Capítulo 749
La cálida viscosidad le resbaló por las mejillas, mezclándose con sus propias lágrimas. Segundos después, el cuerpo de Ricardo cedió por completo, recargándose sobre su hombro sin vida.
–No… por favor… no… -murmuró Luciana, temblando de pies a cabeza.
En ese instante, el monitor cardíaco lanzó un pitido estridente. Luciana era médica y no necesitaba mirar la pantalla para saber lo que significaba. De todas formas, enfocó la vista y vio cómo la línea del pulso se estiraba en una curva plana e inalterable.
-Pa… pá… —jadeó, con la voz casi ahogada.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se había atrevido a llamarlo “papá”? Le resultaba tan ajeno que, al intentar pronunciarlo, se le quebró la voz.
—¡Papá! —logró articular al fin, mientras lo abrazaba con desesperación—. ¡Papá!
Por desgracia, ya no podía escucharla.
—¡Papá! ¡Pa… pá! -lo llamó una y otra vez, enredada en su propia congoja.
El equipo médico entró de inmediato para encargarse de las labores de rutina tras la defunción. Una de las enfermeras se acercó con delicadeza y la ayudó a sostenerse en pie:
-Lo siento mucho… -musitó con tono compasivo-. Ya no hay nada que podamos hacer.
Luciana cerró los ojos, sin fuerzas para continuar llorando. Esta vez, no hubo milagro alguno. Ricardo no había podido superar las veinticuatro horas… se había ido para siempre.
En cuanto la enfermera abrió la puerta para dejar pasar a los familiares, Mónica entró
corriendo.
-¡Papá! -gritó, apartando a Luciana de su camino antes de dejarse caer sobre el cuerpo sin vida-. ¡Papá! ¡Papá! ¡No…!
Luciana se quedó allí, inmóvil, incapaz de reaccionar, con la mirada perdida. Unos instantes después aparecieron Alejandro y Martina, quienes la sostuvieron por los brazos. Sin embargo, ninguno de los dos supo cómo consolarla; en circunstancias así, cualquier palabra parecía insignificante.
Luciana… —susurró Alejandro, conmovido, extendiendo los brazos para abrazarla.
Ella, no obstante, giró la cabeza y se refugió en el hombro de Martina. Ni siquiera lloraba en voz alta; era como si el dolor la tuviera atrapada en silencio.
-Si quieres llorar, hazlo… -murmuró Martina, acariciándole la espalda con afecto-. Está
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bien, suéltalo todo.
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Alejandro no tuvo más opción que bajar las manos en señal de impotencia.
-¡Doctor! ¡Doctor! -la voz de Mónica resonó con rabia al otro lado de la cama.
Agarró al médico del brazo con brusquedad-. ¿Qué pasa con ustedes? ¡Reanímenlo! ¿Piensan dejar a mi papá abandonado así?
-Por favor, entienda… su padre ya falleció… -explicó el doctor con tacto.
-¡Mentira! ¡No es cierto! -Gritando como si hubiera perdido la razón, Mónica arremetió contra la enfermera, rasguñándola—. ¡Te dije que lo salvaras! ¡Haré que te arrepientas!
-¡Oye, controlate!
-¡Deténganla!
-¿Nadie puede calmarla?
Luciana no se movió ni mostró intención de intervenir. Alejandro, con un hondo suspiro, se adelantó para sujetar a Mónica.
-¡Mónica, por favor, tranquilízate!
—¡Alex, diles que lo revivan, haz algo…! -sollozó, fuera de sí, tratando de liberarse—. ¡Que lo despierten! ¡Por favor…!
Al ver que no conseguía calmarla y que ella seguía presa de la histeria, Alejandro no encontró otra salida y, en un acto desesperado, le dio un certero golpe en la nuca. Mónica cerró los ojos y se desvaneció en sus brazos. Sin perder tiempo, él la cargó y salió del área de cuidados intensivos.
Luciana permaneció junto a Martina, incapaz de prestarle atención a lo que ocurría a su alrededor.
La enfermera se acercó con respeto.
-Oye… para el aseo del cuerpo, ¿quieren encargarse ustedes o prefieren que busquemos a alguien más? Puedo ayudar a contactar a una empresa especializada.
Luciana se enderezó, limpiándose las lágrimas mientras parpadeaba con los ojos rojos e hinchados.
-Yo lo haré.
-Luciana… -murmuró Martina, tomándola de la mano-. No estás bien, no creo que sea buena idea.
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-No importa aseguró ella, con la voz quebrada-. Es mi papá… y es la última vez que puedo hacer algo por él.
Conmovida, Martina simplemente la soltó y se dispuso a ayudar a la enfermera a traer un recipiente con agua. Después, Luciana recogió una toalla, la mojó y empezó a limpiar el cuerpo de Ricardo con infinita delicadeza.
En ese momento entró Sergio, situándose tras ellå.
-Cuñada, afuera ya está todo listo. Alejandro viene en un rato para ver los detalles…
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