Capítulo 825
-La verdad, señora, usted es buena para animar a la gente, nada más consiéntalo un poco más y verá.
Anaís nunca pensó que fuera buena para consolar a nadie, mucho menos a un hombre, pero Lucas añadió:
-Llévelo a donde sea que vaya, no lo deje solo en casa para que no ande pensando cosas
raras.
Para Efraín, eso ya era un premio del cielo.
Anaís quiso preguntar algo más, pero él cerró los ojos, como si ya no tuviera fuerzas. No le quedó de otra que despedirse.
De regreso en el carro, Raúl señaló un vehículo a lo lejos.
-Anaís, ¿ese carro no nos va siguiendo?
Ella contestó con un tono despreocupado:
-Pues sí que no eres tonto, ¿eh?
Desde que salió de casa, ese carro la venía siguiendo sin disimulo. Era de Efraín, seguramente de los suyos.
Y eso que le había dicho que no lo hiciera.
Raúl pensó que Anaís haría algo más emocionante, como investigar su pasado o buscar recuerdos, pero para su sorpresa, ella estacionó frente a la florería.
De inmediato, Raúl se sintió incómodo.
-Oye, ¿no deberías estar buscando tus recuerdos o averiguar sobre tu familia?
Mientras elegía flores, Anaís le respondió:
-La gente interesada en mi pasado vendrá a buscarme sola. En cuanto a los recuerdos, siento que pronto van a volver. Así que en este tiempo, no tengo gran cosa que hacer… más que consentir a mi hombre.
La cara de Raúl se torció de rabia. Él no estaba ahí para acompañarla a consentir a ningún hombre.
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¿Efraín? ¿En serio?
Le hervía la sangre, pero no se atrevía a soltar nada frente a Anaís. Así que cuando ella volvió al carro, murmuró con desprecio:
-A ver, ¿no será que te encierras con él porque quieres? Ahora hasta dejas que te vigilen los
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suyos, no los entiendo… Si de veras se gustan, ¿por qué no lo dicen de una vez? Mejor tengan un hijo y ya, así no te llevas la sorpresa cuando de repente aparezca el hijo de Efraín con otra mujer y ni sepas de dónde salió.
Anaís colocó las flores a un lado y contestó tranquila:
-Él quizás lleva mucho tiempo queriéndome, no es posible que tenga un hijo con otra.
Raúl se quedó callado, aunque sabía que Efraín sí tenía un hijo.
El carro se detuvo frente al edificio donde vivía Anaís. Ella tomó las flores y subió sola; Raúl ni ganas tuvo de acompañarla.
-Anaís, luego te visito.
-Sí, está bien.
Levantó la mano y entró al elevador.
Al llegar a casa, encontró a Efraín parado junto a la ventana.
Anaís se le acercó y notó que desde ese ángulo, él podía ver perfectamente cuándo salía y cuándo regresaba.
Le puso las flores en los brazos.
-¿No te pedí que tus hombres dejaran de seguirme?
Él la miró un segundo, luego se puso a buscar un jarrón para las flores, con esa calma que desarma.
Anaís se acomodó en el sofá, apoyando la mejilla en la mano y sacó el celular para jugar.
La verdad, últimamente no sabía en qué ocupar el tiempo. Mejor se dedicaba a recuperarse, a acompañarlo a él, que también necesitaba descansar.
Efraín encontró un jarrón, acomodó las flores y las puso sobre la mesa.
El sol de la tarde entraba cálido por la ventana. Anaís dio unas palmadas en el asiento a su lado.
Él fue y se sentó a su lado.
-Efraín, dime, ¿hay algún lugar al que te gustaría viajar? ¿O alguna aventura que quieras vivir? Estos días te la pasaste trabajando por el Grupo Lobos y ya tienes todo bajo control, ¿no? Además, en un mes quizá tengas que irte a Estados Unidos. ¿No quieres aprovechar y salir conmigo antes? ¿Alguna recomendación?
Después de platicar con Lucas, se le ocurrió que tal vez hacer un viaje juntos los ayudaría a fortalecer el lazo entre ellos.
Pero él negó enseguida.
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-No quiero salir.
A Anaís le vino a la mente una escena borrosa, una vez que el carro volcó y ella lo dejó atrás.
Ese recuerdo la pinchó por dentro.
Para Efraín, cada vez que salían era una oportunidad para que ella lo dejara solo.
Inspiró hondo, dándose cuenta de lo hondo que estaba el problema.
No era solo cuestión de ánimo, también su mente estaba lastimada.
-Esta vez no te voy a dejar.
Él levantó la mirada, justo cuando ella alzó la mano como si hiciera un juramento.
-Quiero salir contigo. Podemos ir a escalar, buscar un sitio para explorar, solo tú y yo.
Efraín dudó unos minutos antes de responder:
-Si hay un lugar, pero queda en el sudeste asiático.
Allá había selvas vírgenes, un sitio perfecto para aventurarse.
Anaís le sostuvo la cara entre las manos, emocionada.
-¡Perfecto! Tú dime, ¡vámonos a explorar allá!
Se puso a buscar en el celular, haciendo planes y anotando lo que debían llevar.
Esa misma tarde regresaron a Bahía de las Palmeras, armaron dos mochilas y esa noche tomaron el vuelo. Efraín conocía a alguien en la zona, así que el plan era tomar un avión y luego un helicóptero hacia la selva.
Durante el trayecto, Anaís sentía que no era su imaginación: Efraín parecía recordar algo, y su mirada se suavizaba. Incluso, mirando por la ventanilla, se le escapaba una sonrisa leve.
Anaís pensó que el viaje valía la pena. Por fin, él se veía más relajado.
Al aterrizar, los esperaban varios tipos fornidos que hablaban inglés. El líder era un hombre negro, cubierto con un pañuelo en la cabeza,
Subieron al helicóptero. Anaís y Efraín iban armados, porque decían que la selva era peligrosa.
-Vamos a quedarnos siete días en la selva, a entrenar y ponernos a prueba, ¿te parece? -preguntó Anaís.
-Sí.
Él empezó a revisar las mochilas, queriendo poner todo en la suya.
Anaís le detuvo la mano.
-No hace falta, si me tienes que cuidar hasta aquí, entonces para qué vine. Confía en mí, ¿sí?
Efraín no dijo nada.
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Los dos llevaban ropa cómoda. Efraín vestía pantalones deportivos negros y una chamarra del mismo color, cargando su mochila.
Anaís también llevaba ropa deportiva. Nunca lo había visto así, y se le quedó mirando.
-Vaya, sí que eres mi esposo… ¡Te ves increíble con ese look!
Efraín apretó las correas de la mochila y bajó la mirada, sin poder ocultar la sonrisa tímida que se le formó en los labios.
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