Capítulo 732
De pronto se preguntó si Luciana sentía presión de tener un varón.
-No creas que por ser hijo único en la familia Guzmán hay alguna preferencia. Aquí no discriminamos, una niña puede heredar y perpetuar el apellido…
-¿Eh?-Luciana lo miró sorprendida por la seguridad con que hablaba. Él ni siquiera “sabía” que el niño fuera suyo, y sin embargo, ya consideraba concederle todos los derechos de un heredero.
Le vino a la mente aquella frase de Martina: “Que no le importe tu hijo solo puede significar verdadero amor“. El corazón de Luciana dio un vuelco.
-Alejandro… —susurró, con el pulso acelerándose.
“Este es el momento” pensó. “Puedo decírselo…“.
-Nuestro bebé… yo…
-¿sí? ¿Qué pasa con él? -Alejandro la miró expectante. Un ligero temblor, como un presentimiento, flotó en el ambiente.
Parecía que iba a revelarse la verdad, hasta que un escándalo interrumpió:
—¡Apártense! ¡Quítense de mi camino! ¿Por qué no me dejan pasar?
Esa voz femenina, estridente y familiar, resonó por el pasillo de la planta.
-¡Clara! -dijo Luciana con un respingo.
Se miraron uno al otro. Alejandro la tomó de la cintura, apresurando el paso.
-¡Fuera de mi camino! -gritaba Clara, entrando atropelladamente a la habitación de Ricardo –. ¡Ricardo, deja de hacerte el muerto! ¿Crees que con ignorarme resolverás algo?
Ricardo, al verla, cambió de semblante, respirando con agitación:
-¡Lárgate! ¡Vete de aquí!
-¿Irme? ¿Por qué? -Clara se mostraba desafiante, con el rostro ojeroso y una expresión a un paso de la locura. Había sufrido un legrado tras perder al bebé, y no se había recuperado del todo.
-Ricardo, ¿crees que podrás divorciarte sin darme ni un centavo? ¡No lo permitiré! – exclamó, casi con rabia ciega.
-¡Ja! -Ricardo soltó una risa helada-. Después de lo que hiciste, ¿encima te atreves a
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Capítulo 732
reclamar?
-¡No me importa nada! -gritó ella-. He estado a tu lado años. No pienso aceptar un divorcio en el que me dejes sin nada.
-Ridículo…
Ricardo la miró con un desprecio infinito ¿De verdad crees que, con solo
gritar, cambiaré de opinión?
—¡Tú… tú me arrinconas a la desesperación! -vociferó Clara, con los ojos inyectados de sangre. ¡Bien! ¿Quieres empujarme al abismo?
-Si lo vas a hacer, adelante – Ricardo la taladró con la mirada-. Por los años juntos y por Mónica, supongo que podría encargarme de tu entierro.
—¿Tú, tú…? —Clara palideció un instante, pero de inmediato soltó una risa enloquecida—. ¡ Perfecto! Esto es lo que provoca tu crueldad, pero… ¿creíste que solo te engañé ahora?
Aquella frase dejó pasmados a Luciana y Alejandro, que acababan de llegar a la escena. “¿A qué se refiere?“, se preguntaron en silencio.
-Ja, ja… Con Lucy aún viva, ¿cuántas veces ibas a visitarme? ¿Crees que no necesitaba un hombre? Y esa miseria de dinero que me dabas… ¡parecía limosna!
Ricardo se quedó lívido, sus rasgos contrayéndose con ira.
-¡Cállate!
-¿Quieres que me calle? ¡Pues no lo haré! -Clara ya estaba en modo “todo o nada“, dispuesta
a soltar cada bomba.
-¿Te cuesta tanto oírlo? Entonces, ¿qué me dices de esto? ¡Mónica ni siquiera es tu hija biológica!
-¡¿Qué…?! -Ricardo sintió una punzada aguda en el vientre. Se llevó la mano al abdomen, atónito.
-¿No te quedó claro? -dijo Clara, con los ojos inyectados en coraje-. Te lo repito: ¡Mónica no es tu hija!
El rostro de Ricardo se ensombreció aún más, mientras un dolor desgarrador lo sacudía. De pronto, perdió el conocimiento y se desplomó.
-¿Se desmayó de la rabia? -se burló Clara, acercándose a él y sacudiéndolo. ¡No finjas, despierta!
El personal de salud corrió a apartarla mientras ella se resistía:
-¡Suéltenme!
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-¡Mamá! –de pronto, una voz femenina irrumpió desde la puerta. Era Mónica, empujando su propia silla de ruedas, con la mirada llena de llanto y angustia.
-¿Qué acabas de decir? ¿Es verdad? -exigió saber, con la voz temblorosa.