Efrain sostenía los dos actas de matrimonio en sus manos, observándolos detenidamente durante varios minutos. En la foto, su boca formaba una ligera curva hacia arriba, mientras que la de Ahaís caía hacia abajo.
Sin embargo, no se detuvo mucho en eso, sino que revisó repetidamente los nombres de ambos.
El empleado, que estaba frente a él, no pudo evitar sacar un pañuelo para secarse el sudor nervioso.
-Señor Lobos, ¿está usted satisfecho?
Efrain bajó las pestañas y murmuró un “sí“.
El empleado soltó un suspiro de alivio. Qué bueno que estaba satisfecho. Esperaba que esa carga se marchara pronto, ya que sus piernas casi se debilitaban del miedo.
Efraín guardó los dos actas de matrimonio y finalmente miró a Anaís.
-Vámonos, regresemos.
Anais seguía en el mismo lugar, sin moverse. ¿Quién hubiera imaginado que se casaría tan pronto?
Efrain ya había llegado a la puerta, su expresión seguía serena.
-Anaís, vamos.
Ella finalmente salió de su ensimismamiento y, en silencio, lo siguió.
Una fila de guardaespaldas vestidos de negro seguía en la entrada. Al verlos salir, se apartaron con respeto para dejarles
pasar.
Anaís sentía que todos esos rostros frente a ella eran irreales. Sus piernas parecían de plomo y cada paso era pesado.
Ya en el carro, permaneció con la cabeza baja, en silencio, mientras el vehículo se dirigía de nuevo a Bahía de las Palmeras. Finalmente, no pudo evitar preguntar:
-¿El presidente Lobos planea encerrarme en la villa para siempre?
-Hasta que aprendas a comportarte.
Esas cinco palabras parecían ligeras, pero para ella eran como una montaña aplastante.
Efraín no solo estaba siendo serio, estaba siendo extremadamente serio.
El rostro de Anaís palideció aún más. Era la primera vez que no sabía cómo reaccionar.
Descendió del carro y, con movimientos automáticos, entró al salón. La villa había cobrado vida de nuevo, con muchas personas preparando la cena. Al verla, la saludaron respetuosamente.
-Buenas tardes, señora.
Se detuvo, sintiendo que la situación era cada vez más absurda.
Se sentó en el sofá y vio a una empleada acercarse para ofrecerle una bebida caliente de jengibre.
-Señora, si desea algún platillo en particular, solo díganos. Las frutas en la nevera son traídas por avión.
Anaís no respondió, observando cómo Efraín subía en el ascensor.
Ya no tenía fuerzas para hablar con él; la comunicación era imposible.
Con las manos alrededor de la bebida de jengibre, parecía congelada en el lugar.
Efraín llegó al piso de arriba, sacó los actas de matrimonio nuevamente y los miró con atención durante diez minutos. Solo cuando escuchó un golpe en la puerta los guardó en un compartimento oculto.
El que entró era Lucas.
Durante el camino al registro civil, Lucas no había dicho una palabra, actuando como un conductor ejemplar.
Ahora comentó:
-La reunión de esta noche ya está programada. ¿El presidente piensa salir ahora? ¿No cenará con la señorita Villagra?
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Capitulo 333
Efraín miró hacia el compartimento oculto, su tono seguía siendo ligero.
-No, estando conmigo, ella no puede comer.
Lucas sintió una opresión en el pecho al escuchar eso.
Anaís, abajo, no sabía cuánto tiempo había pasado hasta que vio a Efraín y Lucas bajar. Parecía que tenían que salir.
Hace poco intentó pedir prestado un celular a uno de los empleados, pero nadie quiso prestárselo, esquívándola como sí ya estuvieran advertidos.
Desvió la mirada, permaneciendo en silencio como si fuera de madera.
Efraín tampoco se acercó a ella y se dirigió directamente a la entrada.
Primero fue al Grupo Lobos. Después de las festividades, el trabajo en el Grupo Lobos estaba ocupado, y era necesario planificar el rumbo de ese año.
Cada pocos minutos, sacaba los documentos rojos para mirarlos. No pudo evitar llevárselos al salir del dormitorio.
Cuando un directivo entró, vio los documentos en sus manos y se quedó incrédulo.
-¿Esto es…? ¿El presidente se ha casado?
Efraín apretó levemente los labios y asintió.
Este directivo había trabajado en el Grupo Lobos durante muchos años. Aunque Efraín se ausentó durante dos años, mientras estuvo en el extranjero, continuó liderando al Grupo Lobos en la adquisición de una compañía tras otra. La mayoría de las personas lo respetaban plenamente.
En el rostro del directivo apareció un asomo de incredulidad. ¿No se decía que el presidente solo se interesaba por el trabajo y nunca se le había visto salir con ninguna mujer? ¿Con quién se había casado?
-Felicitaciones, presidente. ¿La esposa vendrá al Grupo Lobos a hacer una visita? Si es así, haré que todos se preparen. Las palabras “esposa del presidente” claramente complacieron a Efraín.
El directivo había pensado que tal vez era un matrimonio arreglado por la familia Lobos, y que al presidente en realidad no le agradaba. Por eso parecía tan distante.
Había trabajado en numerosos proyectos comerciales con el presidente, y ni contratos de miles de millones habían logrado más que apretar sus labios.
Sin embargo, esas palabras sobre la esposa del presidente hicieron que sus labios se curvaran ligeramente.