Capítulo 801
En la entrada del sótano, Liam escuchaba atento cada sonido a su alrededor mientras, con calma, sacaba su pistola.
Los que se acercaban eran todos conocidos. El olor a sangre flotaba en el aire, impregnando. sus ropas. Uno de ellos se le plantó enfrente y le soltó unas palabras cortantes.
-Hazte a un lado.
Si se apartaba, quizás le perdonaban la vida. Después de todo, Efraín Lobos no formaba a alguien como él para perderlo tan fácil.
Liam se ajustó la gorra, tomó dos armas más y se lanzó hacia adelante.
Cinco cayeron en un parpadeo. Los demás abrieron fuego en cuanto pudieron, pero él rodó ágilmente hasta quedar cubierto detrás de unas cajas, cambiando el cargador sin perder la tranquilidad.
Había unos treinta enemigos en total. Nadie podía creer lo que acababa de hacer.
-¿Te atreves a dispararnos? ¿Ya se te olvidó quién eres?
Liam bajó la mirada, llenó el arma con nuevas balas y, usando el reflejo de una ventana cercana, eliminó a otros cuantos.
No le importaba lo que dijeran. Ni una palabra lo hizo dudar. Se movía como un jaguar, letal y sigiloso.
Cuando por
fin todo terminó, se quedó de pie ante el montón de cuerpos caídos. De pronto, una mano empapada en sangre lo sujetó del tobillo.
-Si traicionas… no vas a tener buen final…
Antes de que terminara la frase, Liam aplastó la mano con el pie, rompiéndola.
Alzó la vista hacia la noche que se extendía afuera y se bajó aún más la gorra negra.
La gorra era parte de la chamarra del mismo color; era la única ropa que tenía.
El hedor a sangre invadía el ambiente. Afuera, el mayor y el segundo también habían eliminado a varios. En ese instante, dos perros entraron con paso lento, quedándose a vigilar la entrada del sótano.
Liam apartó con el pie una mano tirada en el piso y les habló a los perros:
-¿No tienen nombres decentes o qué?
Eso de “el mayor” y “el segundo” sonaba a pura improvisación.
Los perros movieron la cola y, de repente, lanzaron unos ladridos hacia la oscuridad.
Liam soltó un suspiro. Ya venía más gente. El viejo, al parecer, no planeaba dejar escapar a
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Capitulo 201
Anais Villagra.
Iba a buscar donde esconderse cuando escuchó una voz conocida.
-Quiero que Anais muera. Si te metes, no quiero volver a verte nunca,
Se quedó helado. Miró hacia la penumbra.
Enrique Moratalla apareció, saliendo de entre las sombras.
Venía sola. Habia llegado aquí por sus propios medios.
Los ojos de Liam se abrieron de par en par.
-¿Tú…?
Este sitio era demasiado peligroso. ¿Qué hacía ella aquí?
Enrique levantó el mentón con altanería.
-Le pedi permiso a Anselmo Lobos para venir. Le dije que tenía cómo enfrentarte. Detrás de mí viene un montón de gente, no tardan en llegar.
Se acercó despacio y le acarició el rostro. Aunque llevaba cubrebocas, él podía sentir el calor bajo la tela.
Liam retrocedió, pero ella no se detuvo.
-Después de tantos años, ¿quién importa más para ti? ¿Anaís o yo? Te lo juro, si Anaís muere, yo me quedo contigo. Sí, me gusta Efraín, pero yo siempre cumplo mi palabra. Ya todos están hablando cosas de mí, y la verdad, necesito desaparecer un tiempo. Podemos irnos juntos, ¿no te parece?
Enrique hablaba convencida de que tenía todo bajo control. Sabía bien que él sentía algo especial por ella, no era cualquier cosa.
Aunque ella había perdido la cabeza por Efraín, ante todos seguía siendo esa brillante señorita Moratalla, la arquitecta admirada y respetada.
Liam no dijo nada, y Enrique, impaciente, le rodeó el cuello con ambos brazos.
-Di algo. Si quieres, vámonos ya. Ni siquiera te pido que le hagas nada a Anaís. Solo vente conmigo ahora.
Liam giró la cabeza, incómodo.
Enrique cerró los ojos, la voz suave y tentadora.
-Si no quieres que vea tu cara, no la veo. Solo quiero besarte, ¿sí?
Su mano le quitó el cubrebocas y lo besó sin dudarlo.
Sus labios se encontraron, y la lengua de Enrique buscó entrar, insistente.
Liam se quedó quieto, nervioso, las manos temblorosas. Incluso dio un par
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de
pasos hacia
Capitulo 801
atrás.
Pero Enrique se pegó más, abrazándolo.
El beso duró tres minutos. Cuando se separó, todavía lo tenía sujeto.
-Prométeme que te vas conmigo. Ahora mismo… ¿sí?
Todo alrededor era un caos, el olor a sangre impregnando el aire. La voz de Enrique sonaba dulce, casi irresistible.
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