Capítulo 809
Anaís ya no dijo nada más. Comió un poco y luego fue a sentarse al sol.
La noche anterior había llovido en San Fernando del Sol, y ahora, para sorpresa de todos, en el cielo brillaba un arcoíris.
Con una mano acariciando la cabeza del mayor, Anaís miró por la ventana Y sintió que todo afuera parecía renacer. Su ánimo mejoró de inmediato.
No fue a buscar a Fabiana, así que no notó cómo èl semblante de esta se transformó de golpe, como si tramara algo oscuro.
Ese día, Anaís decidió tomarse un descanso y no pensar en Efraín por el momento.
Como siempre, primero debía recuperar la salud.
A la medianoche, Fabiana fingió bajar por agua. Al pasar cerca del estudio, estaba a punto de abrir la puerta, pero la empleada que vigilaba el lugar la detuvo.
-Señorita Illanes, este es el estudio del señor, no se permite la entrada sin autorización.
Fabiana mostró una sonrisa cordial.
-Anoche, cuando le llevé agua al presidente Lobos, sin querer dejé algo adentro. Es una reliquia que me dejaron mis familiares, tiene mucho valor para mí. Solo quiero buscarla, no me tomará más que unos minutos. Si no la encuentro, de verdad no voy a poder estar tranquila
nunca.
La empleada se sintió en aprietos. Después de todo, la palabra “reliquia” pesaba demasiado.
Vaciló un par de segundos y, tras inhalar profundo, accedió.
-Le doy tres minutos. Por favor, salga lo antes posible.
Fabiana asintió y entró al estudio casi corriendo, directo al cajón.
Al abrirlo, ahí estaban: la pulsera de semillas rojas y un anillo que a simple vista no era de ninguna marca de lujo.
Ambas cosas estaban juntas. Si no recordaba mal, había visto ese mismo anillo en la mano de
Anaís.
Decían que eran anillos de pareja, una de esas piezas iba con su pareja, así que la otra debía estar con el novio de Anaís. ¿Cómo había acabado en manos de Efraín?
Una sonrisa se le dibujó a Fabiana. Vaya giro.
¡Seguro Efraín fue quien mató al novio de Anaís!
Dejó todo en su sitio; la empleada seguía afuera, así que no podía llevarse nada sin levantar
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sospechas.
Al verla hurgar en el cajón, la empleada no ocultó su incomodidad.
-Señorita Illanes, ¿aún no lo encuentra?
-No, parece que no está aquí.
Cerró el cajón y salió con naturalidad.
-Disculpa, iré a buscar en otro lado.
Como no se llevó nada y apenas tardó medio minuto, la empleada no tuvo más que dejarla
pasar.
De regreso en su cuarto de visitas, Fabiana no pudo pegar el ojo en toda la noche, emocionada. Pensaba y pensaba cómo hacerle llegar la noticia a Anaís, cómo lograr que le doliera hasta el alma.
Sin embargo, antes de que pudiera contarle nada a Anaís al amanecer, la empleada la interceptó.
-Anaís salió de la casa a las cinco de la mañana.
Fabiana frunció el ceño.
-¿A las cinco? ¿No seguía herida? ¿Qué hacía saliendo tan temprano? ¿Será que el presidente Lobos necesitaba algo?
-Fue una llamada del hospital.
Fabiana quiso preguntar más, pero temió que la empleada sospechara, así que simplemente asintió.
-Bueno, entonces la esperaré aquí.
En otras palabras, no pensaba irse de Bahía de las Palmeras ese día.
La empleada, por consideración a Anaís, tampoco se atrevió a echarla.
Anaís había salido temprano para ir a ver a Lucas.
La noche anterior, el hospital había emitido un aviso de gravedad. Las piernas de Lucas estaban en muy mal estado, cada vez peor. Ya había entrado varias veces a urgencias.
La vez de las cinco de la mañana fue la más crítica; todos pensaron que no lo lograría, pero al final lo sacaron una vez más del área de urgencias.
Anaís sentía que el corazón se le salía del pecho hasta que el doctor se acercó con gesto serio y la llamó aparte.
-Si quiere que el señor conserve las piernas, solo queda esperar a que los especialistas regresen al país. Hace poco viajaron a un congreso al extranjero. Si es rápido, vuelven en diez
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días; si no, puede pasar hasta un mes. Señorita Villagra, ¿usted qué piensa?
Anaís arrugó la frente y preguntó:
-De las familias importantes de San Fernando del Sol, ¿cuál podría hacer que los especialistas regresen antes?
Varias familias habían invertido en salud; todo era cuestión de ver quién tenía mayor influencia. El doctor suspiró.
-Por ahora, solo la familia Lobos y la familia Moratalla. Los dos médicos de más alto rango tienen una relación cercana con ellos.
Anaís se levantó y le llamó a Fausto.
Fausto guardó silencio unos segundos antes de responder:
-No puedo ayudar. Esos dos médicos tienen un respaldo muy fuerte; si los hago regresar antes de tiempo, me van a pedir un informe especial y eso puede tardar un mes. Ya sabes lo complicado que es todo ese papeleo.
Tener conexiones con los de arriba tenía sus contras, especialmente a la hora de mover trámites.
Anaís bajó la mirada. Solo le quedaba recurrir a Efraín, pero, ¿estaría dispuesto Efraín a ayudar a Lucas ahora?
Sintió que se le decían los ojos, pero aun así se mantuvo serena.
-¿Puedes venir al hospital y llevarme al Grupo Lobos? Quiero hablar directamente con Efraín.
Si iba sola, seguro se toparía con alguien del viejo Lobos y esta vez había tenido suerte, pero eso no siempre pasaba.
Fausto suspiró.
-Voy para allá.
Llegó en veinte minutos, como si apenas hubiera colgado el teléfono.
Al verlo, Anaís sintió una paz inesperada.
-Gracias.
Fausto esperó a que subiera al carro y arrancó.
-En el Grupo Lobos también hay gente del viejo.
-Lo sé. Pero puedes pedirle a Efraín que baje.
Fausto levantó las cejas, intrigado, y luego sonrió.
-Anaís, ¿no se supone que no somos tan cercanos?
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Anaís mantuvo la mirada al frente, firme y tranquila.
-No sé por qué, pero siento que eres el único que puede ayudarme.
AJA