Capítulo 239
Carla, sonriendo, tomó un puñado de dulces de la bandeja de frutas y se los ofreció a Benicio, preguntándole con voz suave: -Benicio, ¿cómo te fue en los exámenes finales? ¿En qué lugar quedaste en la clase?
Benicio, el hijo menor de la tía rizada, cursaba el sexto grado de primaria y era bastante travieso; sus calificaciones eran bajas y con frecuencia recibía quejas de sus maestros.
Cuando la tía rizada escuchó a Carla preguntar por las calificaciones de Benicio, su habladora boca se cerró de golpe, ‘y una expresión de vergüenza cubrió su rostro.
Benicio, sin preocuparse por sus malas notas, respondió con honestidad a los adultos: –Saqué un cuatro en matemáticas, un tres en lengua y literatura española, un cuatro en inglés, y en la
clase estoy…
-Basta, no sigas, no solo es vergonzoso para ti, sino también para mí,– lo interrumpió la tía
rizada.
¿Qué tiene de vergonzoso? Estoy mejorando, replicó Benicio, sin estar convencido. El semestre pasado quedé penúltimo, y este semestre mejoré: quedé antepenúltimo.
Las risas estallaron entre los familiares presentes
-Es divertido escuchar hablar a los niños.
La tía rizada tiró de Benicio hacia ella y lo regañó en voz baja: -Te dije que jugaras con Violeta, ¿qué haces aquí avergonzándonos, diciendo que quedaste antepenúltimo?
Carla sonrió y finalmente logró que se callara.
Miguel miró a Luisa con preocupación, pero Luisa, sonriendo, sacudió la cabeza indicando que
estaba bien.
Después de la comida, Luisa salió a dar un paseo por el jardín cercano y, sin esperarlo, se encontró con Andrés, quien también había salido a caminar.
El viento frío soplaba intensamente, como si congelara la sangre.
Ambos se quedaron parados frente a frente en medio del viento helado, en silencio.
Luisa desvió la mirada primero y rompió el silencio: -¡Qué coincidencia!
—¡Feliz Carnaval!– fueron las primeras palabras que Andrés le dijo después d
ito tiempo.
Casi de inmediato, los ojos de Luisa se humedecieron.
Bajó la mirada, con las pestañas mojadas, y su vista se desvió inadvertidamente hacia el reloj
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en la muñeca de Andrés, conteniendo el aliento.
-Tú…
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Luisa quiso preguntarle por qué seguía usando el reloj que ella le había regalado, pero no pudo continuar la frase.
Incluso su tono de voz llevaba un leve sollozo.
Andrés siguió su mirada hacia el reloj en su muñeca, sintiendo un dolor repentino en el pecho.
Ese reloj había sido el primer regalo que Luisita le había dado.
Para él no era costoso, apenas algo más de noventa mil dólares, pero lo había llevado siempre, incluso después de su separación, sin quitárselo nunca.
En todas las ocasiones en que Luisa estaba presente, él se aseguraba de ocultar el reloj para que ella no lo viera, como aquella Nochevieja y tambien aquella vez en el campo de golf de Altoviento.
Pero ahora, él había salido a pasear solo, sin esperar encontrarse con Luisa en el jardín.
Así, el reloj quedó expuesto ante la vista de Luisa.
Él sabía lo que ella quería preguntar.
Deseaba decirle cuánto la extrañaba, que no se atrevía a quitarse el reloj que ella le había regalado.
Tras un largo y amargo conflicto interno, Andrés finalmente habló con dificultad: -Oh, olvidé quitármelo.
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Capitulo 240
Capítulo 240