Capítulo 774
Anaís pensó en Efraín y su mirada se volvió cortante. ¿Acaso el anciano planeaba mantener a Efraín bajo arresto domiciliario? ¿O quizás tenía otras artimañas en mente para enfrentarlo?
Su mente era un torbellino de pensamientos. Originalmente, había querido regresar a Bahía de las Palmeras, donde al menos estaría rodeada de la gente de Efraín y se sentiría segura. Pero decidió no ir y en su lugar, pidió a Santiago que detuviera el carro en cierta ubicación.
Llamó a Fausto. Si había alguien más que pudiera ayudarla en ese momento, definitivamente era él. Fausto siempre había querido que ella y Efraín estuvieran juntos. Además, debido a la relación entre las familias Moratalla y Lobos, solo él podía visitar a Efraín.
Fausto estaba en ese momento frente a la mansión de los Lobos. Al escuchar su voz, su rostro
permaneció impasible. La urgencia en el tono de Anaís era evidente, y ella repitió su solicitud.
-Fausto, ¿puedes ayudarme?
Fausto, de pie junto a su carro, miró hacia la imponente mansión frente a él, y preguntó:
-¿Realmente te importa Efraín?
Anaís no entendía por qué repetía esa pregunta una y otra vez.
-Yo…
No alcanzó a terminar antes de que él la interrumpiera:
-Si ni siquiera tú misma sabes lo que sientes, ¿de qué sirve que yo entre a verlo? Por lo que conozco al viejo, seguramente intentará que Efraín te olvide. Así él podría seguir siendo el alto y poderoso presidente del Grupo Lobos. Tal vez, si todo sale bien, pronto estará en el extranjero luchando por el control de la familia Lobos. Anaís, si no lo quieres, entonces el camino que le ha marcado el anciano podría ser el mejor para él.
Anaís guardó silencio, reconociendo que Fausto tenía razón. Si no estuviera enredado con ella, la vida de Efraín sería envidiable, la que siempre debió tener. Pero al recordarlo la noche anterior, con el viento jugando con su cabello, y la dulzura en su mirada, se preguntó si ese destino de heredero era realmente lo que él deseaba.
Quizás lo que Efraín anhelaba más que nada era estar a su lado. Esa idea la hizo apretar los labios.
-Me importa, al menos ahora me importa, solo que yo…
Tenía sus reservas, especialmente por Z. Si ahora decía que estaba dispuesta a arriesgarlo todo por Efraín, ¿qué pasaría con Z? Se sentía como una mujer indecisa entre dos hombres.
Pero, ¿acaso no sentía nada por Efraín? Eso no era posible, porque si no sintiera nada, no estaría tan preocupada por él.
Antes de que pudiera añadir algo más, Fausto intervino:
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-Está bien si te importa. No importa si es puro o no, Efraín estará feliz. Entraré a ver cómo
está.
Anaís suspiró de alivio, sus ojos estaban ligeramente enrojecidos.
-Gracias, esperaré aquí. Si está bien, ¿puedes llamarme?
Fausto se mantuvo en silencio, escuchando la respiración del otro lado de la línea. Tras unos segundos, respondió con un simple “sí“.
La mansión de la familia Lobos estaba llena de gente; la muerte de la anciana no era un asunto menor, y todos en el círculo social querían presentar sus condolencias. Desde la entrada hasta el interior, no paraba de encontrarse con conocidos.
No vio a Efraín por ningún lado, así que le preguntó a Roberto, quien pasaba por allí.
-¿Dónde está Efraín?
El rostro de Roberto mostraba satisfacción.
-Está al borde de la muerte. ¿Vienes a salvarlo? Llegas tarde. Parece que al abuelo no le importa tanto como pensábamos. Yo también creía que era de mucha importancia para la familia Lobos.
Hoy era, sin duda, el día más feliz para Roberto en mucho tiempo. Había cumplido con los otros compromisos y ahora planeaba salir en busca de Anaís, aunque no sabía dónde podrían haberla llevado los hombres de su abuelo. Quería encontrarla antes de que Efraín despertara y llevarla por la fuerza a otra ciudad para empezar una nueva vida juntos.
Fausto no le prestó atención y continuó avanzando con calma hacia el interior. Esta vez vio al anciano, Anselmo, pero estaba rodeado de otros parientes mayores, así que no era el momento adecuado para acercarse.
Miró alrededor y, tras evaluar la situación, decidió subir al piso superior. Era probable que Efraín
estuviera retenido allí.
Frente a una de las habitaciones del segundo piso había varios guardias. Al ver a Fausto, lo
saludaron:
-Señor Moratalla.
-¿Efraín está descansando adentro? Oí que está muy afectado.
-Sí, señor. Está descansando y no recibe a nadie hoy.
-Oh, está bien.
Fausto se dio la vuelta como si fuera a irse, lo que hizo que los guardias bajaran la guardia. Sin embargo, en un rápido movimiento, se giró de nuevo, noqueando a uno de ellos con una patada y golpeando a otro con la mano. Rápidamente acomodó los cuerpos de los guardias en el suelo, sin hacer ruido.
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