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Capítulo 812
En el rostro de Fabiana se dibujó una sonrisa de triunfo, sin intención alguna de ocultarla. -Roberto, yo sigo avanzando, mejorando cada día. Pero tú… parece que llevas mucho tiempo atascado. ¿No que ibas a llevarte a Anaís a vivir a otra ciudad? ¿Por qué nunca lo hiciste? ¿Será que no se te presentó la oportunidad? Aunque pensándolo bien, ni siquiera has logrado entrar en Bahía de las Palmeras, y en la familia Lobos ya no tienes voz ni voto. El viejo últimamente consiente tanto a Efraín, que parece que ahora, con la memoria perdida, él es su favorito. Al final, ustedes, los jóvenes de la familia Lobos, no son más que relleno.
Las palabras de Fabiana fueron directo al ego de Roberto, tocando el punto que más le dolía.
El rostro de Roberto se fue tiñendo de rojo, sintiendo cómo la humillación lo envolvía por completo.
Aun así, sabía que él y Fabiana estaban en el mismo barco, así que no valía la pena armar un escándalo.
Con esfuerzo, contuvo su enojo.
-Te cité porque quería saber si en Bahía de las Palmeras hallaste alguna pista. ¿Recuerdas lo que te propuse? Podríamos hacer que culparan a Efraín por la muerte del novio de Anaís. ¿No encontraste nada que nos sirva?
Fabiana curvó los labios en una sonrisa. Claro que había descubierto algo, pero ¿para qué compartirlo con alguien como él?
Después de todo, ¿no siempre la había menospreciado?
Bebió un trago de café y se puso de pie.
-No encontré nada. Mejor dejemos de vernos. Creí que venías a darme información, pero resulta que vienes a sacarme pistas. No pienso arriesgarme, y por ahora, Anaís todavía me tiene confianza.
Sin esperar respuesta, dio media vuelta para marcharse. Sin embargo, de pronto sintió que la vista se le nublaba, a punto de desmayarse.
A duras penas se sostuvo de la mesa, mirando incrédula a Roberto.
-¿Estás loco? ¿Me drogaste?
¿Acaso Roberto estaba tan acorralado que había llegado a esto? Ponerle algo en el café, todo al revés.
Antes de perder el conocimiento, escuchó a Roberto hablarle con un tono casi susurrante.
-Dices que Anaís te tiene confianza. Pues si te secuestro, seguro irá a buscarte. Por eso tú eres la mejor carnada. Fabiana, deberías agradecer que aún me sirves, si no, ya te habría matado.
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Capitulo 812
Su expresión era la de alguien fuera de sus cabales. Aventó una taza al suelo, deseando llamar en ese instante a Anaís para exigirle que fuera a rescatar a Fabiana.
Inspiró hondo, el rostro sombrío, mirando a la mujer desmayada, y soltó una risa desdeñosa.
Anaís dormía cuando su celular sonó de repente en plena madrugada. Esta vez era Fausto quien la llamaba.
-Roberto perdió la cabeza. Secuestró a Fabiana. Quiere que vayas a salvarla.
Anaís pensó que había escuchado mal.
-¿Roberto? -preguntó mientras se incorporaba, una mano en el hombro herido. ¿Él secuestró a Fabiana?
-Sí, me llamó directo. Por lo visto, ya se enteró de que últimamente he estado viéndote. Al parecer ha estado acechando afuera de Bahía de las Palmeras, siguiéndote los pasos.
Anaís respiró hondo. Ahora entendía por qué el otro día sentía que alguien la observaba desde lejos.
Se masajeó el entrecejo, inquieta. No recordaba qué tan cercana era su relación con Fabiana antes del accidente, pero desde que despertó, Fabiana siempre la había tratado bien.
Se levantó, decidida a bajar las escaleras.
-¿A dónde se la llevó?
Fausto, mirando su tableta, respondió:
acantilado. Amarró la cuerda de Fabiana a la suya. Si él muere, Fabiana caerá al vacío. so nuestros hombres no pueden disparar sin pensarlo dos veces. Quiere verte, exige que ayas tú.
Anaís se apoyó en la pared, sintiendo la desesperación crecerle en el pecho.
Un mareo la invadió, pero luchó por mantenerse en pie y salió de la casa.
Al subir al carro y encenderlo, los guardias de Bahía de las Palmeras se acercaron.
-Señora, permítanos acompañarla.
Anaís negó con la cabeza. Ese era un asunto entre ella y Roberto.
Ya antes sospechaba que Roberto no estaba bien de la cabeza, pero no imaginó que llegaría a arriesgarse así,
Sin decir más, bajó la mirada y condujo hacia la dirección que Fausto le había dado.
El lugar quedaba cerca de la capilla donde ocurrió el accidente de la señora mayor. En efecto, había un acantilado muy alto en esa zona.
A Anaís no le gustaba para nada esa carretera de montaña. Al llegar arriba, bajó del carro,
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tomó su pistola, y caminó directo al borde del acantilado.
Roberto estaba justo allí, al filo del precipicio, con una cuerda atada a la cintura. Al ver a Anaís, sus ojos se iluminaron y luego se tornaron enloquecidos.
-Anaís, por fin viniste a verme.
Ella se detuvo a unos diez metros de distancia, observando el rostro desencajado de Roberto.
La verdad, Anaís sentía que Roberto había perdido la razón por completo.
Roberto se frotó el rostro con fuerza varias veces.
-¿Sabes lo que va a pasar esta noche porque viniste?
Anaís miró la cuerda en su cintura, sabiendo que del otro lado estaba atada Fabiana, colgando bajo el acantilado.
Tal como dijo Fausto: si algo le pasaba a Roberto, Fabiana moriría.
-Roberto, esto es entre tú y yo. No tiene por qué pagar otra persona.
Roberto soltó una carcajada amarga.
-¿Entre tú y yo? Anaís, te lo advertí antes: me arrepiento de todo. Te doy una última
oportunidad. Vente conmigo a otra ciudad. Olvídate de San Fernando del Sol, de todos aquí. Si aceptas, Fabiana vivirá. Si no, me lanzo con ella y morirán los dos frente a ti.
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