Capítulo 790
Anaís apartó la vista de Efraín y terminó de cortar las verduras. Justo cuando iba a encender el fuego, él se acercó por detrás y la abrazó suavemente por la cintura.
Él inclinó la cabeza, apoyándola sobre su hombro.
Anaís se puso tensa de inmediato, sin saber cómo reaccionar mientras sostenía la sartén.
Sin embargo, él la soltó después de unos segundos y dijo: -Si te resulta agotador, deja que alguien más lo haga.
Anaís se quedó en blanco, procesando lo ocurrido mientras él salía de la cocina. No sabía exactamente cómo terminó de preparar los platos, pero cuando los llevó a la mesa, se sentía como si estuviera en una nube.
Fue hasta que le entregó un tazón de sopa a Efraín que pareció despertar, diciéndole: -Come.
Efraín tomó el tazón y comenzó a comer en silencio.
Anaís lo observaba sin saber qué decir, sintiendo una extraña mezcla de emociones.
Ella probó su propia sopa, pero al instante frunció el ceño. Estaba terriblemente salada, casi
amarga.
Miró a Efraín, quien seguía comiendo sin mostrar ninguna reacción. Tomó su tazón y probó de nuevo. Sí, estaba igual de salada.
Entonces recordó que él había perdido el sentido del gusto.
-¿Qué pasa? -preguntó él, ajeno a su dilema.
El corazón de Anaís se apretó con tristeza, una ola de melancolía amenazaba con desbordarla. Pensó
que al cuidar de él todos los días, Efraín podría recordarla y ser más cariñoso. Pero alguien que no puede saborear no puede apreciar las delicias culinarias, para él era como masticar cera.
Anaís dejó la cuchara, su rostro reflejaba decepción. De repente, Efraín tomó una servilleta y le limpió suavemente la mejilla.
Anaís bajó la mirada y se dio cuenta de que había lágrimas sobre la mesa,
Él la miró por unos segundos antes de volver a concentrarse en su comida.
Anaís se sentó de nuevo, observando los platos que había preparado sin saber qué hacer. El abrazo de Efraín la había dejado tan aturdida que había usado demasiada sal en todo. Esos platos no se podían comer.
En ese momento, el timbre de la puerta sonó. La empleada fue a abrir y encontró a Samuel e Iván.
Fausto ya sabía lo que le había pasado a Efraín, pero Samuel e Iván acababan de enterarse y
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llegaron apresurados.
Al ver que Efraín estaba bien, Samuel suspiró aliviado, tomó una cuchara y se sirvió un tazón de sopa.
-Efraín, ni te imaginas, he estado tan ocupado con un proyecto que no he descansado bien en tres días. Apenas supe que te pasó algo, vine corriendo -dijo Samuel, tomando un sorbo de sopa.
Al instante, escupió el contenido en una servilleta, su expresión se tornó en una mueca de disgusto.
Todos en su círculo sabían que Anaís cocinaba bien. Incluso había mejorado sus habilidades culinarias para conquistar a Roberto. Últimamente, había usado sus talentos para Efraín, y se decía que le encantaba su comida.
Samuel agarró una botella de agua y bebió desesperadamente para aliviar el sabor. Nunca en su vida se había sentido tan humillado por la comida.
-Anaís, ¿en serio fuiste a clases de cocina? ¿Con quién aprendiste? Esa persona debería estar en prisión. No me extraña que no hayas podido conquistar a nadie con tus platillos -dijo Samuel, todavía incrédulo.
Iván, sentado a un lado, se rio y dijo: -¿Tan malo está?
Samuel respiró hondo y le sirvió un tazón. -Pruébalo tú mismo.
Iván tomó una cuchara, pero antes de probar, no perdió la oportunidad de burlarse de Samuel: -Estás acostumbrado a la buena vida. Efraín y Fausto pasaron años en el ejército, no son tan delicados como tú.
Dicho esto, llevó una cucharada a su boca.
-¡Puaj! -exclamó, escupiendo lo que había probado.
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