Aún no había llegado a la gran puerta cuando, de repente, aparecieron varias personas, deteniéndola con respeto.
-Señora, por favor, regrese.
Anais se sobresaltó al ver a las figuras que aparecieron de la nada, retrocediendo unos pasos. Ella había estado atenta, no había visto a nadie cerca. ¿De dónde habían salido?
Sintió un escalofrio recorrer su espalda.
Si no podía ver a estas personas escondidas, ¿significaba eso que desde que salió de la casa principal había estado bajo vigilancia constante?
Se sintió humillada por su intento fallido de ser astuta.
Y luego, una ira comenzó a brotar dentro de ella, dirigida a Efraín y su meticulosa planificación, a su manera dominante de controlar todo.
Apretó los labios y no pudo evitar preguntar:
-¿Ya me habías visto desde antes?
El hombre no respondió, simplemente se inclinó con respeto.
-Por favor, señora, regrese.
La rabia encendió su interior y se dio la vuelta, regresando hacia la casa principal.
Subió directamente las escaleras y se plantó frente a la puerta del dormitorio de Efraín, lanzando una patada.
Para su sorpresa, la puerta no estaba cerrada con llave y se abrió de golpe.
-¡Pum!
El interior estaba iluminado, las luces encendidas. ¿Efraín aún no se había ido a dormir?
Enfurecida, se acercó a la cama, solo para ver su figura de espaldas, durmiendo profundamente.
Anaís se detuvo, sin avanzar más, y lo llamó:
-¡Efraín!
Efraín abrió los ojos lentamente, subiendo la cobija, y su tono fue calmado.
-¿Pasa algo?
Anaís casi soltó una carcajada de la rabia.
-¿Te divierte verme dando vueltas como un tonto? ¿Disfrutas de verme así?
Él, aún de espaldas, no mostró ninguna reacción.
Efraín bajó sus pestañas, volviendo a cerrar los ojos.
Anaís frunció el ceño, permaneciendo quieta, hasta que de pronto exclamó:
-¿Qué es lo que realmente quieres?
No podía entenderlo.
Él se incorporó lentamente, la cobija cubriendo su torso, y se recargó en el cabecero, con el cabello desarreglado,
mirándola.
El dormitorio era enorme, pero su presencia lo llenaba por completo, como azúcar disolviéndose en el agua, extendiéndose por todos lados.
-Acércate -dijo.
Anaís quedó perpleja unos momentos antes de acercarse con cautela.
-¿Para qué?
Él la tomó de la muñeca, tirándola hacia él, y sujetó su barbilla, dándole un beso en los labios.
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Capítulo 544
-¿No preguntabas qué quería hacer?
Los ojos de Anaís se abrieron de par en par, paralizada por la sorpresa.
Efraín la soltó, bajando las pestañas con un aire de resignación.
-Fuiste tú quien entró por su cuenta.
Era como un rayo en un día despejado.
Su corazón latía violentamente y levantó la mano, dispuesta a darle una bofetada, pero al ver su rostro ligeramente pálido, se detuvo.
La mano quedó suspendida en el aire por varios segundos antes de que la bajara lentamente.
Era extraño. Si se tratara de Raúl, no habría dudado.
Pero algo en el rostro de Efraín la detenía, una fuerza invisible que le impedía seguir.
Después de un largo silencio, finalmente dijo:
-Eres un completo… incomprensible.
-Sí, ¿y qué con eso?
Su respuesta fue tranquila, observando cómo ella retiraba la mano, con una ligera curva en sus labios.
Anaís se quedó sin palabras, sin saber qué decir. Miró su rostro, sintiendo una mezcla de emociones difíciles de describir.
Golpearlo, no podía.
Insultarlo… Hasta ahora, siempre había creído que Efraín era alguien de buenos modales, y decir algo demasiado grosero frente a él se sentía vulgar y desconsiderado.
-Tú, tú de verdad eres…
No pudo completar la frase, frustrada. ¿Qué le pasaba? Efraín era el que había cometido una gran falta.