Capítulo 821
Anaís llevaba mucho tiempo sumergida en ese sueño, sentía como si algo pesado la aplastara impidiéndole despertar.
Podía percibir la intensidad de sus emociones en ese momento, y la calidez de la mano que se extendía hacia ella, tan valiosa como si fuera la única esperanza de salvarse.
Aquel cariño juvenil, aún sin forma, de pronto se volvió algo tangible. Fue como si, en ese instante, bajo ese clima húmedo y caluroso, rodeada por el canto de las aves y los murmullos de los animales, comprendiera lo que era querer casarse con alguien.
Era una sensación extraña, difícil de explicar.
Quería despertar, pero no podía. Percibía el olor a sangre que emanaba de él; debía estar gravemente herido, pero nunca se quejaba.
La visión de Anaís seguía borrosa. Le preguntó:
-¿Falta mucho para que venga el maestro por nosotros?
En medio de la confusión, él al fin respondió unas palabras:
-Ya casi.
Sentía que, poco a poco, iban dejando atrás ese bosque aterrador, que la luz afuera se volvía cada vez más intensa.
Se sentó en el pasto a descansar, escuchó sus pasos alejarse y pensó que tal vez se había ido a cazar de nuevo. ¿Será que en un rato volverían a comer carne asada?
Pero él, tras dar unos pasos hacia adelante, regresó despacio y se paró junto a ella.
Ella alzó la vista, pero todo seguía borroso. Solo alcanzaba a distinguir el sol, redondo como un plato blanco.
De repente, una sombra la cubrió. Él le sostuvo la cara entre las manos, y le dio un beso fugaz en la mejilla antes de salir corriendo.
Anaís se quedó ahí, sin saber muy bien qué sentir. Todo era raro.
El maestro siempre decía que ella era demasiado despreocupada, que a veces parecía que le faltaba una chispa de malicia, y que algún día la podrían engañar.
De pronto, Anaís despertó de golpe, escuchando el inconfundible sonido de alguien tecleando.
Giró la cabeza y vio a Efraín sentado en la cama, una mano en la computadora y la otra entrelazada con la suya, los dedos apretados con fuerza,
Se apresuró a soltarle la mano y se frotó la frente con la palma.
La cabeza le punzaba, el sueño de anoche le había parecido demasiado real.
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10-50?
Capítulo 821
Bajó de la cama y preguntó:
-¿Tienes hambre? Voy a preparar algo de desayunar.
Por suerte, la noche anterior había comprado suficientes cosas en el súper, justo lo necesario para el desayuno de ambos.
Efraín todavía vestía solo una camisa, y hasta dos botones estaban arrancados, evidencia del arrebato de la noche anterior. Su clavícula y parte del pecho quedaban al descubierto.
La marca de dientes sobre su clavícula seguía ahí desde hacía bastante, como si se hubiera convertido en una especie de marca de nacimiento.
Quizá no era el mejor momento para distraerse, pero esa escena era demasiado tentadora. Si a eso se le sumaba ese rostro, seguro ninguna mujer podría seguir pensando con claridad.
Anaís tosió para sí misma, abrió la puerta del cuarto y salió.
Pero apenas entró al salón, se encontró con la mesa del comedor llena de desayuno, hasta humeante todavía.
Quiso regresar al dormitorio y, justo al abrir la puerta para preguntar algo, lo vio a punto de
salir.
Por poco choca la nariz contra su pecho.
Él llevaba el saco sin abotonar. Ese hombre que solía ser tan serio y reservado, hoy mostraba una actitud más relajada y hasta un poco atrevida.
Ella retrocedió un paso, apenas dándose cuenta de lo impulsiva que había sido la noche
anterior.
Él, notando su incomodidad, preguntó:
-¿Qué se te antoja desayunar?
Anaís corrió al baño a lavarse la cara. Al ver un cepillo de dientes nuevo en el lavabo, entendió que él quizás ya venía preparado desde la noche anterior.
Efraín era raro en todos los sentidos.
Parece distante y difícil de tratar, pero cuando lo invitan sabe hasta traer su propio cepillo de dientes después del baño.
Y si lo juzgas por callado, en la cama es cualquier cosa menos eso.
Mientras se cepillaba, su mente empezó a divagar. De la nada, pensó en Z.
Ese departamento, él ya lo conocía bien; no era la primera vez que los dos se perdían juntos entre esas paredes…