Capítulo 778
La espera se prolongó durante cuatro días.
El funeral de la abuelita ya había pasado, y según se decía, fue en el Mirador del Descanso.
Anais llamaba todos los días a Lucas, preguntando por la situación de Efrain,
Sin embargo, Lucas tampoco lograba verlo, e incluso el viejo lo había advertido,
En la tarde del cuarto día, Lucas llegó a Bahía de las Palmeras.
Fue Anaís quien abrió la puerta, y al ver que no era Efraín quien estaba afuera, la luz en sus ojos se apagó de inmediato.
Lucas parecía incómodo, y después de mirarla un momento, habló en voz baja:
-Señora, el presidente ha ordenado que… que se mude. Mañana en la mañana él posiblemente regrese, y no quiere ver a ninguna persona extraña en la casa.
Anaís pensó que había escuchado mal.
¿Persona extraña?
Su mirada se mantuvo fija en el rostro de Lucas por un buen rato.
Lucas bajó la vista y repitió:
-Por favor, señora, debe irse. Es una orden directa del presidente.
Anaís se quedó en silencio por unos segundos en la puerta antes de asentir suavemente.
Se dio la vuelta para recoger sus cosas, pero en Bahía de las Palmeras no tenía muchas cosas que juntar.
Avanzó unos pasos y luego retrocedió, diciendo:
-Está bien, me voy entonces. Lucas, seguiré llamándote, ¿podrías contestar?
No preguntó qué le había sucedido a Efraín.
Lucas asintió.
Anaís no dijo nada más, pero Santiago, su hermano, no pudo contenerse.
-¿Qué es eso de “persona extraña“? ¿No que le encantaba mi hermana? Ahora resulta que es una persona extraña. ¡Qué tipo más despreciable! Hermana, vámonos, no le hagas caso. Vente conmigo a mi finca, el helicóptero todavía está aquí, y no necesitamos este lugar.
Tomó a Anaís del brazo, dispuesto a llevarla al helicóptero.
Anaís no se movió, solo dijo:
-Hermano, ¿podrías dejar a los perros aquí? Mi casa en San Fernando del Sol es pequeña, no quiero que se sientan incómodos.
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Capitulo 778
Santiago la miró de arriba abajo antes de asentir a regañadientes.
Si alguien más le hubiera pedido que cuidara a sus perros, se habría enfadado.
Pero con Anaís, le parecía razonable.
Cuando Anaís estaba a punto de salir, Lucas dijo:
-Señora, puedo llevarla en carro.
Anaís negó con la cabeza y respondió amablemente:
-No, gracias. Quiero caminar un poco para despejar mi mente.
Santiago, siguiéndola de cerca, intentó convencerla una vez más:
-Hay muchos hombres buenos por ahí. Mi otro hermano, aunque un poco mujeriego, es buena persona. Mi hermano mayor, aunque serio y aburrido, es muy rico. Si te interesan, te los puedo
presentar.
Anaís no respondió y siguió caminando en silencio.
Al llegar a las afueras de Bahía de las Palmeras, se detuvo al ver los árboles florecidos a
ambos lados.
Santiago no pudo evitar preguntar:
-¿No quieres irte? Pero Efraín te echó, tenemos que tener un poco de dignidad.
Anaís solo comentó:
-Son magnolias, no había notado que todas estaban florecidas.
Santiago no conocía mucho de flores, pero al verla tranquila, se sintió aliviado.
-Hermana, ¿dónde vives? ¿Tomamos un carro?
Anaís asintió, la distancia era considerable y necesitaban un carro.
Al llegar a la casa, Santiago la observó. La casa tenía ciento cincuenta metros cuadrados, más pequeña que el área de baño de los perros en Bahía de las Palmeras.
Santiago sintió pena por ella.
-Si no puedes comprar una villa, puedo pedirle a mi hermano mayor que te compre una. Todo mi dinero está guardado con él. Puedo usar su tarjeta, solo que le llegará una notificación.
Para Santiago, el dinero no tenía mucha importancia; comprar un castillo no le parecía costoso, ya que sus hermanos mayores simplemente usaban la tarjeta para comprar lo que querían.
Anaís estaba agotada. Había esperado a Efraín durante cuatro días, y en ese tiempo, las pesadillas la habían acosado sin descanso.
Al saber el resultado, aunque malo, sabía que debía reponer sus fuerzas y planificar lo que vendría.
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Capitulo 778
-Hermano, la habitación de invitados es para ti. Voy a ducharme y descansar un poco. Si tienes hambre, pide algo de comer, ¿sí?
Santiago asintió, emocionado de poder compartir techo con su hermana, de repente la casa no parecía tan pequeña.
Después de ducharse, Anaís se secó el cabello mientras miraba por la ventana.
Quizás las palabras de Fausto la habían preparado, pues ahora se sentía tranquila, tan
tranquila que empezó a pensar en cómo acercarse más a él, tal como Fausto había mencionado.