Capítulo 780
Enrique escuchó eso y se enfureció, pensando que Anaís realmente no tenía vergüenza.
Ella se giró hacia Efraín, respiró profundamente y dijo:
-Efraín, mejor no comas lo que ella prepara. Sabes que lo de la abuelita tiene que ver con ella, ¿quién sabe si le puso algo a la comida?
Efraín bajó la mirada, comió en silencio un par de bocados y luego preguntó:
-¿Y tú quién eres?
Enrique se quedó sin palabras, pensando que había oído mal.
-¿Qué?
Pero Efraín ya no le dirigió más la palabra y en su lugar llamó por teléfono a Lucas.
Poco después, Lucas entró en la habitación.
-Señorita Moratalla, por favor, retírese.
El rostro de Enrique pasó de rojo a blanco, aferrándose fuertemente al termo de comida.
-Efraín, ¿me estás tomando el pelo?
Lucas sonrió.
-El presidente no recuerda a nadie, no solo a la señora.
Las uñas de Enrique se clavaron en la palma de su mano, casi hasta sangrar.
Ella solo sabía que Efraín había olvidado a Anaís, pero no que había olvidado a todos.
A pesar de eso, él se mantenía tranquilo, manejando su trabajo con destreza. Pensaba que solo había olvidado a una persona en particular.
Cuando la oficina quedó vacía, Efraín miró los tres platos y la sopa frente a él, presentados en cajas térmicas muy bonitas. Luego miró los utensilios que sujetaba en su mano y apretó los labios.
Algo no cuadraba.
Durante tres días consecutivos, Anaís llegó puntualmente con el desayuno, almuerzo y cena, y el rumor se esparció por todo el círculo social.
Cuando Anaís perseguía a Roberto, no escatimaba en esfuerzos, y ahora parecía que usaba las mismas tácticas con Efraín.
-¿Qué pasa? ¿No se había casado Efraín con Anaís?
-Con tantos rumores, pensé que sí se habían casado. Pero en el funeral de la abuelita, no vimos a Anaís. Si estuvieran casados, ¿cómo no iba a estar presente en algo tan importante?
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Capitulo 780
-¿Cómo se iba a atrever a aparecer? La abuelita murió por ella. Seguro que se casaron, pero después de lo que pasó, se divorciaron rápidamente. Anselmo fue muy claro, no quiere a una mujer así en la familia Lobos.
Esa teoría tenía sentido.
Probablemente, Efraín quedó muy afectado por lo de la abuelita, recapacitó y se divorció de Anaís. Pero Anaís no lo dejó ir, y comenzó a insistir.
Roberto, al escuchar estos rumores, sintió como si el corazón le ardiera.
Esperó en la puerta del edificio de Anaís desde la madrugada hasta las ocho de la mañana, hasta que finalmente la vio salir.
Al verla con la caja de comida, su expresión cambió.
-Anaís, ¿esto es para Efraín?
Anaís no lo había visto en mucho tiempo, frunció el ceño sin querer hablar, pasó de largo y siguió su camino.
Roberto levantó la mano y la agarró del brazo, pero Anaís fue más rápida, y con un movimiento
lo tiró al suelo.
Roberto no podía creerlo. Mientras el dolor físico lo invadía, miró a la mujer que se alejaba.
-¡Anaís!
Rápidamente se levantó y la siguió, con los ojos enrojecidos.
-¿Sabes? Antes también eras así de buena conmigo. ¿No piensas en nosotros cuando cocinas para él? Aunque en ese entonces fingías, el cariño era real. Si tan solo hubiera correspondido
un poco…
Anaís se detuvo y, con impaciencia, preguntó:
-¿Ya terminaste?
Al girarse, vio el rostro de Roberto cubierto de lágrimas. Estaba llorando, solo ahí de pie.
Para Anaís, cuando alguien no le importaba, incluso si se colgara frente a ella, no le movería un
solo cabello.
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