabes?
-No, para eso tendrías que golpearme o torturarme, y juraste que nunca me maltratarías.
Estefano le sonrió.
-Tienes razón, eres mi perdición.
Él estaba solo con pantalones, con el cabello n***o suelto. Ese aire salvaje antes la
intimidaba, pero ahora le daba mariposas en el estómago.
-Es verdad lo que me contaron, ¿no es así?
-¿Alguna vez te he mentido?
-No
-Y no lo haré ahora. No voy a decir que es mentira lo que escuchaste por ahí, pero te prometo
aquí en nuestro cuarto, donde ninguna mujer ha estado, que jamás te forzaré, y si me dices
que pare, obedeceré. Sabes tu palabra de seguridad, ahora quiero besarte.
Y fue lo que Estefano hizo, la besó con calma. Cuando ella se relajó, él rompió sus bragas y
ella gritó. Él rió en medio del beso. Cuando soltó su boca, la acostó y cubrió con su boca su
pecho izquierdo, mientras jugaba con su clítoris. Helena estaba débil, ni siquiera se acordó de mantener la toalla. Él abandonó sus pechos y pasó a besarla.
-¿Todo bien?
-Sí, pero me gustaría que apagues la luz.
-¿Por qué? ¿Te dan asco las cicatrices?
-No, te juro que no, cariño. Solo estaré más cómoda, todavía siento vergüenza.
-Está bien, pero quiero que te acostumbres a mí. Planeo pasar mucho tiempo en la cama contigo, y apagar la luz durante el día no va a resolverlo.
Cuando Estefano volvió a la cama, se acostó sobre ella, en ese momento se sintió intimidada, se sentía pequeña y frágil ante él. Él percibió el cambio de inmediato.
-Está todo bien.
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Y la besó nuevamente, pasó varios minutos haciéndola relajar, nunca había tardado tanto apreciando los besos y el sabor de una mujer así, pero ella lo embriagaba. Jugó con sus pechos y su v****a. Se sintió aliviado cuando ella gimió su nombre, pero la quería gritando de placer en sus brazos. Abrió sus piernas y pasó la lengua por sus pliegues, deseaba ver lo que estaba probando, pero necesitaba respetar los límites de ella. Cuando ella estaba a punto de tener un orgasmo, él se detuvo, sentía la necesidad de hundirse en ella. Ella era pequeña y él grande, necesitaba ser cuidadoso o la lastimaría.
Cuando se posó sobre ella, se puso tensa, recordó el dolor que sentía cuando Otávio la poseía.
-Relájate, no voy a lastimarte, pero necesito que no te pongas tensa, pequeña.
-Si te pido que pares, ¿vas a detenerte? Tengo miedo.
-Lo haré, te di mi palabra, pero no me hagas esto. Estoy en mi límite, por favor, estoy suplicando, algo que nunca hice. Estuve días en poder de una organización rival y no supliqué
ni siquiera cuando me amenazaron con cocinarme vivo, pero lo estoy haciendo ahora. No me
hagas parar.
Él estaba con la voz ronca, gemía, y Helena se dio cuenta de que necesitaba avanzar, por él,
por el matrimonio de los dos y por el amor que comenzaba a sentir por él. Necesitaba alejar
sus miedos, Estefano no era Otávio, y ella ya no era la mujer violada y golpeada que vivía encogida de miedo. Entonces hizo lo que nunca había hecho: tomó la iniciativa y lo besó. Él
gimió en su boca.
-Eso es un sí.
Ella no fue capaz de responder con palabras, solo le dio una sonrisa de aliento.
Estefano la besó y pudo sentir la rigidez de su m*****o en su entrada. Él entró despacio. Ella esperó por el dolor cortante que siempre sintió, pero no llegó. Dolió, pero era un dolor soportable. Sin embargo, cuando él entró completamente, el dolor volvió con fuerza y ella gritó y golpeó su pecho.
-Pequeña, calma, respira. No me moveré hasta que digas que puedo.
-Está quemando, prometiste que no me ibas a lastimar.
-Lo sé, no debería doler, al menos no tanto. Pequeña probablemente es psicológico, di cuando pase el dolor, necesito moverme dentro de ti.
-No va a pasar.
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-Sabes que si me pides parar, voy a hacerlo.
Pero Helena quería que él sintiera placer, él lo merecía después de todo.
-Continúa, está todo bien.
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Él no esperó una segunda orden, se sumergió en ella, mientras olía su cuello. Cuando intentó
jugar con su clítoris como le gustaba, ella no lo permitió. Al mirarla percibió las lágrimas y la
expresión de dolor, él dejó de lado el placer y salió de dentro de ella abrazándola, le costó todo
su autocontrol detenerse. En ese momento se dio cuenta de que las sábanas estaban
empapadas, encendió la lámpara y notó la sangre.
-Maldición.
Helena se encogió.
-Lo siento, yo no…
-No pidas disculpas, estabas con dolor y quiero que sientas placer. Hay algo mal, estás
sangrando demasiado, necesitamos revisar esto.
Cuando encendió la luz se dio cuenta de que necesitaba llamar al médico.
-Estefano por favor, no permitiré que otro hombre me toque.
-Pequeña, hay sangre, necesitamos saber qué es. No soporto la idea de haberte hecho daño,
no soy un bastardo como ese maldito de Otávio.
-No lo eres, lo sabemos.
-Voy a hacer algunas llamadas y encontrar una mujer para que te examine, ¿está bien?
-Está bien.
Después de veinte minutos una mujer de edad media entró acompañada de Estefano.
-Buenas noches.
-Soy la dra. Alessandra, necesito examinar a la paciente en privado.
-No voy a salir
-Estefano, por favor.
Helena no sabía si era una médica común o de la mafia, si fuera la segunda opción no podía
hablar firmemente con él, eso ya lo había aprendido. Cuando finalmente salió, la doctora se sentó. Después de ser examinada y responder preguntas embarazosas la doctora abrió la puerta para Estefano.
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-Su esposa tiene el himen complaciente y en forma anular, por eso el dolor y toda la sangre.
En términos simples, el himen todavía está presente y su forma de anillo causa el dolor, aún
más cuando el compañero tiene el m*****o más grande que el de otros hombres.
Helena no sabía dónde esconderse, aquello era demasiado embarazoso.
Estefano comprendió.
-¿Y cómo resolvemos esto?
-Ya lo resolví, apliqué una anestesia local y di un pequeño corte de cerca de 2 centímetros,
que hará que el himen adquiera una forma común y que se romperá la próxima vez que tengan relaciones.
Después de todas esas conversaciones sobre himen y sexo, Helena fue a tomar un baño, cuando volvió la cama estaba cambiada, se acostó y se quedó dormida inmediatamente.
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