Capítulo 739
-¡Alex, pensé que moriría! -sollozó, con el corazón desbocado.
-Tranquila… ya pasó. -Alejandro intentó calmarla-. Todo está bien… -De pronto soltó un gemido de dolor-. ¡Ah…!
-¿Estás herido? –Mónica sintió el tirón en su brazo—. ¿Te lastimaste?
-Creo que me he dislocado el hombro -confesó con una mueca.
-¡Lo siento, Alex, lo siento tanto! -Mónica lo abrazó con fuerza, llorando aún más.
-No pasa nada, es solo una dislocación… —musitó él, restándole importancia.
Mónica no paraba de llorar. Alejandro, con el ceño fruncido, levantó la vista y distinguió que Luciana acababa de subir. Intentó apartar a Mónica suavemente, pero con su brazo herido no pudo. Para cuando quiso reaccionar, Luciana ya se había dado la vuelta y se marchaba.
-¡Luciana!
No obtuvo respuesta. Mónica se desvaneció en sus brazos, perdiendo el conocimiento. Luciana, mientras tanto, continuó en silencio hacia las escaleras, y Simón la seguía, incapaz de
oponerse.
Llegando abajo, Luciana abrió la puerta del auto:
-Llévame a mi departamento.
-¿Uh? ¿No iremos al hospital, cuñada? -se extrañó Simón, recordando que Alejandro estaba
lastimado.
-Te he dicho que vayas a mi apartamento -repitió ella, con un tono más helado.
-Pero, cuñada…
-¿Manejas o bajo del coche ahora mismo? -Luciana le dedicó una mirada que no permitía discusión.
-Sí… conduzco, cuñada.
Conocía demasiado bien a Alejandro para saber que si a Luciana le sucedía algo, no había modo de que él se lo perdonara.
Más tarde, cuando Alejandro consiguió bajar, encontró el lugar desierto: el auto no estaba, y Luciana tampoco.
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Capítulo 739
-Señor Alejandro… —dijo Juan, intentando ser de ayuda-. Simón me dijo que llevó a la cuñada de vuelta a su departamento.
La intención de Juan era tranquilizarlo, pero logró lo contrario. Alejandro sintió un dolor sordo en el hombro, que parecía intensificarse justo entonces. Apretó los dientes. 2
Partieron al hospital. Mónica fue llevada a una habitación de reposo, y el doctor recolocó el hombro de Alejandro, inmovilizándolo con un yeso por un tiempo. Regresó al apartamento de Luciana casi al anochecer. (1)
No esperaba un recibimiento amable, pero aun así, usó sus llaves. Al entrar, la vio relajada en el sofá de la sala, con la televisión encendida y un plato de semillas de girasol en las manos.
Al notar su llegada, Luciana volteó ligeramente la cabeza: (1)
-Llegaste–lo saludó, con la misma naturalidad de siempre, como si no hubiese pasado nada.
—Luciana… —murmuró él, sintiendo cierta incomodidad. Se acercó a sentarse junto a ella. Deseaba abrazarla.
-No–lo detuvo en cuanto alzó el brazo. Ni siquiera lo miró; su atención seguía puesta en la pantalla-. Estás sucio, ¿no has cambiado de ropa? No me abraces así.
Lo soltó con un tono tan normal que le resultó más hiriente. Era verdad que venía de la calle y no había pasado por la ducha, pero aun así…
-¿Te doy asco? -preguntó Alejandro con un dejo de reproche.
-No es asco–repuso Luciana, sin mirarlo—. Pero traes un aspecto bastante “sucio“, ¿no?
Él le tomó el rostro, obligándola a mirarlo de frente.
-Mírame por favor -pidió, con un deje de suplica.
-Ay, de veras… —resopló Luciana, dejando las semillas. Al voltear a verlo, soltó un “¡vaya!” al notar que traía un yeso en el brazo—. Te enyesaron, ¿eh? Pues, a pesar de eso, sigues luciendo bien. Se nota que cuando uno es guapo, ni un yeso lo afea. (2)
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