Capítulo 735
Alejandro se alarmó.
—¿El balcón? —Recordó la decoración con flores de mariposa, las mismas que…—. Luciana, si no te gustan, ahora mismo pido que las retiren…
-¿Quitarlas? —lo interrumpió, echándole una mirada que destilaba cierta ironía—. ¿Para volver a enviárselas a ella al hospital, igual que las de Casa Guzmán?
A veces los resentimientos son como minas ocultas: si las pisas, explotan. Aunque uno finja que no existen, siguen ahí.
-Luciana… Alejandro frunció los labios, sin saber cómo rebatir.
–
-¿Por qué te pones tan nervioso? -Ella esbozó una sonrisa—. Solo constato un hecho.
Con un tono más serio, añadió:
-¿No has pensado que, tal vez, a quien deberías “mover” soy a mí?
—¡Luciana! —Alejandro notó que su voz adquiría un tono tenso-. ¿Sigues molesta por lo de anoche? Si estuviste presente, sabes bien que es la única que tiene para apoyarse en mí…
-Sí, lo entiendo.
-Entonces no digas esas cosas -le suplicó él, apretando el ceño pero tratando de sonar suave -¿No te has dado cuenta de cuánto te necesito?
Ella se quedó callada unos segundos y volvió a concentrarse en la comida.
-De todos modos, hoy prefiero volver a mi apartamento -insistió.
Alejandro exhaló, frustrado:
-Como quieras. Acaba de comer y te llevo.
***
Al día siguiente era sábado, y Alejandro, por una vez, no tenía compromisos laborales. Juntos, durmieron hasta tarde y disfrutaron un desayuno pausado antes de salir. Ese día visitarían la
habitación de la clínica donde Luciana daría a luz.
Habían reservado una suite más grande que el propio apartamento de Luciana. Alejandro recorrió cada esquina con minuciosidad, tomando nota de todo lo que debía modificarse o ajustarse; se lo comunicó detalladamente a la enfermera que los acompañaba.
-¿Quedó claro? -preguntó al terminar,
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-Sí, señor Guzmán. Anoté todos los puntos y lo gestionaremos enseguida -respondió ella.
-Perfecto confirmó Alejandro.
Al volverse, vio a Luciana parada frente a la cuna de bebé. Se acercó con pasos suaves y la abrazó por detrás.
-¿Hay algo que no te guste? Podemos hacer que lo cambien.
-No, para nada contestó Luciana, negando con la cabeza mientras tocaba un móvil musical colgado sobre la cuna-. Todo se ve tan tierno.
-Espera a que nazca nuestro bebé… —dijo él, besando con suavidad la parte superior de su cabeza—. Eso sí será lo más tierno de todo.
En ese instante, el teléfono de Alejandro empezó a sonar. Luciana, al ver el nombre en la pantalla, notó cómo su ánimo se apagaba de golpe. Él, algo incómodo, vaciló un segundo antes de contestar. No tenía intención de ocultar nada.
-Contesta —dijo Luciana, apartándose de su abrazo. De inmediato, pareció enfriarse su actitud.
Ok–Alejandro dudó un poco, pero al final puso el altavoz-. ¿Mónica?
-¡Alex! -Se escuchaba la voz de Mónica, ahogada en sollozos-. Ese tipo, Ovidio Calderón… ¡ secuestró a mi madre! ¿Qué hago? ¿Qué voy a hacer?!
-Mónica, cálmate -pidió Alejandro, apretándose el puente de la nariz con el pulgar-. ¿Qué sucedió exactamente? Explícalo bien, sin prisa.
-Él se llevó a mi mamá del hospital —dijo ella entre llantos-. Quiere que yo pague para liberarla. ¡Es un canalla!
-No llores más, ¿ok? -La tranquilizó-. Envíame la dirección. El tiempo corre, así que parte tú desde el hospital y nos encontramos allá. Ya veremos qué hacer.
-Sí… está bien.
Colgó y, al volverse hacia Luciana, notó que ella ya lo había escuchado todo: había puesto el altavoz de forma deliberada, precisamente para no ocultar nada.
-Luciana… —murmuró con un deje de culpa.
Durante un segundo, el “lado oscuro” de Luciana se manifestó:
-Si te dijera que no fueras, que no volvieras a involucrarte en nada con ella, ¿lo harías?
-¿Ah? -Alejandro la miró sorprendido, casi sin creer lo que oía.
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-Nada. Pasado apenas un instante, Luciana sacudió la cabeza, como expulsando ese pensamiento. Lo dije sin pensar. Ve, pero llévame contigo.
-No es buena idea -repuso él con determinación-. ¡Es peligroso!
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