Capítulo 530
Anaís se quedó aturdida por varios segundos, y en su desesperación, agarró un jarrón que estaba en el mueble cercano y lo lanzó hacia la cabeza de Efraín.
El aroma de las flores de ciruelo llenó el aire de inmediato. Las flores secas que había preparado con tanto cuidado comenzaron a desmoronarse, sus pétalos cayendo al suelo. El jarrón, que había escogido meticulosamente, se rompió en pedazos al impactar contra su
cabeza.
Pero Anaís no sabía que esas eran las flores de ciruelo que ella misma había regalado, ni que ese jarrón tenía un valor especial.
Se pegó a la pared, mirando con cautela a Efraín, antes de preguntar:
-¿Ya estás en tus cinco sentidos?
Efraín no dijo nada, solo sintió algo tibio deslizándose por su cabeza. No levantó la mano para tocarlo, simplemente dejó que su mirada se posara en los labios de Anaís.
Sus labios estaban enrojecidos por los besos, y había un pequeño rastro de sangre en el borde, una marca que él había dejado.
La mirada de Efraín parecía traspasar a Anaís, quien se dio cuenta de que el Efraín frente a ella no era el mismo que conocía.
Si antes Efraín era puro como un lienzo blanco, ahora parecía una mezcla de blanco y negro, un ser contradictorio entre el bien y el mal.
Si el Efraín de antes tenía buenos modales y límites claros, Anaís pensaba que podría manejarlo. Pero ahora, se sentía en peligro, como si fuera un trozo de carne fresca colocado frente a un tigre hambriento.
Bajó la cabeza y se dirigió rápidamente hacia la puerta, pero escuchó cuando él dijo:
-Le pedí a Lucas que busque tu libreta de familia. Mañana por la mañana iremos a casarnos.
Anaís se detuvo en seco, con la mano ya en el picaporte.
Sus dedos se aferraron con fuerza, sintiendo como si el metal estuviera ardiendo.
-Presidente Lobos, le dije que tengo novio.
-Ese tipo te da igual.
Efraín repitió esas palabras sin dudar.
Anaís inhaló profundamente, replicando:
-No me da igual. Yo lo quiero de verdad. Solo que soy más racional
que
él.
Él soltó una risa, mirando los fragmentos del jarrón en el suelo.
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Capitulo 530
-No tienes corazón.
Sin saber por qué, Anaís sintió un dolor punzante en el pecho.
No entendía por qué ser racional significaba no tener corazón. Solo quería lo mejor, así que tomó la mejor decisión posible.
El amor no debería ser un ancla que arrastre a ambos al abismo.
Decidió no discutir más, y sin mirarlo, dijo con calma:
-Me iré del país. Anselmo dejará de preocuparse por tu matrimonio. Te aseguro que no volveré
nunca.
Pero tan pronto como terminó de hablar, Efraín se acercó lentamente, observándola detenidamente.
Anaís se sintió incómoda y apartó la mirada.
En el siguiente instante, él la agarró del mentón.
-La verdad es que no tienes corazón.
El dolor en su mandíbula la hizo fruncir el ceño.
Efraín frotó sus labios con el pulgar, limpiando la sangre.
Se sintió aún más incómoda, levantó la mano para intentar alejarlo, buscando distancia.
Pero él de repente la sujetó por el rostro.
-Anaís, no me hagas enojar.
Su mano quedó suspendida en el aire, sin saber qué decir o hacer para evitar su enojo.
Sin embargo, su siguiente frase le dio la respuesta.
-Cásate conmigo, te protegeré.
Las pestañas de Anaís temblaron con fuerza. Lo empujó abruptamente, retrocediendo varios
pasos.
Claramente, estaba asustada, su rostro pálido lo demostraba.
Se dio la vuelta, abrió la puerta de la habitación y bajó apresuradamente las escaleras.
Al llegar al primer piso, se encontró con Lucas.
Lucas no le dijo nada, y ella no tenía tiempo para explicaciones. Salió del salón y se dirigió hacia la caseta de seguridad.
Bahía de las Palmeras era enormemente grande, casi increíblemente.
Pero en su mente había un caos total. Al llegar a la caseta, golpeó la ventana cerrada.
-Hola, por favor, ¿podría abrir la puerta? Quiero salir.
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10-12 I
Capitulo 530
No obtuvo respuesta. Caminó hacia el portón de hierro, agarrando las frías barras con frustración.
¿Será que Efraín planeaba mantenerla encerrada aquí?
Esa idea la hizo sentir un nudo en el estómago.
Desanimada, se sentó en un lugar cercano, con la tenue luz de la calle haciendo que su figura pareciera aún más frágil.
De repente, recordó lo que había pasado con Damián. Efraín no mostró piedad alguna cuando
se trató de él.
En el fondo, Efraín era alguien que haría lo que fuera necesario, aunque su exterior reservado le hiciera parecer accesible.
Había salido apresurada, con solo una bata ligera que había tomado de la casa. El viento la hizo estremecerse de frio.
Pero no quería regresar. Solo pensar en la mirada de Efraín le erizaba la piel, sintiéndose como una presa marcada.
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