Capitulo 268
Luisa fue escoltada por los hombres de Daniel hasta un edificio en obra negra.
Luisa sufría de vértigo, y mientras más subían, mis sentía que las piernas le dejaban de responder.
La construcción, hecha de concreto y varillas de acero, no tenía barandales en las escaleras ni ninguna clase de protección en los pisos superiores. Aun así, Luisa subía escalón por escalón, vigilada por los esbirros de Daniel.
Luisa contaba los pisos en silencio. Cuando llegaron al piso veintiséis, los hombres al frente se detuvieron.
Los que la llevaban también se detuvieron.
-¿Qué hora es?-preguntó Daniel con desgano.
-Señor Daniel, son las siete cuarenta,-respondió el mismo hombre que la había secuestrado
la noche anterior.
Luisa no sabía cómo se llamaba.
Al escuchar la respuesta, Daniel alzó levemente las cejas y dirigió la mirada hacia Luisa.— Dime… ¿De verdad crees que Andrés vendrá solo a morir por ti?
Luisa apretó los labios y bajó la mirada.
-¿Tienes miedo?-Daniel soltó una risa.–No te preocupes, si tanto te importa, puedo hacerles el favor… y dejarlos muertos juntitos como unos amantes fugitivos.
Luisa seguía cabizbaja, sin decir una sola palabra.
Daniel soltó una mueca burlona; al ver que Luisa no respondía, se impacientó.
-Te estoy hablando, ¿acaso no me oyes?-De pronto, Daniel le agarró el brazo y la empujó con brusquedad hacia adelante.
Luisa no tuvo tiempo de reaccionar; su cuerpo se fue de frente, perdió el equilibrio y trastabilló varias veces antes de caer al piso.
Sus manos estaban atadas, por lo que no pudo usarlas para sostenerse ni amortiguar el golpe.
Sonó un golpe seco.
Luisa cayó de frente al suelo. Primero se arrodillo con fuerza, y el dolor punzante en las rodillas le hizo palidecer de inmediato; sus facciones se contrajeron por el dolor. Después, su torso se estrelló contra el concreto. Su rostro se tornó blanco de dolor, pero no gritó ni lloró; solo apretó los dientes con fuerza, aguantando el sufrimiento.
Saptad to
Con esa caída, Luisa quedó justo al borde del edificio. Al ver lo que tenía frente a ella, el miedo se intensificó y comenzó a temblar.
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Estaba tendida al filo del piso en obra negra. Desde el piso veintiséis, al mirar hacia abajo, el vértigo le nubló la vista, y decidió cerrar los ojos de golpe.
-¿Se te comió la lengua el ratón?-dijo Daniel, molesto al ver que seguía en completo silencio, y soltó una risa cargada de irritación.
De pronto, el hombre le dio una patada a un barri de hojalata cercano.
El estruendo metálico del barril rodando por el cemento fue agudo y repentino.
Los hombres de Daniel contuvieron la respiración. Nadie se atrevía a emitir ni un solo sonido.
Luisa apretó sus ojos, sin entender por qué ese hombre era tan voluble e impredecible.
Un momento antes, en la planta baja, hablaba con una sonrisa inocente, como si estuviera de buen humor. Ahora, de la nada, se había tornado iracundo, fuera de control, como un lobo
rabioso.
Está bien, si no quieres hablar, entonces buscaré la forma de obligarte.–El rostro de Daniel dejó escapar su crueldad, y su mirada se clavó en Luisa. De pronto, volvió a esbozar una sonrisa gélida.
-Dime algo…-Daniel comenzó a caminar lentamente hacia Luisa.
La observaba como a una presa. Tenía una sonrisa maliciosa en los labios y una mirada depredadora en sus ojos. -¿Cómo crees que se sentiría Andrés si presenciara una violación? ¿ Eh?
Luisa se estremeció al escuchar esas palabras y, de inmediato, abrió los ojos de par en par. En su mirada se mezclaban el miedo, la sorpresa y el asco. Su rostro perdió aún más color.
Daniel notó el cambio en su expresión, y se mostró satisfecho. La sonrisa en sus labios se
acentuó aún más.
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