Anaís se encontraba frente a la puerta corrediza de la cocina, inmóvil, reflexionando profundamente durante varios minutos. Llegó a la conclusión de que no valía la pena seguir sufriendo físicamente.
El dolor que sentía en su estómago era tan intenso que le provocaba espasmos, y el sudor le perlaba la frente.
Caminó con la cabeza gacha hacia el área donde preparaba bebidas, se sentó en el sillón individual y tomó un pedazo de pan caliente, comenzando a comer lentamente.
Solo había dado unos pocos mordiscos cuando notó su libreta de registro familiar en una esquina de la mesa. Su mano se detuvo y miró a Efraín.
Él, sin mirarla, dijo con calma:
-Cuando termines de comer, iremos al registro civil.
Anaís apretó el pan con más fuerza, deformándolo en sus manos.
Al entrar y ver a Efraín, casi había pensado que todo lo ocurrido la noche anterior había sido un sueño. Sin embargo, al escuchar esas palabras, supo que no lo era. ¿Efraín realmente sentía algo por ella?
Siguió comiendo, buscando calmar el dolor en su estómago, y preguntó:
-¿El presidente Lobos realmente me quiere?
Efraín, pasando las páginas de su libro con tranquilidad, respondió:
-¿Tú qué crees?
-No, alguien que quiere a otra persona no actúa así.
Respondió rápidamente, aunque no sabía definir exactamente cómo debería ser alguien que ama. Sabía que lo que sentía por Z era un amor un tanto enfermizo, algo que otros probablemente no aceptarían.
-Bueno, entonces no te quiero.
Efraín soltó estas palabras sin levantar la vista del libro.
Anaís disminuyó la velocidad con la que comía, recordando algo que Roberto había mencionado una vez: que ella se parecía a la difunta señorita Córdoba. ¿Acaso Efraín la veía como un sustituto?
Miró a Efraín con incomodidad. Nadie quiere ser considerado un reemplazo.
-¿El presidente Lobos me ve como un sustituto?
Las pestañas de Efraín temblaron ligeramente mientras dejaba su libro a un lado y se levantaba.
-¿Ya terminaste de comer?
Anaís frunció el ceño, incrédula ante la seriedad de Efraín. ¿Realmente planeaba casarse con ella?
El pan en sus manos se sentía como una papa caliente, sin saber qué hacer con él. Bajó la cabeza y siguió comiendo en silencio, como si dijera que aún no había terminado.
Mientras comía, pensaba en qué hacer. Casarse con Efraín no era una opción; eso lo complicaría todo.
Pensando en Z, un dolor se instaló en su pecho. Le había dado una pulsera de semillas de rojo, un anillo, y le había dicho muchas palabras de amor. No esperaba que todo terminara así.
Z era una persona frágil. Si se enterara, no sabía cómo reaccionaría. Recordó las veces que había amenazado con romper, cuando él parecía al borde del abismo.
La noche que había decidido marcharse en silencio, no se había sentido tan abrumada como ahora.
Dejó de comer, y en los ojos de Efraín, parecía simplemente triste, prefiriendo quedarse en silencio que hablar con él.
Efraín desvió la mirada y volvió a preguntar:
-¿Terminaste de comer?
Anaís volvió en sí, dejando el resto del pan a un lado.
15:06
Capitano JJE
-Presidente Lobos, en serio no puedo casarme contigo. ¿Por qué no me ayudas a salir del país?
Conocía a Z y sabía que el daño de irse por su cuenta sería menor que el de casarse con alguien más. Después de todo, sí solo se iba, aún podrían reconciliarse, pero casarse sería una traición definitiva.
Efraín se sentó en una silla de ruedas, su rostro lucía pálido.
Por un momento, Anaís pensó que él la dejaría ir. Pero al instante siguiente, un grupo de guardaespaldas vestidos de negro apareció detrás de ella.
Sus ojos se abrieron de par en par, no podía creerlo.
-¿Me vas a forzar?
En el registro civil, siempre preguntan si ambos están de acuerdo. Con este espectáculo, cualquiera sabría que estaba siendo obligada, y no podrían registrar el matrimonio.
Pero subestimó el poder de Efraín. Al ser empujada al carro, Lucas, desde el asiento delantero, dijo:
-Presidente, todo está listo.
Esto significaba que, si el carro llegaba al registro civil, realmente se casaría con Efraín.
Era como un sueño absurdo y surrealista del que no podía despertar.